El problema de la cabra montés en Guadarrama
El pasado 21 de marzo, el Tribunal Superior de Justicia de Madrid (TSJM) desestimó un recurso del Gobierno regional contra la suspensión del plan de control de la cabra montés en la Sierra de Guadarrama. La sentencia, fechada el 28 de febrero, establece que «la ejecución del plan debe seguir suspendida» hasta que se decida sobre el fondo de las pretensiones alegadas por el Partido Animalista (PACMA), «antes de tomar cualquier decisión encaminada a llevar a cabo acciones irreversibles contra la vida de las cabras».
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Cada vez son más más frecuentes las sentencias o resoluciones como esta, que vienen a zanjar por la vía judicial los debates en torno a la gestión de los recursos naturales. Y lo que debería ser una excepción —llevar al contexto social o incluso judicial un debate que las más de las veces es técnico y/o científico— se está convirtiendo en norma.
Ante este hecho, el Colegio Oficial de Ingenieros de Montes (COIM) quiere alertar sobre el preocupante distanciamiento que tales interferencias están provocando entre el entorno urbano, desde donde se toman las decisiones, y el mundo rural, receptor de las medidas. En concreto esta última sentencia pone en peligro la propia supervivencia de la cabra montés, amenaza a las especies vegetales del Parque Natural de Guadarrama y a un modo de supervivencia local tradicional como el pastoreo.
Endemismo ibérico
La cabra montés (Capra pyrenaica Schinz, 1838) es una especie que solo vive en la península Ibérica (endemismo). A principios del siglo XX estuvo al borde de la extinción y logró sobrevivir en los Cotos Nacionales de Gredos, Cazorla y en la Reserva de Caza de Sierra Nevada gracias a su interés cinegético. Los ejemplares que se utilizaron hace 30 años para repoblar la Sierra de Guadarrama procedían de uno de estos cotos de caza, el de Gredos.
Siempre han existido factores naturales que han marcado la supervivencia de las poblaciones de cabra montés en la Península Ibérica, como las grandes nevadas invernales, la aparición de epizootias, la acción de los predadores naturales como el lobo o el águila real, y ya desde el paleolítico, la acción del hombre cazador-recolector. Sin embargo, algunos de estos mecanismos de control no están funcionando en la actualidad. La caza de cabras monteses por el hombre está restringida a una serie de terrenos cinegéticos y el lobo (Canis lupus), incluso ahora que sus poblaciones se recuperan, encuentra presas más accesibles en el ganado.
La escasez de predadores y un medio especialmente favorable para la expansión de la especie han propiciado que en el Parque Nacional del Guadarrama vivan hoy cerca de 4.000 ejemplares de cabra montés. Esta población se comporta como colonizadora, lo que implica que ni su tasa de crecimiento ni sus densidades son naturales, ni están en equilibrio con el medio, porque no han evolucionado junto con las especies de flora y fauna de su entorno.
Problemas
Todo esto ha favorecido un crecimiento exponencial que solo se ha ralentizado por estar próximo al número de ejemplares que pueden sobrevivir con los recursos alimentarios del Parque (capacidad de carga). A esto se une otro factor importante, los altos niveles de consanguinidad, que las hacen genéticamente más parecidas, menos adaptables y más susceptibles a los cambios de su entorno.
El exceso de ejemplares trae consigo problemas sanitarios, como proliferación de parásitos y enfermedades infectocontagiosas que afectan a las cabras, a otras especies silvestres e incluso al ganado que pasta en Guadarrama. Entre estas enfermedades destaca la sarna, la epizootia más severa. La produce el ácaro Sarcoptes scabiei, que afecta a diversas especies de mamíferos, incluido el hombre. Desde finales de los 80 del siglo pasado, ha causado epizootias con mortalidad que ha llegado al 99 % de los ejemplares. En condiciones de superpoblación, como en Guadarrama, esta patología se esparce entre 8 y 10 kilómetros por año.
La población de cabra montés, que debería oscilar entre los 14-16 ejemplares por kilómetro cuadrado, en el Parque Nacional supera los 42, y está poniendo en peligro la flora emblemática del parque. La voracidad propia de las cabras se está haciendo notar ya en distintas especies, algunas incluidas en el Catálogo Regional de Especies Amenazadas de Madrid, como el acebo (Ilex aquifolium), el guillomo (Amelanchier ovalis), el serbal de cazadores (Sorbus aucuparia) y el tejo (Taxus baccata). O endemismos como Genista cinerascens, conocida popularmente como hiniesta o retama cenicienta. En condiciones parecidas se encuentran la vegetación propia de roquedos y pastizales de altura, comunidades muy singulares con especies escasas, características de la Sierra de Guadarrama y algunas amenazadas.
Propuestas poco realistas
Con vistas a solucionar estos problemas, el Parque Nacional de Guadarrama redactó un Plan Específico de Gestión de las Poblaciones de Cabra Montés para el control de las poblaciones en su territorio, como se viene haciendo con éxito en otros Parques y Reservas de Caza. El objetivo era evitar riesgos sanitarios a la propia población de monteses y a la flora autóctona.
Entre otras actuaciones, el plan de control prevé la captura en vivo y la caza. Tales medidas fueron publicitadas por algunos medios de comunicación de un modo que en nada favorecía un análisis ponderado del problema ni su resolución. ‘Madrid autoriza a matar a tiros a 2.700 cabras montesas’ o ‘Paralizada la matanza de cabras en Madrid por la denuncia de PACMA’ fueron algunos de los titulares.
La asociación denunciante, PACMA, propone medidas que apuntan a un desconocimiento de la gestión del Parque, pues algunas ya se están acometiendo y otras generarían nuevos conflictos o serían inviables y de elevado coste económico. Como alternativas a la caza, el partido animalista propone facilitar la expansión natural y dispersión de la especie, algo que ha conducido a la situación actual, en la que la cabra ha proliferado hasta un número insostenible.
El Partido Animalista propone también el empleo de métodos anticonceptivos, algo poco viable, debido a que esterilizar machos puede ser muy perjudicial para el animal y esterilizar hembras es complejo en un medio en el que la captura y suelta es muy difícil. Respecto al traslado de los animales a hábitat similares, es una alternativa limitada y con un coste muy elevado, que supondría un agravio en un momento de crisis que conlleva el recorte de presupuestos en partidas tan importantes como la sanidad, los servicios sociales o la educación.
También pide el respeto y protección de las poblaciones de depredadores como los lobos, como posible solución al problema. Sin embargo, este predador, siguiendo el principio del índice de apetencia —que considera el balance entre la energía obtenida del valor nutritivo de la presa y la que el predador emplea en capturarla—, opta por dar caza al ganado, más accesible y fácil de capturar que las cabras monteses.
Por último, la gestión de las especies vegetales protegidas ya se lleva a cabo, pero acotarla, como pide este partido animalista, a animales como las cabras, que trepan y saltan sin problemas, es prácticamente imposible.
Nuevamente el tema ambiental se ha desbordado y se ha creado un conflicto fruto de unas propuestas poco realistas, que ha calado en instancias judiciales, pero que no pueden condicionar la gestión técnico-científica de los profesionales cualificados para resolver el problema. No hay que olvidar que el Plan Específico de Gestión de las Poblaciones de Cabra Montés fue aprobado en septiembre de 2016 por la Comisión de Gestión del Parque Nacional, con los informes favorables de la Comisión de Coordinación y el Patronato del Parque Nacional.
Si se impide a los gestores actuar conforme al Plan aprobado, las previsiones apuntan a que en cuatro años se puedan alcanzar densidades de población de 75 cabras por kilómetro cuadrado, que pondría en peligro la supervivencia de la vegetación del propio Parque de Guadarrama. Eso si antes una epidemia de sarna, una enfermedad lenta y penosa para los animales, no ha aniquilado a más del 90% de los ejemplares de cabra montés. Esto supondría, además, que no podría entrar ganado en estos montes y se perdería un modo de vida tradicional que a medio plazo supondría la pérdida de hábitats de interés comunitario vinculados al pastoralismo.