A través del cañón

Si la presión se genera en la recámara, el retroceso lo hace en el cañón, y ya sabemos que la presión revienta escopetas, pero que el retroceso rompe clavículas y estas palabras deben entenderse literalmente porque, en efecto, es así aunque muchas veces no esté clara la diferencia.


Actualizado

Tomemos como ejemplo lo que sucede con las balas para caza mayor, ya que resultan más gráficas a la hora de determinar que ambas cosas van por separado. Consideremos dos cartuchos harto conocidos que, además, tienen como ventaja que muchos podrán verificar lo expuesto por propia experiencia: estos calibres pueden ser el .300 Win. Mag. y el .375 H & H.

Nuestro cazador del .300 Magnum puede usarlo con éxito en la montería, también para el muflón y, si se tercia, para caza de sabana. En la montería puede disparar puntas (lo que sería la carga de plomos) de diez gramos que resultarán eficaces tanto para un jabalí entre la maleza a corto, como para un venado a mayor distancia y tiro franco. Detrás de un rebeco puede disponer de proyectiles de nueve gramos (tengan en cuenta que esto es una reducción del 10%, que en una escopeta equivale a bajar de 34 gramos a sólo 30,5), mientras que para cazar un oso en Alaska seguramente montará balas de trece gramos que son un 44% más pesadas que las anteriores (traducido a un cartucho de escopeta, equivale a subir la carga anterior de 30,5 hasta ¡45 gramos!, ¡casi nada!).


Cartucho para recámara magnum y otro normal que supondríamos más suave. Sin embargo, nótese la advertencia de alta presión del pequeño.

Siguiendo con la experiencia de nuestro hipotético cazador, los datos son los siguientes: en la montería su bala sale a unos 940 metros por segundo y pega en el hombro con un golpe equivalente a un puñetazo de 52 kilos. Para el rebeco, dispone de un tiro que, bien aprovechado, no le da oportunidad a la presa ya que se pone en 1.020 metros de distancia en sólo un segundo y, sin embargo, sólo tendrá que soportar 45 kilos de presión al retroceso. Delante del oso, su clavícula sentirá nítidamente 78 kilos de golpe, pero la punta viajará a sólo 762 m/s.

Al otro cazador, que se fue de safari con un .375 H&H, le pasa aún peor: tiró sobre un eland con una punta de 14 gramos que salió disparada a 840 m/s y recibió unos apenas perceptibles 54 kilos, mientras que para hacerse con el búfalo que tiene en su casa, recibió una reprimenda de 98 kilos en su anatomía para hacerle llegar al cafre 20 g de medicina de 10 mm de diámetro, a unos modestos 700 m/s. El lector ya se ha dado cuenta de que el tiro más lento de todos corresponde al que pega más, y justo al contrario: el más veloz es el que pega menos. Y, para colmo, ¡todos los tiros reseñados tienen presiones similares!

El retroceso


La parte inferior del taco actúa de muelle asumiendo parte del retroceso.

Volviendo a la escopeta, ya hemos dicho en alguna oportunidad que todas ellas, con cualquier largo de recámara, en cualquier calibre, funcionan también a una presión muy similar que es, aproximadamente, un cuarto de lo que una bala de rifle. Por tanto, la presión no determina el retroceso. Éste es el resultado del peso de la bala o carga de perdigones que disparemos.

Veámoslo con un ejemplo para imaginarlo gráficamente: nuestro cazador pesa 90 kilos (equivalente a la carga de pólvora), extendiendo los brazos es capaz de levantar y lanzar hacia arriba hasta 60 kilos (igual a la presión que la carga de pólvora es capaz de alcanzar). Tiene un hijo pequeño que pesa 17 kilos y otro de 26 kilos (el primero sería una carga para el plato de 24 gramos y el segundo una fuerte de campo de 36 gramos).

Es fácil comprender que cuando el padre juega con sus hijos lanzándolos hacia arriba, al pequeño lo tira con gran facilidad y velocidad sin hacer casi esfuerzo. Cuando le toca el turno al mayor no puede lanzarlo tan alto y, además, aplica más cantidad de fuerza. El lector ya lo ha visto: lo que experimenta el padre es el retroceso que es diferente en ambos casos. Muy poco en el primero, con gran velocidad, pero más fuerte y más lento en el segundo.


Carga de 34 y 28 gramos de la misma munición. La más pesada tendrá un retroceso sensiblemente mayor.

La presión se genera en la recámara, pero el retroceso se gesta en el cañón; así que, pongamos atención en otra consecuencia —quizás la más importante—. Da igual si consideramos el pequeño cartucho calibre 36 (el mal llamado 12 mm) con recámara de 65 mm de longitud, o el monstruoso calibre 10 de 89 mm, que es el mayor de los que podemos adquirir (aunque en nuestro país con gran dificultad) en una tienda. Hemos dicho que siempre tendremos que las presiones se mantienen en estrecho margen de similitud —el fabricante de cartuchería ya se habrá cuidado de que esto sea así—, lo cual, como también dijimos, determina que las cargas pesadas salgan a menor velocidad del cañón, mientras que las más livianas son más rápidas.

Para continuar, aprovechemos que ahora no confundiremos el retroceso de una carga con su velocidad y, no sólo eso, sino que sabemos que, en general, va reñido con la misma, siendo al contrario, para dejar sentado algo que todo tirador intuye de antemano: la fuerza del perdigón está relacionada con su velocidad. Es decir, cuanta más fuerza (energía) se le imprime, más rápido vuela. Y, en consecuencia, cuanto más rápido vuela, llega más lejos y golpea más fuerte (mata más) —se ha podido determinar que con plomos de séptima, que miden 2,5 mm y pesan 70 mg, se puede matar una perdiz a partir de los 200 m/s de velocidad en ellos—.

A tener en cuenta


Puntas de 14 y 20 gramos, de un .375 H&H. Igual que pasa con la escopeta, la punta más pesada “pega” más.

Veamos algunos datos que nos van servir para el mejor entendimiento de todo lo expuesto.

Con cartuchos americanos Federal de calibre 12 y recámara de 70 milímetros de largo (los 12/70), cargados con 28 gramos (ya quedó claro que el número de munición es indiferente: siempre serán 28 gramos de plomo tanto que sea de segunda o novena) y escopeta de 71 centímetros de cañón, medimos una velocidad de 415 metros por segundo.

Con Activ totalmente plásticos, también de 12/70 y cargados con 36 gramos, medimos 367 metros por segundo. Es decir, un 13% menos de velocidad que los anteriores.

También disparamos una escopeta magnum de 76 mm de recámara y 76 cm de cañón con 44 g envasados por Remington en sus clásicas vainas verdes. La velocidad promedio de tres tiros fue de 369 m/s. Que es más o menos la misma que el 12/70 para 36 g. Lo más destacable de esta munición es su retroceso: hay que apoyarla bien y en el hueco del hombro; nunca en la clavícula.

La efectividad


Éste es el verdadero taco “contenedor” que es muy raro de encontrar. Sólo se usa en cartuchos para mucha distancia. No dispersa porque no se abre debido a la ausencia de estrías.

Los cartuchos de 28 gramos son los de más energía y, por tanto, sus plomos matan más... ¡guste o no guste! Pero, al contrario que antes, aquí sí importa el tamaño. Con esa velocidad uno de séptima mata hasta una distancia de entre 45 y 48 metros, mientras que uno de cuarta lo hace hasta 65 metros —en ambos casos dependiendo del viento y las condiciones de caza—, porque a esa distancia es cuando bajan de los 200 metros por segundo que, como hemos dicho, dejan de matar. La razón de que los pequeños tengan menor alcance efectivo es que, como son más livianos, se frenan más con el aire.

La carga de 36 gramos tiene un 13% menos de velocidad, pero eso no significa que su alcance sea también de un 13% menos, ¡es bastante menos! Aquí la razón es que la velocidad que medimos corresponde al inicio del vuelo, pero la munición se frena más rápido cuanto más se frena; y cuanto más se frena, se frena más rápido. En otras palabras, a cada poco más de distancia hay bastante menos velocidad. El alcance de esta carga para matar en el acto está en los 35 metros, más o menos. Así es que, le pese a quien le pese, ¡las cargas pesadas matan menos!

El plomeo

Una carga de 36 g es 28,5% más grande que una de 28 g. Es decir, más de una cuarta más de plomos. Esto incide de dos maneras diferentes: en primer lugar, la mayor cantidad de munición significa igualmente mayor posibilidades de acierto por la sola razón de su número. Pero esto también incide de otra forma que es muy poco tenida en cuenta. Cuando los perdigones se asientan en el interior del taco, lo hacen tratando de rellenar cada uno el espacio que queda entre los otros inmediatos a él. Esto significa que cada uno queda en contacto directo con entre cuatro y seis compañeros de recorrido.


Nótese como cada perdigón asienta en otros cuatro o seis que le rodean. Esto es lo que en realidad determina la dispersión de los mismos.

Pero ese recorrido no es un paseo. Ni siquiera una aventura. Es, en realidad, una violenta manifestación de pánico donde cada uno trata de escapar como pueda. En una alocada y desenfrenada carrera impulsada por la explosión que empuja desde atrás. Mientras ese recorrido discurre por el interior del cañón no tienen más posibilidad que la de mantener su posición, como en una legión romana, ya que el diámetro interior del tubo siempre es el mismo; pero nada más abandonarlo, se ven libres de su opresión. Y, sin control posible, se pegan unos con otros dispersándose. Cuanto mayor es la multitud, más larga es la columna. Cuanto más larga es la columna, mayor es la dispersión. Y justamente (¡oh, casualidad!), las cargas más pesadas necesariamente tienen columnas más largas. Así que lo que faltaba por decir sobre las cargas pesadas de muchos gramos, o incluso sobre las magnum, es esto: dispersan más que las cargas livianas.

En definitiva


La diferencia entre una carga magnum y otra normal está en el volumen de munición, no en la carga de pólvora.

Ahora sumemos lo que tenemos: acortan la distancia efectiva, pero no tanto como para que ésta sea mucho menor que la que normalmente tiramos, añadido a mayor oportunidad de acierto en función de la cantidad de plomos, adicionado a mayor dispersión, ¿qué tenemos? Que, aparentemente, matan más; la gente así lo percibe y, generalmente, se cobran más piezas con ellos sólo a cambio de incrementar —aunque sea de manera considerable— el retroceso. Entonces, ¿cuál es el inconveniente? —nos preguntan enseguida—. Pues, muy sencillo: debido a la gran cantidad de perdigones, y a una dispersión sobredimensionada, las cargas de muchos gramos, y sobre todo las magnum, alcanzan muchas piezas más allá de su capacidad para matarlas. Ésta es la razón por la que actualmente se van pinchadas más aves que antes. No porque los tiradores fueran mejores.


La bala tipo Brenecke pesa 31 gramos y su retroceso es exactamente el que corresponde a esa carga de perdigones.

Es más ético y de mejor cazador tirar con cargas suaves que, además de resultar más agradables, son más determinantes: si está cerca no habrá diferencia. Pero si la alcanzamos lejos pueden pasar dos cosas: que se escape ilesa por la poca cantidad de perdigones o que uno solo la alcance y la derribe. Todo ello con pocos pinchazos.

Pero, en fin, todo esto sucede a través del cañón, que cada uno usa a su entender y elección (todavía). Sólo nos falta por ver lo que se trae la munición de acero, que es otra historia.

Comparte este artículo

Publicidad