Las justas reivindicaciones del campo deben ser escuchadas

Las justas reivindicaciones del campo deben ser escuchadas

Intentar comprender la PAC, hacerlo cada primavera, es resolver un jeroglífico dentro de un laberinto. Agricultores y ganaderos dedican demasiado tiempo y excesivos recursos a una burocracia indigesta con origen en la UE y desarrollo en los gobiernos nacionales que ha colmado el vaso: cuaderno de campo digital, recintos, pilares, eco condicionalidad, degresividad… Y una legión de asesores, técnicos, funcionarios y carguillos, para atender el pago de unas ayudas sin las que la gente que nos da de comer tendría que cerrar.


A la burocracia que anega las casas de nuestros agricultores y ganaderos, hay que sumar las sanciones y un sector eternamente en crisis pese a su carácter esencial y necesario. Sin la agricultura no hay nada. No podemos comer papeles. Los de los tractores son los que los nos alimentan y nos permiten comer a precios razonables.

A la maraña de burocracia y normas se suma el aumento desproporcionado de costes que han sufrido en los últimos años los del campo. Abonos por las nubes, gasoil disparado, productos fitosanitarios a precio de oro, y así un suma y sigue que han convertido la agricultura en un imposible. Sin hablar de las dificultades y responsabilidades en la contratación, y seguridad social desajustados a la realidad económica de este sector.

Nuestro sector primario está muy tocado. Basta ver el telediario para certificar que los males del agricultor y el ganadero español son los mismos o asimilados de su colega alemán o francés. La lectura está bien clara: Europa no lo está haciendo bien con el sector primario cuando la indignación de los agricultores franceses ha prendido como la gasolina en toda la UE y amenaza además con extenderse a otros sectores.

Y es lógico que nuestros productores estén hartos, que estén cansados de ver cómo, mientras el aceite vale a 10 euros en el supermercado, ellos no vean cómo se les traslada el mayor precio que pagan los consumidores. Y así con las naranjas, o con los pollos, o con las ovejas… o casi con lo que se pongan.

Ello sin hablar de la paradoja del hacerse trampas al solitario del ciudadano europeo, que mira con lupa, sanciona, limita y prohíbe al agricultor español o italiano, mientras hace la vista gorda, mira hacia otro lado e importa el aceite, la carne, los cereales o los productos de otros países en los que las condiciones de trabajo están a años luz de las de nuestros productores. ¿Les obligan a los agricultores de otros países a hacer esos sesudos cursos sobre fitosanitarios o les aplican las mismas limitaciones medioambientales que a las explotaciones españolas? ¿Tienen que llevar el cuaderno de campo digital? Inspecciones de trabajo, tributarias, recargos de prestaciones, protección de datos, prevención de riesgos laborales, sanciones de tipo y una maraña de prohibiciones, limitaciones y condiciones han minado la productividad y rentabilidad del sector y lo peor, la ilusión de quienes siembran nuestros campos.

Solucionar un problema que viene de lejos es siempre difícil, pero las reivindicaciones de nuestros agricultores y ganaderos son justas y hay que apoyarlas. Y los gobiernos, atenderlas.

 

Santiago Ballesteros es abogado, especialista en derecho agrario y medioambiental.

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