Caza un impresionante corzo de trece puntas
Crónicas de caza

Caza un impresionante corzo de trece puntas

Un ejemplar fuera de serie, con unas enormes rosetas y trece puntas que se entrelazan conformando un trofeo excepcional. ¡Tío Miguel, va por ti!


Mario Martínez lleva cazando toda su vida, desde que era niño. Se inició en el mundillo siguiendo los pasos de su tío Miguel quien fue para él como su segundo padre y los dejó víctima de un cáncer. Si bien su familia ha sido más de torcaces y zorzales, nuestro protagonista es un gran aficionado a la caza del corzo y del jabalí. Experiencia y conocimiento no le faltan al cazador, ganas y pasión menos aún.

Un hombre muy familiar

Recuerda con especial cariño los veranos en un coto de Albacete en compañía de su familia. De paseo a la Laguna de Ruidera, a Tomelloso a por melones o a las queserías de Sotuelamos. Cualquier plan era bueno porque la compañía no podía ser mejor.

Mención especial merece Cristina, el amor de su vida. La que a los doce años empezó siendo su novia hoy es su mujer y madre de sus hijos, Lucio y Blanca. Para ellos no tiene más que buenas palabras. Escucharlo hablar de su mujer y sus niños es un placer, se palpa el orgullo, el cariño y la admiración.

No image

 

Afición compartida

El padre de Cristina, Vicente, también es cazador y ella heredó su pasión por la menor, sin embargo, el jabalí le llamaba la atención especialmente. Empezó a ir de espera con una escopeta, pero no era la mejor herramienta y no tardó en adquirir su primer rifle. Con él tuvo la suerte-y la puntería- de abatir un jabalí récord de la Comunidad Valenciana en 2006.

Con el fallecimiento del tío Miguel, su sobrino sintió que parte de su vida se había ido con él. Por ello, se alejó del monte y la caza durante ocho años, pero con el tiempo volvió para seguir con el legado que su tío le había dejado, con la que se había convertido en su forma de vida.

No image

Mario y tío Miguel.

Un corzo muy especial, y no sólo por tener el trofeo

Hace varios días el cazador puso rumbo a la Serranía de Cuenca. A principios de año, había avistado un animal con una cuerna característica e intentaría encontrarse de nuevo con él. Lo haría junto a su mujer, sus hijos y su suegro. Sólo por la compañía la jornada ya prometía, pero aún no sabía hasta qué punto. Mario lograría hacerse con un ejemplar digno de dedicar a su tío.

Una vez habían desayunado y recogidos los precintos la familia se repartió en dos equipos: Cristina y Vicente, por un lado, él, por otro.

Mario avistó varios animales: jóvenes, hembras… pero ninguno el que buscaba. Al cabo de unas horas llegó a la zona en la que meses atrás había visto el macho.

Vio lo que pensaba que eran una hembra y un añal, pero al enfocar la cámara se dio cuenta de que se trataba de dos machos: un bareto pequeño y otro con un trofeo singular.

Y era él

Tras observarlo y valorarlo convenientemente, confirmó que el del trofeo singular era el que estaba buscando. Se disponía a preparar el rifle para jugar el lance, pero algún ruido espantó a los animales que salieron corriendo.

¡No! Tan cerca y a la vez tan lejos… Mario apostó por esperar y ganó. Al cabo de varios minutos los dos corzos volvieron al sembrado. Parecían estar peleando, el grande trataba de desbancar al bareto. Tan absorbidos estaban en su disputa que no se percataron de la presencia del cazador. Martínez apoyó su Remington 700 police cal. 308 win. sobre un bípode Harris y buscó al animal con el visor. Cuando tuvo la cruz sobre él, accionó suave y seguro el gatillo. Tras la detonación, el corzo dio un brinco y cayó abatido.

No image

 

El corzo “ciervo”

Cuando fue a cobrarlo, Mario no cabía en sí de gozo: ¡era aún mejor de lo que imaginaba! Tenía trece puntas, era espectacular.

Llamó a su mujer, pero tenía el móvil en silencio, así que contactó a Vicente. Cuando le dijo a su suegro el corzo que era, él se lo comunicó a Cristina: “¡Ha abatido uno de 13 puntas!”. ¿Un ciervo? ¡Pero si ahora no se puede! - exclamó ella. “¡¡No… un corzo!!”-aclaró Vicente. Ambos estaban francamente sorprendidos, no daban crédito.

Salieron corriendo en busca de Mario y el “ciervo”.

Cuando se reencontraron se fundieron en un abrazo y como no podía ser de otra manera, Mario miró al cielo y le dedicó el lance a su maestro.

No hay día que no me acuerde de él.

No image

Mario y Cristina.

 

Comparte este artículo

Publicidad