Evitar la muerte

No se trata exactamente de evitar la muerte, que también, se trata sobre todo de posponerla, demorarla, no verla en directo y menos que haya sido provocada por el hombre. Esta es la gran hipocresía medioambiental de nuestro tiempo.


La muerte es fea, trágica, y lo peor, irreversible. Además no es políticamente correcta. Por eso la evitamos siempre que podemos, y hasta inventamos mil artimañas para no enfrentarnos a ella, al menos en ese instante que somos espectadores. Si tenemos la mala suerte de presenciarla, sólo la justifica el sagrado acto de la supervivencia animal, y humana, pero sólo en casos muy extremos.

Valga esta introducción para abordar el control poblacional de las especies, de determinadas especies y lo que cuesta hacerlo, si se hace.

Hace poco lo hemos visto con el lobo y la prohibición de eliminar alguno, aunque haya muchos y estén dando problemas a muchos ganaderos y dejando sin venados, corzos o jabalíes a muchos cotos de caza mayor. Lo mismo pasa con otras especies, por ejemplo garcillas bueyeras, cigüeñas blancas, cotorras argentinas o abejarucos que se asientan junto a las colmenas de un apicultor y la abeja que sale a polinizar se la comen sin más. Si son medio centenar no pasa nada, pero si son cientos todos los días, la colmena puede estar en peligro. Un amigo apicultor fue a Medio Ambiente a quejarse que cientos de abejarucos sobrevolaban todo el día sus colmenas y abeja que salía a polinizar se la comían. Medio Ambiente le dijo que lo sentía mucho y que lo que podía hacer era poner un techo amplio de alambrada pajarera a las colmenas. A mi amigo le daban una solución absurda, porque una vez que las abejas abandonaran la jaula construida, seguirían acabando en los buches de los abejarucos. Si la jaula ocupase varias hectáreas…

Antiguamente el apicultor pegaba cuatro tiros, el guarda de caza hacía lo mismo cuando sufría la invasión de cigüeñas y garcillas y se establecía un poco de orden. Hoy estas y otras especies están protegidas y por tanto son intocables, y quizá por ello haya demasiadas en determinados lugares y hagan daño al ecosistema y a otros intereses humanos.

Sin embargo, las autoridades miran para otro lado para al final no arreglar el problema, quizá trasladarlo a otro lado y que allí se las arreglen. Las benignas temperaturas hacen que las cigüeñas no se vayan ya a África y estén con nosotros todo el año, y por tanto tienen que comer, incluso en estaciones que, aunque ya no hiele, la vida se ralentiza, y los peces o los anfibios, no se dejan ver mucho. Suele ocurrir que estas aves, omnívoras, descubren un basurero y acuden por miles a alimentarse de restos de comida, pero después de saciar su apetito visitan charcas y otros humedales llevando en sus patas miles de bacterias que pueden contaminar. Pero no pasa nada. Se obliga a sellar el vertedero para que no puedan acceder a él y que se busquen la vida. Yo me lavo las manos. Me figuro que los humedales de la zona y sus prados sufrirán durante un tiempo la excesiva predación de estas zancudas hasta que poco a poco se vayan buscando nuevas zonas donde buscarse la vida. Y digo yo, por qué no se eliminan un determinado número de animales hasta equilibrar esas poblaciones. No pasaría absolutamente nada, salvo que los ecosistemas de la zona no sufrirían una predación sistemática y una posible infección bacteriana. Pero ya digo, ningún político se atreve a autorizar algo tan necesario.

Otras veces se recurre a la captura con redes o trampas, para aplicarles luego no sé qué eutanasia, incluso a una complicada y carísima esterilización que no es más que prolongar la agonía de unas poblaciones que hay que reducir sí o sí. Sí, los expertos dicen que hay que reducir la población, pero está muy feo quitar, físicamente, la vida a alguien, así que vamos a esterilizar. Pura ingeniería vital, pura hipocresía. El hombre forma parte de la naturaleza, y tiene capacidad para entenderla y si es necesario, reconducirla, y una forma ha sido y es eliminar ejemplares sobrantes de una forma eficaz y rápida. Y no como ahora, que cualquier cosa, por cara o rocambolesca que sea, vale con tal de evitar la muerte en vivo y en directo.

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