‘El Raru’, un corzo digno de admirar y un lance de infarto
Asturias

‘El Raru’, un corzo digno de admirar y un lance de infarto

Un joven cazador abate un corzo asturiano con un peculiar trofeo. Hablamos con él y nos detalla cómo consiguió, tras mucho esfuerzo y dedicación, este extraño corzo.


El asturiano Daniel Iglesias tiene 31 años, vive en Felguerúa y es un apasionado de la actividad cinegética, aunque esta afición no le viene de familia. Ni sus padres, ni sus abuelos eran cazadores, sin embargo, tuvieron toda la vida ganado lo que le hizo estar en contacto con la naturaleza y la fauna desde que era un niño lo que fue despertando su interés por la caza.

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Detalle de la cuerna atípica de este excepcional corzo asturiano.

Su trayectoria como cazador

Con 12 años ya compraba todas las revistas de caza que podía y dedicaba mucho tiempo a leer sobre la actividad. Así fue, poco a poco, adquiriendo conocimientos que le sirvieron de base para iniciarse en el mundillo con 14 años cuando decidió acompañar a un amigo de su padre, con los perros.

Ahí comenzó su carrera cinegética: primero como montero y al cumplir los 16 como tirador. Precisamente al cumplir los 16 años participó-acompañado-en la primera batida de su vida, en la que, para sorpresa de todos, el joven logró hacerse con un corzo. Un corzo que quedó grabado en su memoria —¡y en la prensa!— dado lo difícil que es que una persona logre abatir un corzo en la modalidad de batida durante su primera jornada de puesto.

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Hoy en día su modalidad favorita es la batida de jabalí con perros de rastro, típica de la región asturiana. De septiembre a febrero, bien con sus perros-en el coto de Aller-bien con el rifle al hombro-en el coto de San Martín del Rey Aurelio- Daniel no pierde un fin de semana jabalinero. Además, es aficionado a los recechos y a la caza menor; el cazador cuenta en su haber con ciervos, gamos y rebecos, aunque reconoce que estos últimos son los que más le gusta recechar dada su dureza y dificultad. En cuanto a la pluma, Daniel se decanta por la codorniz en media veda, para la que cuenta con la ayuda de sus compañeras: Xila y Linda una setter y una pointer respectivamente.

El joven asturiano había acompañado a varios amigos tras los corzos, pero él, por circunstancias de la vida, nunca había recechado uno, hasta que su suerte cambió el pasado fin de semana… ¡y de qué manera lo hizo! Logró abatir un ejemplar al que había bautizado semanas atrás, dada la peculiaridad de su trofeo, como El Raru. Ese animal le quitaba el sueño por las noches y encabezaba, desde la primera vez que lo avistó, su lista de prioridades cinegéticamente hablando. «Fue amor a primera vista» —asegura.

En el rececho utilizó un rifle Tika T3 calibre .300WM con una bala Federal Nosler Partition y un visor Delta Titanium.

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Daniel junto al corzo instantes después de abatirlo.

Comienza la aventura

Llevaba más de un mes detrás de él, desde que su gran amigo Daniel Cepedal lo localizó por primera vez en el coto de San Martín. Era un ejemplar por el que nadie había mostrado interés por ser un corzo “raro”, poco convencional. Fue precisamente esa rareza la que hizo que Daniel se enamorara de él. Estuvo yendo todas las semanas durante el último mes a intentar verlo, aunque el ungulado no salía prácticamente del monte dificultando mucho la labor de observación previa a la cacería.

El viernes 21 empezó el rececho en compañía del guarda y aunque Daniel pensaba que sería relativamente fácil encontrar al animal al haberlo visto en ocasiones anteriores y al conocer ya las zonas que más frecuentaba, se equivocó. El Raru le puso tan difícil el rececho como su control semanas atrás.

Ya era prácticamente de noche cuando vio a lo lejos un animal que, con casi toda certeza, era él, pero la falta de luz les impedía valorarlo correctamente y ante la duda, cazador y guarda tomaron la sabia decisión de no arriesgar.

El sábado le acompañaron varios amigos. Por la mañana, cada uno de ellos fue a otear una zona distinta con los prismáticos, pero no lograron verlo por ningún lado, «parecía que se lo había tragado la tierra».

Por la tarde, volvieron a intentarlo. Esta vez sonó el teléfono de Daniel: era un amigo que tenía el corzo a unos 100 metros pastando tranquilamente al lado de un hayedo. Sin pensarlo dos veces el guarda y él intentaron hacerle la entrada, a pesar de no tener mucha luz pues eran cerca de las 9 de la noche.

Cuando llegaron al lugar, un ganadero que venía caminando, espantó al animal que huyó a lo tapado junto a una hembra.

El domingo amaneció lloviendo y con mucha niebla, y aunque la lluvia no era impedimento, la densa niebla no permitía ver nada lo que les obligó a suspender el rececho. Una jornada que recuperaron el lunes, al salir de trabajar, tarde, con cansancio y sueño acumulado, pero con la ilusión intacta.

Volvieron a verlo en una zona de prados, helecho y fallas. Sabían que era él, pero se dejaba ver unos segundos y se escondía en los hayedos. Así pasó el día entero, sin dar opción a jugar un lance. La cosa se ponía realmente fea.

El martes, último día de rececho

Daniel no tiró la toalla, tenía claro cuál era su objetivo y la suerte, al fin, se puso de su lado: a última hora de la tarde el corzo salió a una zona abierta tras una corza y cuando se cercioró de que era él —a unos 290m— apoyó el rifle en el bípode y tendido en el suelo ejecutó el primer disparo. Pensó que le había dado pero el tiro quedó bajo…

No se lo podía creer: el corzo comenzó a correr dirección a donde ellos estaban. ¡Le venía de frente, su última oportunidad!

A 140 metros en la trayectoria que llevaba el animal había un claro que el guarda recomendó al joven aprovechar para efectuar el disparo consciente de que, si lograba taparse, no volverían a verlo, y así lo hizo. Nada más apareció, Daniel lo metió en la cruz y disparó. La última bala fue la definitiva: el corzo hincaba rodilla y Daniel no podía dejar de sonreír… ¡al fin lo había logrado! «en el tiempo de descuento».

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«De lo duro que fue, es un rececho que no olvidaré nunca. ‘El Raru’: Un macho viejo, inteligente y experimentado».

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