Un joven cazador gallego termina con el sufrimiento de un corzo al que la Cephenemya stimulator le estaba quitando la vida
Crónicas de caza

Un joven cazador gallego termina con el sufrimiento de un corzo al que la Cephenemya stimulator le estaba quitando la vida

Un cazador abate un bonito ejemplar de corzo al que tenía agonizando ‘la mosca’, una enfermedad temida por todos los amantes del Capreolus capreolus.


Un joven gallego ha querido compartir con nosotros un rececho con un sabor agridulce. Alejandro nos contaba, muy triste, cómo se encontró al animal infestado por la Chephenemya Stymulator.

El cazador

Alejandro Álvarez es un cazador orensano de 27 años. Natural del pequeño pueblo de Punxin, lleva más de media vida practicando la actividad cinegética, una pasión que ha heredado de su progenitor.

Siendo tan sólo un niño empezó a acompañar a su padre a batidas de jabalí, unos momentos que tienen para él un incalculable valor sentimental. Le doy gracias a mi padre por meterme esta gran pasión en la cabeza y, sobre todo, en el corazón

Aunque se venía definiendo a sí mismo como un cazador puramente de mayor, hace alrededor de 3 años, “un jueves de Diciembre”-recuerda- se cruzó en su camino la Dama del Bosque. Una jornada tras las becadas en compañía de un buen amigo y un lance tan duro como emocionante, marcaron un antes y un después en su vida como cazador. Su levante, su vuelo y su morfología hacen que en mi caso muchas veces me quede embobado viéndola salir, pensando en levantar la escopeta y dispararle. Los brazos no me respondían de lo absorta que esta mi mente viendo ese pájaro volar.

Por eso hoy en día tiene el corazón dividido entre la caza menor y la mayor. De esta última se considera un jabalinero empedernido, al haber sido la primera caza que vivió de la mano de su padre. Sin embargo, el rececho del Capreolus en sus queridos montes gallegos, es su mayor pasión dentro de la caza mayor.

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Cómo fue el rececho

El pasado 18 de julio, con las primeras luces del día, Alejandro ponía rumbo al monte en busca de un macho que anduviera cortejando. El ritual es siempre el mismo: Llegar con sigilo a la ventana de monte que me permita visualizar la Campa; retirar las hojas del suelo para evitar ruidos y por último dejar que el monte se calme unos minutos.

Una vez nuestro protagonista se había instalado convenientemente, trató de llamar la atención de algún ejemplar utilizando el reclamo Nordik Roe. Primero emitiendo sonidos similares al de una cría, y acto seguido, el de una corza en celo. Estuvo haciendo llamadas durante 20-25 minutos, pero no obtuvo respuesta.

Decide entonces recoger y probar suerte en un robledal cercano. De nuevo, ni rastro de los corzos. De vuelta al coche recibió la llamada de un amigo, quién le contó emocionado que había finalizado su rececho con éxito, con un macho de 6 puntas. Me pregunta qué tal me va la mañana y le digo que no había visto nada. Me recuerda que, en una batida de jabalí, a finales de febrero, con sus perros, había levantado un corzo aparentemente de buena cuerna y me insta a ir a la zona por si diera la casualidad de que siguiera en ese paraje.

Esperanzado, tras colgar el teléfono, parte hacia la localización. Estaba a tan sólo 15 minutos, tiempo suficiente para trazar la estrategia y preparar la entrada.

Aparca el coche a un lado de la carretera, coge su Benelli Argo Endurance cal. 30.06 con visor Nikko Stirling 1.5-6x44 y se adentra en un camino que, a escasos 200 metros, daba vista a un pinar tupido y una pasantía. Empieza a reclamar y la suerte sigue sin ponerse de su parte.

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Vistas desde el trípode.

El lance

Decide colgar el rifle al hombro, cerrar el trípode y volver hacia el coche cuando… una alocada carrera por mi espalda me hace quedar inmóvil. El animal pasa a escasos 30m de mí por mi izquierda y se va monte abajo sin percatarse de mi presencia.

Sigilosamente, abre trípode y apoya el rifle. Vuelve a hacer sonar el reclamo y en apenas 30 segundos, el corzo que acababa de pasar por su espalda le entra por la pasantía del jabalí como si de un lance de batida se tratara. Doy un silbido y el corzo se detiene dándome la paletilla perfecta. El 30.06 hizo el resto. El corzo emprende carrera monte abajo sin acusar el disparo. El cazador pensaba que lo había fallado, pero le parecía prácticamente imposible dada la distancia a la que había efectuado el lance.

Comienza a caminar por donde había huido el animal y cuál sería su sorpresa al encontrar manchas de sangre. A cada paso, más se teñía el terreno de rojo y a pocos metros: el duende. La felicidad que sintió en ese momento es indescriptible.

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Una victoria agridulce: aparece la mosca

Tras hacer las fotos de rigor y cargar el animal a hombros, vuelve al coche y conduce hasta casa dispuesto a despiezar al animal y preparar su carne para, en un futuro cercano, disfrutarla con familia y amigos.

Al limpiarlo descubre algo que lo entristece enormemente: el conducto nasal lleno de larvas de cephenemyia. Extrajo alrededor de 45. “Pobre animal”-pensó- “muy mal lo tenía que estar pasando”. En parte sintió alivio al haber evitado el sufrimiento a un ejemplar que tenía, a buen seguro, el futuro hipotecado.

“De la caza nunca se sabe lo suficiente. Por muchos años que lleves practicándola, siempre te quedará algo que aprender. Yo de la becada, y del corzo especialmente, me estoy informando constantemente. Me considero un estudioso de las piezas que abato, con la ética siempre antes que el gatillo”.

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