La becada es de todos

Que conste que para mí, como cazador, la becada es una de mis piezas preferidas. Para empezar es un ave completamente salvaje, inmune a cualquier tipo de amansamiento y por supuesto a la cría en cautividad. Esto, unido a su enigmática vida y costumbres y su pasión por los bosques más salvajes, su relativa escasez —al ser migratoria, puede estar o no estar— y su exquisitez gastronómica, la convierten en una joya en cualquier percha, sola o acompañada de otras especies como perdices, palomas o conejos.


Y eso que soy cazador del sur, pero quizá por eso su aparición me provoca mayor deleite. Si fuera del norte sería sin duda un apasionado becadero. También me preocupa mucho su conservación, porque además su existencia conlleva un hábitat bien conservado y limpio de contaminación, que es lo que quiero como cazador. Naturaleza pura como ella. De hecho siempre que he podido he colaborado en su conservación y estudio, siendo socio de asociaciones cinegéticas que luchan para que la becada siga siendo la dama del bosque en todos los sentidos.

Dicho todo esto, no comparto ese insano sentimiento de propiedad de algunos becaderos, que defienden que la becada sólo tendría que cazarse con perro de muestra. Puedo entender este sentimiento, pero no lo comparto. Por ello detectan que la becada pueda cazarse en puesto fijo, incluso a la espera, cuando al atardecer vuela de sus lugares de comida a sus lugares de refugio, y viceversa. Al igual que cazando perdices puede saltarnos una becada, también estando a palomas o zorzales podemos tener la suerte de contemplar su majestuosa figura, recortada en silueta, con ese pico largo tan característico.

Abatirla supone un subidón de adrelanina, comparable, me figuro, al que sentirá el becadero más purista cuando su perro la levanta en el más bonito bosque de hayas y robles. Y lo que no soporto es cuando argumentan que cazarla a perro puesto es lo más adecuado y purista. Y lo dicen esos mismos cargados de artificialidad buscando la mayor efectividad. Me explico: perros con collares localizadores que avisan dónde está el perro y si está de muestra, escopetas de cañones cortos y cilíndricos con cartuchos de 40 gramos de finos perdigones que convierten cada tiro en una lluvia letal de plomo. Lejos quedan esos becaderos de escopeta paralela con sus cartuchos de 32 gramos y un perro con su campanilla que había que seguir con los cinco sentidos esperando esa muestra y el silencio de esa campanilla, a lo que seguía un disparo siempre difícil e incierto.

He tenido la suerte de cazar becadas en muchos lugares, allí donde las llaman también pitorras, sordas o woodcock, con perros de muestra, podencos, labradores y springers. Y en todos esos lugares también las he cazado a la espera, o en batida, o esperando palomas o zorzales, y en todos los casos he sentido una emoción muy fuerte, y no me parece bien que algunos colegas, que además se definen como puristas, me prohíban cazarla si no lo hago con un perro.

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