Ad libitum

Permítame el respetable que solicite la gracia y aquiescencia de mi compañero, Ernesto Navarrete, por la osadía de usurpar el titular de su sección para engarzar estas letras. Vaya por delante, Ernesto, mi petición de dos y el rabo, con vuelta al ruedo, para una de tus últimas páginas de opinión, esa que tuviste el acierto de titular La semilla crece y en la que mostraste, abiertamente y sin tapujos, cómo educabas a tu hijo en unos valores, los nuestros, que ciertos pollinos faranduleros tuvieron la desfachatez de mofar.


Supongo que casi toda nuestra habitual concurrencia y demás habituales de la devoción hubertina, conocen la chanza, la mojiganga y rechifla que el señor Motos, don Pablo, se trae a costa de nuestro trabajo, el de esta redacción, el mío, el de mis amigos y compañeros, el de nuestros colaboradores, el de la revista Jara y Sedal al fin y al cabo a la que usted, si la lee, acude, además de con cualquier criterio y opinión respetable, con el respeto que se merece el trabajo de cualquiera. Pues no. Hay alguien por ahí, con tanto caletre para hacer unas risas, que, desde su estrambótica tarima de dios paniaguado, se permite el lujo —a falta de ingenio e imaginación todo vale— de no respetar el nuestro. Bien, él sabrá lo que hace. En mi humilde opinión de redactor de la revista, no le doy más importancia de la que tiene: cuatro saltimbanquis circenses haciendo gracias para recibir el premio de unas risas y unas palmas enlatadas. No ofende quien quiere, señor Motos, sino quien puede. Pero permítame el respetable que sí le dé importancia, y la tiene, al hecho de que estos mequetrefillos se unan a la moda que corre por estos pagos en estos tiempos: ir contra la caza. Parece que viste mucho en ciertos círculos de progresía tontolinaba, que no de la otra. Criticaban con saña los susodichos el hecho de que nuestro mentado amigo Ernesto, educase a su hijo en los valores cinegéticos. Nuestros valores. Esos valores que no hay forma humana de que se asienten en la sesera de estos frikis de botellón. Valores como el referido respeto, amistad, compañerismo, apego, lealtad… Valores que nosotros llevamos como divisa en el barbecho o en la mancha, valores que practicamos vivimos y enseñamos a nuestros hijos para que, entre otras cosas, no pierdan la categoría de personas. Valores como la solidaridad, sí señor Motos, solidaridad muy distinta de la que usted practica cuando en su programa de radio se burla de las desgracias de un pobre anciano que ha perdido sus árboles, su monte, su vida, en un incendio tan terrible como lo fuera aquel que asoló Guadalajara. ¿Recuerda usted señor Motos? Valores como el amor a la naturaleza demostrado día a día, hora a hora, en nuestros montes, en nuestros campos cuidando, mimando nuestro entorno y a nuestras futuras piezas de caza, gestionando la naturaleza para que sobreviva del asalto de usted y sus urbanitas domingueros. Así se cuida la naturaleza, señor Motos, y no con campañas de cara a la galería plantando árboles desde su poltrona. Nosotros, señor, educamos a nuestros hijos en el lenguaje del monte, de la trocha, de la cuerda o del sopié, de la solana o la umbría, de la jara o de la aulaga, del quejigo o del rebollo y no en la jeringonza soez y machista de arrimar la cebolleta —entre otros cientos de chabacanos vocablos— que tanto gusta usted de escribir, con ese caletre infuso del que se jacta en sus seudoprogresistas panfletos. Está de moda, si el respetable me permite recordárselo, poner a la caza en el punto de mira, tirar, de frente, sin correr la mano, a todo bicho viviente que esté relacionado con la cinegética, denigrar hasta la saciedad esta ancestral forma de vida que, entre otras cosas, logró que el humanoide fuera humano. Nadie lo recuerda o, tal vez, es mas fácil obviarlo en aras de una idea, desastrosa y con antojeras, sobre la protección de la naturaleza. Desde el poder, desde ciertos sectores de una progresía mal entendida, desde una prensa generalista y tendenciosa, desde el circo televisivo, se legisla en nuestra contra, se lanzan soflamas sibilinas, se hace burla continua de nuestros valores, nuestros principios y nuestra práctica, sin considerar en ningún momento lo necesaria que es, sin ir más lejos y sin entrar en otras disquisiciones de tipo antropológico, para la supervivencia del medio rural, la supervivencia de esos que, por circunstancias de la vida, de su vida, siempre son los que menos tienen, los más desfavorecidos. Defender el pan, necesario, de cada día, se llama, se sea de la ideología que se sea, progresismo, el resto… un puro sofisma. Por todas estas tan ad libitum razones, permítame el respetable que recomiende al señor ese que rebusque por la RAE su caletre, para saber si lo tiene. Y por ti, amigo Ernesto, por tus principios, que son los nuestros, levante mi simbólica montera y mirando al respetable diga mi brindis: ¡Va por ti, por nuestros hijos, por nuestros valores, por nuestros principios! Y que Dios reparta suerte… nos va a hacer falta.

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