La corza protectora
Ya empiezan a renegrear las cuernas. Los más jóvenes aún dejan ver su palidez cornamental consecuencia de su reciente desnudez. Éstos, son los primeros en salir al atardecer. Con mis viejos prismáticos veo incluso un vareto aún tapizado. Todo va con retra
Por la tarde prefiero las esperas. Los grandes corzos sólo salen cuando la umbría tapa los últimos y tibios rayos de sol. Muy bien educados ellos, primero dejan salir a las damas, aunque a mí me da que más que actitud servil, es autoproteccionismo. ¡Egoísta! Ella me mira. Quizás me he puesto nervioso y me habré movido algo. Agacha la cabeza como signo de confianza pero antes de llegar al primer brote de cebada la vuelve a levantar bruscamente para volver a mirarme. ¡Qué lista, me quería pillar! Como ya conozco el juego no caigo. Después de unos minutos comiendo y cuando está confiada levanta la cabeza y mira al monte. Le está diciendo que ya puede salir, que ya se ha jugado bastante el tipo. Le valoro rápido. No lleva ni diez pasos pisando cereal cuando no le dejo opción. Ya me la ha jugado tantas veces… Es un tiro largo y casi con la luna fuera. Ahí se ha quedado. Dada la oscuridad decido, antes de verlo, volver al coche para cargar el corzo. Son cinco minutos de incertidumbre. No sé cómo es el trofeo pero el año pasado le salvé la vida varias veces hasta que este año adquiriera toda su madurez. Jamás olvidaré lo que a continuación pasó: al llegar con el coche ambos siguen en el mismo sitio, la corza inmóvil y el macho sentado mirándome. Me paro a 10 metros de ellos, bajo del coche y siguen ahí, impasibles ante mi presencia. El tiro de riñones lo había paralizado. Ella lo sabía y quería protegerlo hasta el final. Sólo una piedra fue capaz de alejarla. Aún así, se quedó en la raya del monte para observar el cruento desenlace. Así es la naturaleza, así es la caza. Intentamos vestirla y adornarla justificándonos continuamente. Lo siento pero, esta vez, me apetecía contar la realidad de lo que ocurrió con aquella corza protectora.