Volvemos al paleolítico

Volvemos al paleolítico

El paleolítico es el periodo más largo de la humanidad, pues se inicia hace 2,5 millones de años y termina aproximadamente hace diez mil con la llegada del neolítico, cuando el hombre descubre la ganadería y la agricultura.


Hasta la llegada del neolítico el hombre es principalmente cazador y recolector, y nómada. Deambula por una naturaleza virgen dando caza a animales libres y salvajes que les permite sobrevivir. Esta proteína animal y las técnicas y herramientas empleadas para conseguirla permiten que el ser humano aumente su capacidad craneal y se haga cada vez más inteligente.

El paleolítico es por tanto la etapa dorada del cazador, cumpliéndose a la perfección el axioma que el maestro Delibes demandaba para que la caza fuese caza: hombre libre, en terreno libre sobre pieza libre. Toda la tierra era un solo coto sin tablillas ni cercas donde el hombre, más libre que nunca, perseguía animales tan libres como salvajes. En esta época, sólo el auténtico cazador era capaz, con su habilidad, de capturar animales salvajes y alimentar a todo su clan. El cazador era por tanto el personaje más válido, admirado y respetado por sus semejantes. Pero llegó el neolítico. Y el hombre comienza a maltratar a la madre tierra. Quema y araña la tierra para sembrar las semillas que más les interesa y levanta cercas y empalizadas para criar animales.

El hombre ya no tiene que perseguir animales para sobrevivir y se hace sedentario. Comienzan a aparecer pueblos y ciudades y también la propiedad privada. Poco a poco el cazador deja de ser la persona más importante porque ya no es necesario para la supervivencia del clan, y le sustituyen agricultores, ganaderos y guerreros que protegen los nuevos bienes. El cazador termina siendo ganadero, agricultor o guerrero. Poco a poco esa naturaleza virgen se llena de cultivos y los nuevos rebaños pastan en las praderas, desplazando a los animales salvajes. Pasan los años y llegamos al siglo XXI, la naturaleza primigenia apenas existe, ha sido modificada, removida, en definitiva agredida para beneficio del ser humano: minas profundas o a cielo abierto, construcción de grandes presas para dar agua y electricidad a los millones de seres humanos que poblamos la tierra, desecación de humedales, etc, etc.

Pues bien, ahora, la Comunidad Europea quiere restaurar esa naturaleza. A priori suena bien eso de restaurar la naturaleza, pero me temo que esa restauración no me va a convencer sobre todo por quienes la han diseñado, un ejército de burócratas urbanitas para los que la naturaleza es un espacio para contemplar y pasear y que tiene una profunda alergia a cualquier vestigio humano, como si la presencia humana no formara parte de esa naturaleza. Por eso sobra la ganadería y la agricultura, y por eso esa constante agresión al sector primario. Por suerte o por desgracia estamos en el siglo XXI y la naturaleza lleva diez mil años transformada por el hombre, por supuesto que a sus intereses, pero casi siempre garantizando su conservación.

Se han hecho tropelías, pero también se ha dado marcha atrás y hoy se vigila más que nunca que la naturaleza se mantenga. No podemos volver a la naturaleza de hace diez mil años, pero seguimos teniendo naturaleza y mucha gente sigue viviendo en ella y de ella, y cada vez más conscientes de que hay que conservarla, pero gestionándola. Esa búsqueda de la naturaleza primigenia también es muy hipócrita: restauremos los cauces y acabemos con los embalses. Muy bien, y qué hacemos con las carreteras y las vías férreas, y con tantas urbanizaciones. Tampoco existían ni hace mil años.

Analizando la naturaleza y el uso que se ha hecho de ella, creo que la caza, guardando mucho las distancias con nuestros antepasados cazadores, es la actividad que menos ha modificado la naturaleza. De acuerdo que muchas hectáreas están cercadas y la caza se ha convertido en muchos lugares en ganadería cinegética, la suelta de animales de granja para cazarlos a continuación o en días posteriores es una práctica creciente, pero muchos cazadores siguen cazando de verdad, o sea, abatiendo un animal salvaje en buena lid. No vamos vestidos con pieles ni llevamos un arco y flechas con puntas de sílex. No tenemos los conocimientos naturales de nuestros antepasados, ni por supuesto sus habilidades en el seguimiento de los animales salvajes, pero muchos seguimos teniendo ese instinto predador, esa necesidad de sumergirnos en la madre naturaleza, como dijo Ortega y Gasset, y capturar animales y degustar la carne más sana y sabrosa que existe.

Por eso, si Europa quiere volver a la naturaleza más primigenia, la caza debe ser una de las actividades que debe mantenerse porque siempre estuvo presente desde hace 2,5 millones de años, porque siempre demostró su compromiso con la conservación y como homenaje a nuestros antepasados, pues gracias a ella somos lo que somos.

Comparte este artículo

Publicidad