El fuego eterno

Este pasado verano, el incendio que se originó en Almonaster La Real (Huelva), que calcinó diez mil hectáreas, ¡diez mil hectáreas!, casi quema el término de mi pueblo, Calañas. Un oportuno cambio de viento llevó el fuego a una zona menos boscosa y allí se terminó de apagar. Pues con viento favorable se hubiera quemado medio término. Y tras el desastre, que se repite todos los veranos, parte de daños: miles de personas evacuadas de sus domicilios, ganado muerto por doquier, naturaleza calcinada. Y lo de siempre, echar toda la culpa a quien pegó el cerillazo.


Estoy cansado de ver todos los años lo mismo, grandes incendios forestales que tras el trabajo de medios aéreos, terrestres y retenes termina apagándose —cuando ha ardido todo lo que tenía que arder— y tras la catástrofe, todos empeñados en buscar la causa y al responsable, como una forma de cerrar el caso y de paso evitar responsabilidades, cuando uno de los principales culpables, por dejación, es la propia Administración.

Provocar un incendio forestal es muy fácil, sobre todo si se buscan días favorables —viento fuerte, mucha sequedad— y terrenos con mucha leña. Unas veces será el pirómano, otras el vengativo, y muchas veces la imprudencia, por ejemplo tirar una colilla o hacer una fogata o una barbacoa en un lugar no permitido. Y como es imposible vigilar a todo el mundo o impedir por ejemplo que un vehículo salga ardiendo tras un accidente, lo que tiene que impedir la administración es que el monte no arda aunque alguien se lo proponga. Vale, pueden arder mil hectáreas, dos mil por decir ya una barbaridad, pero ¡diez mil hectáreas! No tiene ningún sentido.

Pero claro, si tenemos hectáreas y hectáreas de arboleda o manchas de muchos años donde conviven a sus anchas aulagas, jaras, jaguarzos, etc, el incendio no hay quien lo pare. El fuego en estos lugares es tan intenso y calórico que algunos expertos me cuentan que las descargas de agua de helicópteros se evaporan antes de llegar al suelo. Con eso se entiende el poder de estos incendios.

Está claro que incendios así no hay quien los pare, y la mejor solución es que manchas así de sucias y abandonadas no deben existir, o que cada 50 o 60 hectáreas haya cortafuegos inmensos. Hablo de muchas hectáreas limpias, donde solo exista pasto del año, que se apaga fácilmente. Además este pasto es comida para muchas especies. De hecho está demostrado que un pastizal tiene más vida, más biodiversidad como dicen los biólogos, que un monte cerrado y espeso, que solo vale para refugio de ciertas especies y en determinados momentos.

O eso o que esas manchas espesas, donde conviven también árboles muy queridos por el fuego como eucaliptares y pinares, se clareen con ganado, desbrozadoras manuales o mecánicas, una labor que además daría muchos puestos de trabajo en nuestros pueblos todo el año.

Una hora de trabajo de un medio aéreo puede valer unos 5.000 euros. Con ese dinero se podrían desbrozar muchas hectáreas. ¿Por qué no se hace? Desconozco la razón, pero no se hace y todos los veranos vemos la misma película de terror, con el coste y peligro que conlleva evacuar a la gente, y la tragedia que supone para la naturaleza en general.

En cada provincia debería hacerse —lo tendrán sin duda—, un mapa actualizado con el estado de sus montes, y por tanto dónde deberían hacerse esos macro-cortafuegos o qué zonas clarear, de forma que si surge algún incendio por las razones que sean, no cueste tanto apagarlo o sea difícil que ardan mil o dos mil hectáreas, no ¡diez mil!

Y pasa otra cosa, que mientras las fincas privadas suelen contar con planes contra incendios que requieren todos los años una serie de actuaciones para limitar el riesgo de incendios, las fincas públicas sin embargo y en general, están más descuidadas en este sentido. Y suele pasar que en los grandes incendios forestales el monte público casi siempre está muy presente. Pues ya va siendo hora de que la Administración dé ejemplo limpiando sus fincas.

Resumiendo, dejemos ya de buscar a los culpables de los grandes incendios —que también— cómo si ellos fueran los únicos causantes de la tragedia y centrémonos en evitarlos con una adecuada prevención que pasa por limpiar más el monte y hacer cada equis hectáreas y en función del estado del monte, exagerados cortafuegos que corten de verdad un fuego y sirvan de camino como grandes comederos para los animales. Si además se sembraran con algún cereal sería extraordinario.

Me temo que llegará el próximo mes de junio, y de nuevo nos quedará rezar para que no le toque a nuestros montes.

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