Batidas por daños al jabalí, un error con consecuencias
Cuando llegan estas calurosas fechas, el cazador clamoroso de piezas mayores, suele encontrarse aletargado. La prole, la familia, su urbanizado clan, le arrastran a una inerte concentración de arena llamada playa. Él intenta solícito fingir que el tiempo de relax y forzada parrillada humana bajo el sol le satisface.
Agosto confunde a los hijos de Artemisa
El catorce de agosto era consagrado por los romanos a Diana-Artemisa, diosa de la caza. Los celtas tenían en estas fechas la fiesta de Lugnasad. El dios Lug garantizaba la victoria en la guerra y en la caza por la fuerza de la magia y la astucia. A él se encomendaban los druidas galaicos y astures en sus hechizos propiciatórios.
Es en este tiempo cuando la caza mayor se nos presenta, como una época de cría y descanso para las especies y para los montes, presa de un concepto de deportividad y sostenibilidad irrenunciable. No siempre fue así. En su decimonónica obra titulada El cazador gallego con escopeta y perro, D. Froilán Troche y Zúñiga se quejaba, por aquellas fechas, de que la proliferación de armas después de la guerra contra el francés, y la aparición de las de dos tiros, estaban acabando con la caza en Galicia.
Loable y deportiva reflexión de quien fue un precursor de inquietudes conservacionistas evidentes. Pero al tiempo que nos cuenta esto, no se corta en describirnos cómo se utiliza el llanto de las crías para atraer a la madre y recibirla con un buen escopetazo.
Batidas por daños
Esto, que a todos nos parece una barbaridad, y lo es, sí que debería servirnos como reflexión sobre un tipo de cacería que en Galicia se prodiga por estas fechas, y que también tiene mucho que ver con las crías. Hablo de la Batida por daños al jabalí.
Grave error legislativo
A algún cazacantano metido a legislador se le ha ocurrido hace un montón de años el repetitivo mantra legislativo que dice «…Quedará prohibido disparar sobre hembras seguidas de crías». ¡Qué lumbrera! Sabía el autor de la frasecita de jabalíes lo que yo de física cuántica. Nadie jamás habrá visto en una batida una hembra huir seguida de sus crías, así tan fácil y de buenas a primeras.
Las matriarcas, con sus camadas en peligro jamás huyen en linea recta fuera de la mancha. Primero darán los rodeos al encame que fueren necesarios, hasta asegurarse de que toda la jauría la sigue. Solo en ese momento, cuando está segura que ella, y sólo ella es el objeto de la persecución y consciente de su papel de señuelo, sólo en ese momento emprende la huida con el fin de alejar a los perros del encame donde sus crías permanecen escondidas. Su intención es burlar tarde o temprano a sus enemigos, y después de un gran rodeo regresar horas más tarde al encame para llevarse a su prole a zonas menos peligrosas.
Desgraciadamente, esta estrategia se verá fatalmente interrumpida por la certera bala de un montero, que desde su postura, y cumpliendo estrictamente la norma, habrá disparado sobre una hembra que no iba seguida de crías. Eso mismo me pasó con aquella jabalina que abatí, hace ya tantos años; cuando vi sus mamas rezumar leche comprendí que de un disparo había matado toda una camada.
El concepto de la hembra seguida de crías sirve para las esperas, en ellas se pueden ver grupos matriarcales enteros, desprevenidos. Es entonces cuando se puede ser selectivo y tirar a las hembras o machos jóvenes de la anterior camada. Pero lejos de fomentar las esperas de este tipo, tanto la administración, como las organizaciones cinegéticas, parecen preferir la batida, clamorosa actividad que hace creer a los agricultores que se están tomando medidas. Unos y otros, creo yo, son conscientes de que esto es un placebo.
A la administración le interesa sacarse de encima a los sindicatos agrarios, a estos hacer politiqueo para ganarse el aplauso de sus afiliados, y a los representantes cinegéticos les interesa hacer mutis por el foro y no aparecer como los malos de la película reclamando la incorrección política de no hacer batidas y sí esperas.
Conveniencia de abatir crías
Concediendo el beneficio de la duda a la batida agosteña por daños, hay una forma mejor de afrontarla, esto es, proponiendo la obligatoriedad de abatir crías. ¡Dios mío!, ya se han alarmado todos por culpa de las tonterías que suelto por esta bocota mía que Dios me ha dado. Yo matizo, tonterías no. Lo que resultan, con seguridad, son inconveniencias.
A nadie les gusta esta idea, ni siquiera a la tertulia de predadores del chiringuito, pero una vez explicada, la cosa cambia.
Últimas consideraciones
Como resulta difícil explicar a los agricultores que es mejor para ellos no tirar a los jabalíes grandes y sí a la prole —si no se intenta, es imposible—, pienso que este derroche cinegético en agosto nos pasará factura más pronto que tarde.
Y mientras, los ecologistas ni están ni se les espera, al fin y al cabo, los peludos jabalíes galaicos no parecen gozar ni de la belleza, ni de la consideración de las focas de Canadá, ni de los raposos de Portomarín.
Será que la principal organización ecologista gallega pertenece a la misma corriente ideológica de los sindicatos agrarios que piden vendetta contra el suido… Sea como sea, los recursos naturales no son inagotables, el jabalí tampoco, y no porque nade en la abundancia es ético hacer las cosas de cualquier forma.
Atardece en el chiringuito playero, los machos predadores de la especie abandonan el cobertizo de paja en pos de sus cuevas, y yo me quedo contemplando la puesta de sol, con ganas de invitar a una Estrella, bien fría, al lumbrera que se le ocurrió lo de «no tirar a las hembras seguidas de crías»… Esto no tiene arreglo.
«Papá, papá… ¿Nos compras un helado?… Sí, claro… por supuesto».
Publicado en la revista Caza Mayor de agosto de 2010