Tom Gullick, cazador, ornitólogo y conservacionista
Hace unos meses, a los 92 años, falleció Tom Gullick, un inglés afincado en Villanueva de los Infantes, que durante 40 años organizó ojeos de perdiz por toda La Mancha, trayendo sobre todo cazadores internacionales, especialmente compatriotas. Hasta aquí nada anormal.
Pero este inglés alto, de ojos azules, con pinta de explorador británico, era una persona muy especial. Para empezar era un conocido ornitólogo inglés que un día decidió convertirse en organizador de ojeos y así vivir en el campo y del campo. Eligió esta conocida localidad manchega como centro de operaciones, compró unos terrenos y construyó un amplio cortijo con varias habitaciones en las que alojaba a sus cazadores. Llegó a gestionar treinta mil hectáreas y tener a su cargo 25 guardas de caza. Cuando cogía una finca miraba la densidad de perdices que tenía y acordaba con el propietario una serie de mejoras de hábitat, sobre todo qué tenía que sembrar y dónde, para elevar así la densidad natural, y antes de cualquier ojeo hacía un conteo para saber cuántas perdices debía cazar para dejar la suficiente madre. Y si la finca, por la razón que sea, no tenía suficiente perdiz, no la cazaba.
Y es que antes que organizador de caza Tom era un conservacionista convencido, y nunca traicionó estos principios. Cuando la perdiz de granja empezó a ponerse de moda, él siempre la rechazó porque decía que no era natural, que la caza sólo era posible si la pieza, en su caso la perdiz, había nacido y se había criado en el campo. Aguantó varios años esa competencia desleal hasta que en el 2010, un mal año de cría le impidió seguir cazando. Pero como he dicho Tom era también un reconocido ornitólogo y cuando terminaba la temporada de caza organizaba viajes ornitológicos por todo el mundo. De hecho tiene el récord mundial de más aves vistas por una persona en su vida, más de nueve mil.
La primera vez que lo conocí y entrevisté en su casa de Villanueva de los Infantes, el día anterior al ojeo que iba a celebrar en Las Ensanchas, finca de Patricia Maldonado, dos cosas me llamaron la atención. La primera fue que nada más saludarlo me dijo que lo acompañara a la parte trasera de la casa, abrió una puerta y sólo había oscuridad porque ya era de noche, y me dice: ¿Qué ves? Le dije que qué iba a ver si era de noche, quizá alguna estrella brillase en aquella oscuridad. Entonces me dice que cuando compró los terrenos para hacerse el cortijo también compró los terrenos de detrás de su casa para que nadie pudiese construir nada y le quitase esa oscuridad y esa paz natural. Ahí me di cuenta que su mentalidad no era muy común. Luego cuando pasé a su despacho tenía un mapa mundial lleno de chinchetas y cuando le pregunté me dijo que las chinchetas marcaban los lugares del mundo en los que había estado viendo aves. ¡Había estado en todo el mundo! y ese mapa tan marcado te hacía entender que tuviera el récord mundial de más aves vistas por una persona.
La segunda vez que lo visité en compañía de mi amigo, y también ornitólogo, Javier Hidalgo, para otra entrevista le dejó perplejo que le dijera que la Sociedad Española de Ornitologia, la SEO, estaba muy beligerante con la caza. “Cómo es posible”, me dijo, “si ornitólogos y cazadores tienen los mismos intereses y deben siempre caminar juntos”. En su cabeza de conservacionista y ornitólogo convencido, además de gestor cinegético, no cabía ese enfrentamiento. Toda su vida, todos sus actos fueron a favor de la naturaleza, incluso en algunas actuaciones empleó parte de su patrimonio. La caza bien entendida, y él solo la entendía así, era una de las mejores herramientas de conservación, y lo había demostrado durante muchos años. Qué dirían los ecologistas de una persona que se considerase ornitólogo y conservacionista y se ganase la vida organizando ojeos de perdiz. Seguro que nada bueno, salvo que lo hubieran conocido. Tom fue ante todo una persona coherente con lo que hacía y lo que pensaba. Siempre huyó de la caza artificial, y para él la perdiz de granja lo era porque ni había nacido ni se había desarrollado en un ecosistema natural. Por eso cuando, por culpa principalmente de la sequía la perdiz salvaje tuvo un pésimo año de cría, jamás se le pasó por la cabeza soltar perdices de granja. Prefirió no celebrar más ojeos.