Así, recordaba el Conde de Yebes en una célebre conferencia sobre su libro en el Club Urbis de Madrid cómo, ante la petición para realizar el prólogo de su libro, quedó anonadado al encontrar por respuesta un contundente
«¡Cuente usted con ello, cuente con ello sin falta!, acaba de brindarme inesperadamente una ocasión que venía buscando desde hace mucho tiempo», a la vez que le comentaba,
«pero le advierto que no va a ser el consabido prólogo a un libro por salir del paso; va a ser algo mucho más importante y más extenso».
En Alemania, país de pensadores y de cazadores y en el que, además, Ortega como pensador era tan conocido y admirado, se editó lujosamente su prólogo con el título de
Megitationen über die Jagd en tirada cuyo número en España no concebiríamos, quedando agotado al momento y siendo el libro de cabecera y de meditación de miles de cazadores de las más variadas clases sociales, que entre sus libros le tienen colocado en un lugar preferente.
En el prólogo de Ortega, una de esas obras que nacen como un apéndice al abrigo de otras de mayor envergadura, pero que llegan incluso para algunos a sobrepasar aquellas bajo cuya protección vieron la luz, se recogen afirmaciones que han pasado a ser parte de la esencia de la caza, del santo y seña de la caza verdadera y ética.
«La caza es todo lo que se hace antes y después de la muerte del animal. La muerte es imprescindible para que exista la cacería».
«No es esencial a la caza que sea lograda. Al contrario, si el esfuerzo del cazador resultase indefectiblemente afortunado, no sería esfuerzo de caza, sería otra cosa». Y cómo no, la afirmación en una de las secciones de su ensayo que titula
La escasez de piezas, esencial a la cacería, de que la caza ha de ser
«escasa, incierta y dificultosa».
Pero dejando la filosofía y bajando a la realidad humana, ¿qué nos encontramos?, ¿la búsqueda de una caza escasa, incierta y dificultosa? Quizá no. Seguro que no. O por lo menos en algunas facetas de la venatoria, donde segundos objetivos se imponen a los planteamientos de Ortega. Solo hay que echar un vistazo a los desafortunados acontecimientos, envenenamientos, accidentes con muertes de canes, o trampas y argucias en busca de la gloria, que se han ido sucediendo en algunos campeonatos de caza en los últimos años, para desembocar, como colofón a tanto desatino, en el texto que, firmado por el
Colectivo de cazadores de competición, éstos presentaban con su queja por la poca caza que había en 2015 en Castillejo de Robledo para poder celebrar la final del XLVI Campeonato de España de Caza Menor con Perro masculino, y II femenino, vetando igualmente su celebración en Los Yébenes por la misma razón, para poder disfrutar en un vergonzoso escenario en Fuensalida, Toledo, donde todos los participantes que se subieron al podio lo hicieron cubriendo el amplio cupo de perdices establecido por la organización.
Puede imaginarse cualquier ávido cazador, como así quedo reflejado en numerosos escritos y editoriales de las publicaciones del sector, que allí la caza no era precisamente escasa, ni dificultosa, y mucho menos incierta. Bochornoso que, en esa edición, cualquiera de los que subieron a ese podio abatieron más perdices ellos solos que todos los competidores masculinos y femeninos, juntos, del último campeonato, en el que por cierto se repitieron las quejas por falta de
caza.
Quizá por tanto, de nuevo quizá, habría que plantearse colocar el prólogo de Ortega en los reglamentos de los campeonatos, esa parte respetable pero residual del mundo de la caza real, de manera que sus participantes entiendan que la caza debe ser
«escasa, incierta y dificultosa» y que
«si el esfuerzo del cazador resultase indefectiblemente afortunado, no sería esfuerzo de caza, sería otra cosa». Ya que aquí, de momento y cada vez más, algo falla.