Galácticos

Hace ya muchos años, una de las veces que me metía a montear, mientras esperaba el regreso de los perros tras una ladra, me quedé cerca del puesto de Antonio Casanovas, gran rehalero y amigo, quien durante la comida me dedicó un pequeño y cariñoso rapapolvos: «La próxima vez que te quedes delante de mi puesto y sigas dando voces, te la corto».


Ayer mismo me tocó en una de esas odiosas traviesas que discurren a lo largo de la mano de los perros y en las que, al ir las rehalas por ambos lados, las reses te cumplen tanto por derecho como de venite —que no de benitez— y en las que estás siempre condicionado por la extrema seguridad con la que hay que disparar. Afortunadamente, había montones de tierra entre las posturas y eso ayuda mucho. Tanto en la mancha en sí, como en la zona que quedaba al otro lado del cortadero, se movían las reses, pero por los aires o lo que fuere les costaba mucho romper. Delante de mí un perro topó con un cochino y se montó una ladra eterna de esas que tan bien regalan los naveños. Evidentemente, en ese mismo momento, aquel loco comenzó a dar sus voces de desquiciado que, al estar profundamente afónico, solamente consiguieron que el cochino no rompiese y corriese paralelo al cortadero. Cuando por fin le dispararon, la ladra continuó, señal inequívoca de que habían topado con una piara, en dirección contraria, viniéndose hacia nosotros donde aquel tío me estaba ya gritando casi en la oreja. Al cruzarse la ladra con él y con sus enfermizas voces se diluyó como si allí no hubiese ocurrido nada. Gracias a la Providencia, en vez de guardar la mano y esperar a que los perros volviesen, aquel personaje se marchó con sus voces, espoleado por una latida de parada lejana, no teniendo en cuenta que las ladras de los naveños son eternas porque sus agarres son nulos. Cuando el campo se recompuso mínimamente, una cochina saltó al cortadero, otro marrano se escurrió entre las jaras y un venadete asomó la gaita a la raya del monte, y otra vez gracias a la Providencia, se les pudo tirar a pesar de que en ese momento había una docena de perros recorriendo las posturas en busca de su perrero que, ahora sí, estaba totalmente mudo. A la vuelta, tras la comida, procuramos tener un ratito en el que nos reunimos con los perreros y, entre todos, damos un repaso a los perros que hemos visto cazar, cada uno desde su sitio, para ayudarnos a dilucidar como trabajan los perros del grupo de amigos. Pues ayer, cuando apareció el de la voz rota con sus compañeros, los que estaban con nosotros los llamaron Los Galácticos en similitud a aquellos héroes mediáticos del fútbol, jugadores muy famosos que, en la mayoría de los casos, nunca llegaron a ser grandes campeones. Pues eso, pues lo mismo.
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