Las codornices del tío Desiderio

El tío Desiderio solía llegar a la casa con un buen manojo de codornices. Eso me lo cuenta la abuela Josefa, a sus 88 años de insultante memoria.


El tío Desiderio era, en realidad, su cuñado: el marido de su hermana mayor, la tía Rosario, que nació en el año uno. Pero ella lo llama "tío" por esa curiosa (y supongo que universal) costumbre de las abuelas de nombrar según los nietos. Y debía de ser por los años treinta cuando el tío Desiderio, que era un gran cazador, llegaba a la casa cargado de codornices. La abuela se acuerda bien. El tío Desiderio cazaba en los mismos campos que me ando y me desando desde hace más de veinte años, primero de morralero y después con la escopeta al hombro. Y en todo este tiempo, nunca, jamás, he visto arrancarse una codorniz. Salvaje, por supuesto. Algunos van contando por el bar que en no sé qué sembrado, el año pasado cobraron no sé cuántas codornices. Pero no sé yo qué pensar, porque nunca las veo… ¿Dónde se fueron aquellas codornices de los tiempos del tío Desiderio? Me pregunto cómo ha podido cambiar tanto el campo en tan poco tiempo. Y me preocupa pensar que quizá, sin darnos cuenta, estemos haciendo lo mismo, poco a poco, sin corregir nuestros errores. O nos tomamos en serio la conservación de las especies de caza o mucho me temo que, dentro de 70 años, se recordarán con añoranza aquellas viejas perdices del tío Sebastián.
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