«Al cazador que no mata…»

Llevábamos el sol de frente y la primera perdiz, que me entró de pico, me dijo adiós con las alas. A mí, y a toda una línea de cazadores que no le sacaron ni una sola pluma.


Después una segunda y luego una tercera, todas a huevo, ante el auditorio descojonado de mi cuadrilla. Dos semanas antes no se me habría ido ni una de ésas, en la cacería de Los Vergara. Entonces pensaba que el éxito se debía al nuevo ajuste de la culata, con una cantonera más acorde con la longitud del brazo, y que por eso bajaba las de pico, las cruzadas y las de culo. Pero el domingo pasado, con la misma fantástica escopeta, y con las mismas trayectorias en los pájaros, todos se batían en alegre despedida. Así que descubrí que el sol de cara, que tan puñetero resulta para nosotros los cazadores, se convierte a veces en nuestro mejor aliado a la hora de justificar nuestros errores, que es lo mismo que engañarnos. Y me acordé de lo que me dice mi abuela, tan sabia a sus 92 a punto de cumplir: «Al cazador que no mata, todo se le vuelven refranes».
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