Las ausencias en el corzo ibérico

Las ausencias en el corzo ibérico

Parecen del siglo pasado, que en realidad lo son, aquellos días en los que todos mirábamos extasiados el perfil ibérico para dar cuenta de cómo las poblaciones corceras peninsulares, de aquellas sierras en donde siempre estuvieron o desde reducidísimos núcleos poblacionales, se expandían como mancha de aceite en tela sobre el solar ibérico.


Muy bien no se sabía por qué esto estaba sucediendo. Se aludía a un posible abandono del campo, a las multas que se barajaban para prácticas furtivas, a la alfalfa que mi guarda les echaba al lado del regato en el que solían bajar a beber o al nuevo alumbramiento, semimágico, con que nuestros montes nos regalaban después de una ausencia casi secular de este cérvido en tantos lugares… y, si fuera esto último, poco importaba la explicación.

Y si no fuera esto último, creo que tampoco importa mucho la explicación, porque ¿qué han hecho las cuadrillas de caza, sociedades de cazadores, cotos privados o administraciones de variado rango? Dicho de otro modo, ¿qué se ha hecho desde el mundo de la caza ante este regalo? Nada. La respuesta es nada, salvo excepciones muy contadas. Y nada quiere decir, en este caso, casi nada.

El ‘casi’ se acoge a establecer calendarios a placer de los cazadores, establecer cupos de caza basados en el queseyó y llevar a cabo manejos, en el mejor de los casos, improcedentes con esta especie. Véanse los resultados. Y, hombre, no habría por qué echarse otras cuentas si éste es el maná que nos viene en estos momentos.

Pero digo ‘habría’, condicional. ¿No deberíamos manejar nuestras poblaciones sobre la base de la argumentación biológica de la especie? ¿No deberíamos llevar un control sobre aquello sobre lo que incidimos de manera tan importante como es mediante la eliminación de una parte significativa de sus poblaciones? Y ahora no pregunto, sino afirmo: deberíamos llevar a cabo el ejercicio de la caza apoyado en estudios sobre las poblaciones que nos encauzaran en el manejo, nos aconsejaran en las extracciones y nos preveyeran sobre su recorrido. Y no hablo de complicados, largos e inadaptables estudios científicos, sino del establecimiento de una serie toma de datos que, al menos, nos permitan hacer una estima sobre la trayectoria de nuestras poblaciones, desde que las cazamos.

Y la evidencia cae por su peso, pues, ante la perspectiva de solucionar algún problema, lo primero que hacemos es mirar hacia atrás, buscar en aquello que nos ha llevado al momento del problema e intentar en ese mismo recorrido, encontrar las soluciones que nos permitan seguir adelante.

¿Adónde miramos cuando lleguen los problemas con el corzo? Dicho de otro modo, ¿qué estamos haciendo ahora que, aquellas poblaciones que parecían no tener fin en su incipiente expansión, menguan a día de hoy de manera ostensible? Eso, y la reducción en la calidad de los trofeos, son dos problemas a los que nos debemos enfrentar hoy.

Que no se hable en público de ello o que no sea noticia de portada en el mundo de la caza no quiere decir que no esté ocurriendo: regiones señeras en la producción de corzo ven reducidas de manera importante sus poblaciones.

Serranías insignes a la hora de presentar trofeos de corzo cada temporada, se ven impotentes a la hora de buscar un trofeo de calidad. Muchas a lo largo de los campos españoles; no hablamos de un hecho aislado, de un rumor de una comarca ni del parecer del guarda del coto de la finca Tresbolilla.

Aunque se ha hecho una buena faena, Víctor no se queda nada satisfecho y necesita saber más de las poblaciones de caza, tanto menor como mayor que hay en el coto: “Caballeros, con estos datos no podemos planificar capturas como Dios manda para la temporada que viene”.

Creo que hay un problema y de alguna manera pone coto a esa euforia sobre la expansión del corzo. La solución pasa por conocer el estado de las poblaciones, analizar el recorrido de las mismas, ver cómo han variado parámetros analizados en los individuos abatidos, las edades, los grupos de… ¡ah!, esperen: que no había nada de eso. Que no tenemos prácticamente nada de nuestras poblaciones de corzo y, por tanto, no podemos saber qué ha podido suceder con las mismas.

Fantasear e imaginar, mucho, pero sobre el papel no tenemos nada. No tenemos tarea hecha y, por tanto, y al no tener una recogida sistemática y disciplinada de nuestro corzo, no tenemos nada para proponer ante esta cadena de complicaciones.

 

¿Igual que se nos vino, se nos irá?

Esperemos que no. Aún estamos a tiempo y, en todo caso, es el conocimiento de las poblaciones los que nos debe dar argumentos para que éstas reinicien su recuperación, podamos volver a disfrutar de altas densidades y, sobre todo, de excelentes trofeos que mejoren cada año.

Ahí debe estar implicado todo el colectivo de la caza, desde la sociedad a los cotos privados o la administración. Debemos adquirir conocimientos para que el devenir de las poblaciones corceras no sea fruto de un aparente azar y sí de nuestro buen hacer.

Los cazadores deberían estar a la cabeza de la investigación en aquellas especies sobre las que inciden para que prevalezcan en nuestros campos en densidades óptimas. Con nuestro corzo debemos dar un paso adelante y agarrar la situación ahora que aún podemos hacernos con ella.

 

Texto: Patricio Mateos-Quesada (Biólogo. Grupo Corzo de la RFEC)
Fotos: Luis E. Fidalgo, Emilio Arias y Redacción

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