José Luis Charro Caballero
06 dic. 2017 - 6.609 lecturas - No hay comentarios
En cada época se ha cazado de una manera, han cambiado las armas y por ende han cambiado las estrategias, aunque lo más importante han sido los cambios en la sociedad. Desde el origen de los tiempos, en que el hombre era solo cazador, a la época actual la evolución ha sido continua. Hubo un tiempo en que cazar, salvo para nobles y reyes, era ir por comida al monte; lo que actualmente no es, la mayoría de las veces, el objetivo principal.
Este deporte que se practica alejado de la ciudad, a veces muy lejos de ella, nos permite volver a la naturaleza, sentirnos libres y revivir de un modo atávico la relación del hombre con la presa.
Cazar siempre ha sido ilusión, cazar siempre ha sido idealizar. La persecución de la pieza, para conseguirla, es un proceso complicado, donde no hay seguridad en el éxito; pero en el que no hay fracaso porque el hombre nunca se sentirá vencido, pues cazar es volver a nuestro hábitat ancestral y ver la historia de la humanidad escrita en el medio natural. Es en el proceso de conquista, con las dificultades que interponen la gea, flora y fauna, donde están encerrados todos los matices que ilusionan al cazador, y que superan la simple estética contemplativa.
En toda exploración de la incursión venatoria es muy importante la técnica, cada montero la habrá aprendido posiblemente de sus mayores. Al aplicar sus habilidades lo hará respetando la dimensión ética que tiene el paisaje, porque todos tenemos un compromiso de gestión responsable del territorio; así al campear observará, como experto naturalista, todas las señales que emite continuamente el monte, que es el espacio donde están los sueños del cazador, y que éste ha de saberlas interpretar para respetar la dignidad de la naturaleza. La práctica de este deporte añade a su estética la ética de nuestra identidad cultural.
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