Animalistas, veganos y ‘la España vaciada’
No hace mucho, y con relación al Proyecto de Ley de Bienestar Animal que se estaba gestando en Castilla-La Mancha, escribía yo que es un hecho que estamos asistiendo a un cambio profundo en nuestra sociedad actual que observa cada vez más una preocupante ausencia de valores en general y unas marcadas carencias afectivas.
Comprobamos la tendencia a una sacralización de los animales en detrimento de las personas y pretendemos dotarles de «derechos» y «prebendas» que, personalmente, se me antoja rayan el disparate. Estas tendencias y modas son más acusadas en el ámbito urbano que en el rural, obviamente porque el modo de vida es mucho más individual y donde quizás se produzcan muchas más situaciones de soledad y desafección.
Si miramos a nuestro alrededor, observamos cómo se dispensan a las mascotas cuidados y servicios que probablemente se les escatimen a algunos familiares más cercanos. Por cierto que, sobre este asunto, no hace mucho, un amigo que acude con asiduidad a un centro socio-sanitario donde se atienden a pacientes de edad avanzada, escuchó decir a uno de los usuarios: «Yo estoy aquí y al gato lo tienen en el sofá». Los que vivimos en pueblos conocemos bien estas situaciones. Personas que viven gracias a las ayudas sociales, pero que poseen mascotas cuyo mantenimiento y cuidados pagamos entre todos.
Entiendo que nunca podrá hablarse de educación cuando nos referimos a un animal, sí podremos hablar de adiestramiento y este debe proporcionárselo siempre su dueño, único responsable de los actos del animal y, sobre todo, nunca podremos hablar de derechos sin hablar de obligaciones, algo que en buena lógica tampoco podemos exigirles.
Sí podremos exigir a sus propietarios un trato digno que, dentro de unos parámetros razonables, nadie podrá cuestionar y, sobre todo, endurecer los castigos a quienes teniendo a su cargo un animal no lo mantengan en las condiciones que la normativa en vigor determine.
Todo ello teniendo en cuenta que no todos los animales tienen el mismo fin, unos son meros animales de compañía y otros están destinados al trabajo u otros fines para los que fueron creados y/o adiestrados.
A todo esto ahora surge un nuevo debate en el que se nos quiere dar a entender que los problemas ambientales del mundo actual están motivados en buena parte por la emisión de gases de efecto invernadero, que provienen de los animales destinados a la producción de carne para consumo humano y que este tipo de ganadería debería disminuirse de forma drástica, o incluso se propugna su desaparición total. No sería de extrañar que estos estudios, estuviesen alumbrados por aquellos que se niegan a ingerir alimentos que proceden del sacrificio de los animales (postura respetable, siempre y cuando esta filosofía no se quiera imponer al resto de los que disfrutan con un buen chuletón). Ante tamaña exposición, algunos nos preguntamos si las ventosidades que emanan de las manadas de ñus, búfalos, cebras y antílopes de varias clases que vagan libre y abundantemente por las sabanas africanas (o de otras especies en otros continentes), si esos no contaminan.
No será que, poco a poco, lo que se pretende es adoctrinar a las generaciones futuras para que sólo coman productos artificiales y abandonen hábitos más que saludables, ignorando que la constitución del ser humano es la de un ser omnívoro y que su organismo está perfectamente adaptado para alimentarse de productos vegetales y animales, que además son complementarios. Si queremos acabar con el consumo de carne (ternera, cordero, gallinas, cerdos), estaremos eliminando unos recursos importantes en el medio rural que es donde se producen estos recursos alimentarios y de calidad que, en vez de querer eliminar, deberíamos potenciar su consumo razonable, y en el caso de España sin tener que recurrir a importaciones de estos mismos productos, probablemente de menor calidad y que sin lugar a dudas suponen un mayor gasto de energía y más contaminación por efecto de los transportes. Con lo cual, a ver si nos aclaramos.
Si no queremos ganadería también estamos poniendo en peligro un recurso primordial en nuestros pueblos, que junto con la gestión cinegética, fija población y supone una fuente de ingresos importante. El concepto «España vaciada», una cursilada inventada por el Gobierno de turno y acatada por todos los partidos aborregadamente, denuncia el abandono de los pueblos y propone fomentar acciones para su recuperación o repoblación. Pero, ¡mucho ojo!, ¿a qué precio?, porque pudiera ocurrir, y no es nada descabellado pensarlo, que los que vengan a instalarse en ellos tengan una visión bucólica y pastoril del medio rural y quizás no entiendan, que:
Aquí en nuestros pueblos, cuando llega el invierno, se mata el gorrino y se hacen chorizos, morcillas y otras exquisiteces. Y que si están al aire libre, se crían a base de berzas, bellotas, topillos, ratas, ratones y gazapos de conejos si son capaces de llegar hasta ellos, al igual que hacen sus primos los jabalíes. Por supuesto, que también comen pienso compuesto.
Que algunos corderos, cuando tienen el tamaño del borreguito del anuncio del Norit, se les desangra para poder comer unas estupendas chuletas de lechal o una suculenta carne con ajos y a sus hermanos se les vende para lo mismo.
Que los pollos y gallinas que vagan libremente por los ejidos del pueblo o los extensos cercados a modo de gallinero, es decir eso que ahora llaman de manera cursi «en ecológico», cuando ven una mierda, se la comen, cuando pillan un ratón o topillo, se lo comen, cuando alguna de ellas se encuentra herida, las demás la pican hasta descarnarla y que por supuesto, cuando llega la claridad del día, el gallo o los gallos lo anuncian varias veces con su canto estridente y sobre todo que cuando llega el momento, al gallo dominante o a cualquier otro que se determine, se le hace el cuello, dicho literalmente, es decir se le degüella para darle sustancia a un exquisito arroz con rellenos de su propia sangre o cualquier otro guiso.
Que aquí, en los pueblos pequeños, a los perros se les llama tuba o tube, o cho o cha, según sea hembra o macho, y que son felices cazando, bien en grupo, perteneciendo a una rehala o bien individualmente.
Advierto esto por si alguno de los repobladores, viendo estos aspectos, se escandaliza y denuncia ante los juzgados lo que él considere hechos bárbaros y arcaicos.
Deben saber también los «repoblantes» que, en estos lugares, los gatos no necesitan pienso en las esquinas, porque al caer la tarde salen de caza, les gusta la caza y al alba regresan con el gazapillo de conejo, el pollo de perdiz, sisón, alcaraván o cualquier otro que haya tenido la desgracia de pasar a formar parte de su carta de sugerencias del monte y al resguardo del pajar o al amparo de la tapia de la tinada del ganado o a la puerta de la casa degustan el banquete a salvo de miradas indiscretas y que. al igual que los perros, no necesitan manicura ni peinados caros.
Aclaro también que, cuando llega la noche a nuestros campos, los animales salvajes no se reúnen en círculos ni asambleas, como podría contarlo la infame factoría Disney, sino que los pequeños procuran esconderse o correr para que no se los cenen los grandes, por el día pasa exactamente lo mismo. Es decir, el grande se come al pequeño.
Todos estos conceptos y más deben tener claro los futuros «repobladores», que supongo vendrán de la urbe y que deberán acatar y aprender las costumbres de nuestros pueblos, porque de lo contrario, y como bien ha dicho un prestigioso locutor de radio, lo que corremos es el riesgo de llenar nuestras sierras y páramos de gollés y eso, sí que sería una tragedia, una gran tragedia.