¿Y el futuro?

Hoy hemos sacado al campo, por primera vez, a cinco aspirantes al título de perro de caza. Evidentemente, no han hecho nada hasta que ha aparecido un conejo al que han seguido sin saber exactamente para qué. Y allí estábamos Felipe, cuarentón que vive del campo, su hijo Pipín, de doce, mi Covadonga, de ocho, y un servidor.


Hemos parado un ratito para que los cachorros campeasen y jugasen a su antojo, y nos hemos sentado, sencillamente para estar un rato tranquilos, en el campo. Hacía ya tiempo que no pasábamos unos minutos sentados en él, sin vigilar, contar, escuchar, aguardar, cazar o hacer tiempo. Simplemente, pararse a ver la hierba o a dejar que te ocurra eso tan cursi de sentir la suave brisa en la cara. ¡Coño, Felipe! ¿Qué nos ha pasado? Nos las hemos ingeniado, contra viento y marea, para hacer, de nuestra gran afición, nuestra profesión. La única excusa para andar siempre con los perros en el campo fue dedicarnos a él. Ya nada parece lo mismo; ya no estás deseando que don Claudio te diga que saques seis u ocho perros para dar una mano en El Espartero. Para mí es más difícil echar un par de perros al coche cada mañana. Tú te enredas con los cochinos porque Chispi es la esencia en perro y yo… yo porque la juventud, primero de Johnny y, ahora, de Alberto, me arrastra. Pero eso no es lo malo. Quizá en un rapto de majadería podríamos decir que es que ya estamos ahítos. Pero sólo sería eso: majadería. Mi mujer dice que ya estamos mayores y cualquier persona que esté leyendo esto podría pensar que lo que nos pasa es que estamos tontos. Pero, en realidad, es que lo que yo siento es que no hay nadie que nos siga. Ya no hay jóvenes que se quieran dedicar a esto nuestro y el que lo hace es pensando en la borrachera del viernes y en la del sábado. Ya casi nadie quiere trabajar en el campo, ni tan siquiera cazar. Van cuando sus padres los arrastran y les pagan la caza; cuando el dinero han de gastárselo ellos, lo hacen en garrafón. No veo yo a chavales, de menos de treinta años, que se asocien a un coto o que se paguen un puesto de montería, y los pocos que lo hacen ponen el grito en el cielo cuando de él no llueven perdices, cochinos y venados. Confunden muchos, no sólo ellos, el derecho a cazar con la obligación de que haya toda la caza que se desee. Y el problema es que, hoy en día, cazando no se liga y, claro está, a esas edades, ligar es el meollo de la cuestión. Aunque yo pienso que ninguno de los que ya estamos entraditos en años hemos ligado más por ir de caza; más bien lo que conseguíamos eran broncas de nuestras parejas. Aunque también es cierto que, aunque ahora parezca que la estamos perdiendo, nuestra vida siempre ha sido afición.
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