Desastre ecológico
Tras un viaje a través de Andalucía a finales de junio me di cuenta de lo maltratada que está la tierra y no debería ser así. A ambos lados de la carretera sólo veía olivares en suelos limpios, desprovistos de cualquier mata por pequeña que fuese, y si no eran olivares eran campos de cereales ya cosechados y sin paja, donde ni un saltamontes pasaría inadvertido.
Me preguntaba cómo era legal que un ecosistema donde durante meses había crecido y madurado el cereal, en un día, tras el paso de la cosechadora y la empacadora, todo quedara como un solar, me preguntaba qué habría sido de toda la fauna, alada y terrestre, que vivía e incluso anidaba allí. Pensé en ese vídeo en el que cigüeñas y rapaces de todo tipo revoloteaban alrededor de una cosechadora y se comía toda la fauna que en poco tiempo quedaba desprotegida, y la poca que se salvara, adónde iba a ir, si todas las hectáreas a la redonda eran un erial.
No quiero echar en absoluto la culpa a los agricultores, que demasiado tienen ya con sacar adelante sus cultivos. La culpa la tiene la administración y esos feroces ecologistas que machacan a los cazadores y se callan ante este otro auténtico atentado ecológico, que lo es por mucho que estemos acostumbrados a verlo. Igual que el cazador se encuentra, a la hora de gestionar su territorio, con una fauna no cinegética y contraria a sus intereses pero que tiene que soportar —predadores de todo tipo, pájaros y aves protegidas— los agricultores deberían también mirar y respetar a tantos animales que viven y se reproducen en tierras agrícolas —insectos de todo tipo, fauna alada y terrestre, etc.— y esto cómo se hace, simplemente aplicando medidas agroambientales ya legisladas y por legislar.
Por ejemplo dejar extensiones de siembra sin cosechar, o por lo menos dejar bastante paja. Que las cosechadoras sólo trabajen de día y lleven delante de las aspas un apéndice que espante a los animales y no acaben engullidos por la máquina. Y por qué los olivares no tienen una mínima cobertura vegetal, tan buena para la fauna como para el suelo, al mantener más la humedad y alejar la erosión. Y todas estas pérdidas económicas que pueda tener el agricultor, que las pague el estado, las autonomías o Europa. Al cazador, al gestor nadie les paga nada por mantener una fauna predadora cada vez más amplia que reduce su rentabilidad y encima no paran de criticarlo.
O todos moros o todos cristianos. La agricultura siempre se ha defendido de todo lo que se le venía en contra y me parece muy bien, pero en estos tiempos que corren, con una sensibilidad ambiental creciente, un ecosistema, por muy agrícola que sea, no puede quedar convertido en pocas horas en un erial, condenando a muerte a toda la fauna que vivía allí.