Ha muerto Miguel Delibes y noto una punzada por dentro porque presiento que se nos ha ido mucho más que un escritor, que un hombre de campo, que el Cazador que me enseñó que no importa errar el tiro si se sabe disfrutar de la naturaleza… hemos perdido a un sabio.
Jamás lo conocí en persona ni pude cruzar una palabra con él, aunque fuera en la distancia, pero compartí con sus personajes el desvelo y el insomnio como un lector ávido —uno de tantos miles— de esa prosa fantástica que te conduce sigilosamente, por los senderos más claros del idioma, a un desenlace extraordinario.
Ahora que me siento, en cierto modo, huérfano recuerdo una frase que escucho con frecuencia a mi padre:
«Hay personas que no deberían morir nunca». Y Miguel Delibes era una de ellas. De las imprescindibles.