Adiós, Jara

Adiós, Jara

Hoy he sacrificado a mi perra Jara con 16 años y una decadencia palpable. En el veterinario, mi mujer, mi hijo menor y yo la hemos estado acariciando hasta que se ha quedado dormida con la anestesia.


Una vez dormida, nos hemos salido para que le pusieran la inyección letal. Luego nos la han entregado en una bolsa negra, la hemos llevado al pequeño jardín de la parte trasera de la casa, la hemos sacado de la bolsa y la hemos enterrado en un profundo agujero que excavó mi hijo. Le hemos quitado la bolsa porque lo natural es que su piel esté en contacto con la tierra y la estercole, el último beneficio que hará Jara a este mundo incluso después de muerta. Y aquí este invierno quiero sembrar en su honor un alcornoque.

Jara me la regaló mi amigo Paco Arcabuceros, criador de esos pequeños podencos tan famosos. Hacía tiempo que quería tener un labrador por ser muy buenos cobradores, inteligentes y tener un buenísimo carácter, importante cuando tienes dos niños pequeños que no van a parar de hacerle, nunca mejor dicho, perrerías. Paco me mandó la perra con seis meses, y enseguida se hizo a la familia. Era una cachorrona por edad y condición, pero también tenía cierta madurez.

Los labradores tienen un solo color de capa y Jara, como así la bautizamos, siendo negra, tenía en el pecho un bonito parche blanco, un blanco que también aparecía en sus pies. Estos blancos me sugerieron que Jara no era una labradora pura, pero no me importó porque ese cruce, posiblemente con un setter o un braco, la hacía un poco más estilizada, y menos cabezona. También sabía por veterinarios amigos, que el cruce de dos razas de caza puras dan buenos ejemplares. Comencé a tirarle cosas y me las traía con total rapidez y naturalidad. Como vivo en zona costera, la llevaba a la playa y le tiraba palos a las frías y revueltas aguas del Atlántico y Jara se iba a por ellos sin importarle las olas. Sabía que los labradores eran consumados cobradores, sobre todo en el agua. De hecho el nombre de esta raza proviene de la península de Labrador, en el noroeste de Canadá, donde los pescadores los empleaban para coger cualquier cosa que se les caía de los barcos en esas frías aguas.

Yo quería un perro de cobro porque me gustaba mucho el puesto fijo, y aunque también cazaba al salto, lo que más me importaba en un perro es que cobrara bien.

La primera vez que la llevé de caza no lo recuerdo, pero comprobé que como perro cobrador no tenía rival. Pero desde el primer día. Sin enseñarle nada. Algo innato. No sé qué abatí, quizá una perdiz o un zorzal, fue directamente a donde cayó la pieza y me la trajo corriendo. Si no veía dónde caía la pieza, solo tenía que tirarle una piedra por la zona caliente y rebuscaba aquí y allá hasta encontrarla. Me di cuenta que se orientaba también por el oído. Estando conmigo en puesto fijo, a veces tiraba piezas que no podía ver, pero tras el tiro se quedaba como escuchando y cuando oía el plof en el suelo salía corriendo y llegaba al sitio como si tuviera un GPS. También me sorprendió lo obcecada que era cobrando. Como hubiera visto caer la pieza no dejaba de buscar hasta encontrarla, gastando el tiempo que tuviera que gastar.

Recuerdo un día que me la llevé a cazar a los terrenos sociales de mi pueblo, Calañas, donde la caza es escasa y dura. Mis amigos —Lolo, Borrero, Morián, Lobi— llevaban dos o tres podencos cada uno. Uno de ellos hizo el chiste diciendo que íbamos a cazar, no a “labrar”. Salimos todos en mano y se levanta un bando de perdices en un espeso jaral, caigo una en mitad de la mancha y más de uno comenta lo complicado que va a ser cobrarla. Vi que Jara la había visto caer e iba a por ella, y dije a mis compañeros que no había problemas, que la encontraría. Al momento ya venía la perra con la perdiz en la boca. Todos nos dispersamos cazando al salto para volver al lugar después de algunas horas y comer juntos. Bueno, yo me presenté con tres perdices, más que las que traían todos juntos. Era un año de muy poca perdiz, pero supe aprovechar los tres lances que tuve. Una me la mostró la perra a su manera y otra, que daba por perdida, la cobró alicortada después de un cuarto de hora de búsqueda y muy lejos de donde cayó. Tuve suerte por tener tres perdices a tiro, pero si no llevo la perra, me vengo bolo.

Estos últimos meses la decadencia de la perra se veía por días. Llevaba sorda más de un año, creo que empezaba a tener cataratas, las articulaciones las tenía muy mal y apenas quería andar. Y muchos días amanecía rodeada de su propia orina. Hoy terminó todo pero espero que me haga un último favor estercolando ese alcornoque que plantaré en su honor. Bueno, y ya sabéis lo buena que era Jara.

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