La venganza del antílope jeroglífico

Estaba pensando, desde hace tiempo, en volver a alguno de los títulos que tenía previstos con antelación a este ‘Entre tanto’ para el blog en vista del panorama, pero, más que eso me tendría que replantear buscar un titular en función de mi escasa prolijidad al escribir, algo así como ‘El cuentagotas’, pero sin gotas, eso sí, porque ¡madre mía, qué poco me prodigo! Cierto es que algunos post ya terminados no acaban de pasar la última revisión del autor, la definitiva, no me digan el porqué, uno y sus rarezas. Al grano.


El jeroglífico o enjaezado es una maravilla con forma de antílope, quizá lo habrán visto más veces escrito con su nombre en inglés —yo el primero que lo he hecho, que conste—, bushbuck, una pena teniendo unos nombres en castellano tan bonitos, por cierto, hablé hace ya algunos años con Íñigo Moreno de Arteaga, marqués de Laserna, sobre la conveniencia de buscar los nombres de distintos antílopes africanos en español, muchos de ellos ni siquiera recocidos por la Real Academia de la Lengua (RAE), y reflejarlo en un artículo, con lo bien que escribe Íñigo unido a su vasta cultura, podría ser un artículo definitivo sobre el maridaje del lenguaje y la caza. Pero tanto en español como en inglés los nombres nos dicen algo de su protagonista. Enjaezado, enjaezar: poner los jaeces a las caballerías (RAE), los jaeces son adornos que se ponen a las caballerías, por lo tanto estamos ante el antílope adornado, en clara referencia a los dibujos que presentan las distintas subespecies de este antílope en el dorso: combinación de líneas y puntos; de ahí también el otro nombre de antílope jeroglífico, por los dibujos de los flancos, a los que también hace referencia su nombre científico en latín: Tragelaphus scriptus. Scriptus es literalmente el escrito (si es que no se ha equivocado el traductor), el antílope que está escrito, qué bonito, un antílope que lleva escrito un mensaje a descifrar, aunque la realidad es que seguramente sea una simple estrategia de su piel para pasar inadvertido, y a fe que lo consigue. Vamos con bushbuck, bush es arbusto, matorral, estamos pues también ante el antílope de matorral, bosque o monte, que es donde normalmente lo encontramos, sabanas más bien cerradas, bosques, vegetación de ribera, sin llegar a la selva, aunque se le puede ver a veces en zonas de escasa vegetación.
Dependiendo del autor, se citan de siete a nueve subespecies de antílope jeroglífico, que van desde el color castaño al casi negro, también varía el dibujo dorsal según la subespecie: sólo con rayas, con rayas y lunares, predominio de los lunares, con escaso dibujo… Tanta variedad también se refleja en el peso, los machos adultos pueden pesar de 35 a 65 kilos, más o menos, dependiendo de la subespecie. Se distribuye por gran parte del África subsahariana, desde Senegal a Etiopía y hasta el Cabo Oriental en Sudáfrica, hasta el mismo océano Índico. Es tímido y reservado, arisco y los cazadores profesionales dicen que se gasta muy mala uva y que pueden resultar extremadamente peligroso si está herido, y no duda en atacar y defenderse con sus afilados cuernos en espiral (es el antílope más pequeño del género Tragelaphus, antílopes con cuernos en espiral) , precioso trofeo, por otro lado. Emite un ladrido similar al de nuestro corzo, lo puedo asegurar porque lo he escuchado, por lo que hay quien le dice el corzo africano, además de por tener un carácter tan parecido (el corzo también tiene bastante mala leche), aunque es más grande que el pequeño cérvido. Yo he tenido el privilegio, porque es un privilegio, de cazar dos, además con el añadido de haber tenido la enorme suerte de haber cazado dos machos de excelente trofeo y en terrenos abiertos y bien abiertos. Uno lo cacé en la provincia Norte de Camerún, de la subespecie occidental (Tragelaphus scriptus scriptus). Llevábamos unos cuarenta minutos caminando cerca de un río con una exuberante vegetación de ribera, una soleada mañana plagada de ruidos peculiares y agradables, primaveral a pesar de ser enero, con algún bando de gansos egipcios levantando el vuelo a nuestro paso, cuando, nada más girar en un recodo, allí estaba plantado, fue como una aparición, me quedé boquiabierto, tardé en reaccionar pero al fin conseguí cazar tan magnífico animal. Fue como un sueño hecho realidad. Era de color canela y estaba muy dibujado, con líneas verticales y horizontales y muchos lunares.
Años más tarde, en Cabo Oriental, Sudáfrica, mi amigo Adam Barnard hizo una entrada tremenda a un antílope jeroglífico de la subespecie del Cabo (Tragelaphus scriptus sylvaticus), que localizó desde muy lejos. Una hora y media andando, hasta que, con mucho sigilo, ¡logró llegar a unos cuarenta metros del antílope sin que éste nos barruntara! Lástima que se me olvidara cargar el rifle, porque si no, podía haber culminado con éxito uno de los mejores recechos de mi vida. Pero la diosa fortuna estaba de mi lado, y al día siguiente Adam localizó otro aún más grande. Esta vez fue una hora de entrada, pero para cubrir un pequeño trecho, ahora tumbados en el agua, ahora arrastrándonos, ahora en cuclillas… hasta que el antílope se arrancó a correr por una especie de leve marisma, parecía más un sitatunga. El primer tiro lo paró, pero desapareció entre la vegetación, pudiendo culminar el lance cuando volvió a salir. Al llegar al cobro, el antílope movió ligeramente la cabeza, y ahí es cuando me di cuenta de lo peligrosos que deben ser, porque Adam nos empujó a Frankie el pistero y a mí con fuerza hacia atrás, para inmediatamente después exigirme que rematara al animal que yo creía prácticamente muerto, me sorprendió esa reacción de un cazador profesional con un amplio bagaje en la caza del búfalo y del león. Éste era marrón muy oscuro, con partes negras, una gran crin, sin rayas y sólo algunos lunares en los jamones. Aquí los antílopes jeroglíficos los encontramos en bosques que se pueden calificar de tropicales sin temor a equivocarnos, en sus praderías y claros, y no es raro verlos muy cerca del océano. Hace poco me dispuse a seguir disfrutando de tan magníficos animales, que tan buenos recuerdos me traen, a través de sus trofeos, comparándolos una vez más, limpiándolos de nuevo, cuando, al ir a coger el del Cabo, éste se me resbaló y me clavó la afilada punta de su cuerno derecho en la pantorrilla de la pierna derecha, la misma que casi me enganchó con el mismo cuerno en el campo. La herida no fue pequeña, pero no me quejé, y eso que soy poco sufrido, era su derecho, la venganza del antílope jeroglífico.
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