Lejos de recurrir a los aspectos grandilocuentes, recomiendo encontrar ese aliento en los pequeños momentos de la vida. Hoy precisamente he encontrado mi dosis sin querer en las fotos de mi primer corzo. De lo cual no hace mucho tiempo, puesto que como sabéis soy una novata cazadora.
Cosas del azar, la foto es justo de un 13 de abril y, aunque me da un poco de vergüenza, he querido compartirlo. Fue un momento tan fantástico como inesperado.
A pesar del guarda, del superequipo de rifle y visor que llevaba, de la camiseta
chic que estrenaba, o del supuesto fácil disparo que me vendían —y que era de verdad fácil—, me veía francamente incapaz. Sin embargo, alguien me animó, superé el miedo y lo conseguí. Pocas veces en la vida he sentido tanta emoción y alegría. Debe ser por eso que engancha la caza. Pero visto desde la distancia, la lección fue otra: encontré una justificación extra para realizar mi trabajo diario y también la motivación necesaria para superarme y establecer nuevos retos como, por ejemplo, aumentar mis conocimientos cinegéticos, mejorar mis habilidades de disparo o mi forma física.
Tengo que agradecer el
subidón a dos personas. En primer lugar a quien insistió y me dio el empujón. Y además, pagó el corzo. Pero también a quien me animó a disparar. Gracias a ambos, porque por unas horas sentí una real felicidad.
En días en que los medios, incluso los cinegéticos, tienen la corrupción como monotema, y empujan al desánimo y al cabreo, necesito esos pequeños momentos para seguir creyendo que mi actividad profesional y la pasión de muchos de mis amigos pueden ser posibles por muchos años, más allá de los egoístas, mediocres y chorizos que nos rodean.
Y sí, para los que me siguen, os saco de dudas, tengo más. Pero ésta, es mi camiseta fetiche.