Subdesarrollo urbanístico y caza menor

Lleva más razón que un santo Roberto Rincón en su artículo del mes pasado en la revista Trofeo donde señala al mal llamado ‘desarrollo’ urbanístico como uno de los cánceres con metástasis de nuestra caza menor. A cuenta del chalet, la urbanización, y las casotas que han inundado nuestro campo en la última década se han devorado amplísimos terrenos para la caza menor y otras especies ligadas al medio.


En lugar de olivos, alambradas, setos, mangueras de riego, casas, casuchas y casoplones. En lugar de cepas u olivos, cables, pozos ciegos y escombro. Paseantes con perro, gatos a gogó y el homo chaletus, esa nueva especie. También, como señala Juan Delibes, dentro de poco, en lugar de jabalíes, cerditos vietnamitas que son menos hoscos y más cariñosos. La hecatombe del ladrillo, de ese enorme castillo de arena, hormigón y comisiones que se nos cae encima, ha dejado una huella indeleble de urbanizaciones. Algunas incluso en medio de la nada. Desde el Autovía del Sur se puede ver la gran obra de Francisco Hernando, El Pocero, ese grandísimo benefactor. El Quiñón de Seseña es una oda a la corrupción, a la falta de escrúpulos y un monumento vivo de lo que políticos, cajas y constructores nos dejan como legado para las próximas décadas. Es uno de esos monolitos de hormigón cimentado sobre querellas, acusaciones por prevaricaciones y coechos. Aeropuertos sin aviones y con vuelos subvencionados, megaproyectos y un crecimiento casposo, artificial y purulento de los que los Julián Muñoz, Sandokan y La Pantoja no son más que la caricatura folklórica y grotesca de una época dedicada al trinque al por mayor y al trinco luego existo. Hay pueblos que ya no lo son. Se han convertido en estaciones de la Nasa a base de naves y más naves en sus alrededores. A cual de peor gusto, a cual con licencia. A cual necesaria en realidad. Licencias, testaferros, y tráfico de influencias es lenguaje a la que los telediarios nos han acostumbrado. Desayunamos imputaciones, libertades bajo fianza, sumarios. Nos acostamos con recursos, preferentes, excarcelaciones y escándalos. Y nos levantamos con subidas de tasas e impuestos. El precio del saqueo, de mirar para otro lado durante los felices dos mil, es este agujero enorme a nuestra economía y la pérdida de confianza en Duques que se empalman, Clubes de fútbol, Presidentes de Comunidades, sindicalistas, presidentes de patronales, directores de cajas de ahorro, Pepiños, etc. Total, se nos caído el chiringuito. La actualidad del país puede resumirse en una palabra: corrupción. O mejor, en dos: corrupción rampante. Como el león del escudo. Menos mal que tenemos a las Alayas, a la UCO, a José Coronado y otros intocables que nos recuerdan con igual insistencia que No habrá paz para los malvados. Amén. Publicado en la revista Trofeo
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