Así hacían nuestros abuelos sus cartuchos

Hubo un tiempo, no muy remoto, en el que el mercado no estaba bien abastecido de cartuchería de escopeta y la que se vendía era cara en comparación con los sueldos de la época, por lo que no quedaba más remedio que recargarla.


  recarga de cartuchos
recarga de cartuchos
 

Los cazadores más jóvenes de 50 años desconocen las dificultades con las que se encontraban nuestros abuelos o incluso sus padres cuando eran jóvenes para conseguir los cartuchos que necesitaban para salir los domingos en busca de algún conejillo, liebre o perdiz, que eran las especies más apreciadas desde un punto de vista cinegético y gastronómico para consumo propio o para venderlas y, de este modo, costearse en parte la munición.

No sé cómo serían las armerías en Madrid en los años 70 del pasado siglo, pues yo me mudé a la Villa y Corte en la de los 80, pero sí recuerdo cómo eran a finales de los 60 y hasta mediados de la década de los 70 las de ciudades como Almería y Granada y también las tiendas de muchos pueblos de ambas provincias, pues cazábamos en los términos municipales de ambas —todo era terreno libre—. Y en aquella época lo que más vendían era pistones, pólvora en envases de distinta capacidad, perdigones a granel en sacos de 10 kg si no recuerdo mal, tacos y, por supuesto, también podías comprar vainas y tapillas. Muchos de estos componentes, sobre todo vainas y pistones, eran marca Orbea (Hijos de Orbea), una empresa de Vitoria que también fabricó cartuchos. Y la pólvora que más fácil se encontraba era UEE (ERT) y la de la fábrica militar de pólvora y explosivos de El Farge (Granada), ambas excelentes y tan similares en prestaciones que ambos fabricantes recomendaban la misma carga para los cartuchos cargados con el mismo peso de perdigones: 2,0 gramos para 31 gramos de perdigones.

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Cartuchos del 12-65 mm y 16-65 mm cargados con pistones de aparato abierto (Trust, ‘Galgo verde’) y cerrado. E.R.T en el culote de el 41 Especial indica que el cartucho se fabricó en la década de 1970 porque en ese año Unión Española de Explosivos se fusionó con la Compañía de Explosivos Rio Tinto y, a partir de entonces, la munición se marcó con las iniciales E.R.T.

Es decir, podías comprar todos los componentes que se necesitaban para recargar cartuchos de escopeta, más que munición cargada, por dos razones. La primera porque los cartuchos de fábrica eran caros para los sueldos de la época y la segunda porque, aunque te pudieras permitir comprarlos, la oferta en marcas y número de perdigón era muy limitada en las ciudades y más aún en los pueblos pequeños.

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Los tacos más apreciados eran los de fieltro, pero no siempre se utilizaban en los cartuchos corrientes. Como se puede apreciar, el del ‘El Faisán’ de la foto es mixto: de fieltro y corcho.

Cuestión de necesidad

En las ciudades podías encontrar cartuchos de fabricación española, como GB, Trust y U.E.E (o E.R.T a partir de 1970), por ejemplo, cargados con los perdigones que más se utilizaban, como el 6 y 7, pero si necesitabas comprar munición con un perdigón poco usual, lo más probable es que no la tuvieran en stock, por lo que no quedaba otra solución que recargarlos.

Y en los pueblos era aún peor. Aunque no había armerías, la legislación de la época no impedía que se vendieran cartuchos en algunas tiendas. Sin embargo, éstas normalmente solían tener munición de una sola marca y a veces con un único número de perdigón: el 6, que era el más utilizado en el calibre 12 y también en el 16, que ya había perdido popularidad al no poder competir con el 12 pero muchas personas seguían usándolo aún.

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Antiguo útil para desempistonar y empistonar vainas del calibre 16. La vainas son de la marca Orbea.

Y si esto era así con los calibres más populares, es fácil imaginarse cómo era la oferta de los menos utilizados, como el 20, 28, 24 —hoy obsoleto—, 14 mm, 12 mm, etc. Escribo menos en cursiva porque, aunque el 12 y el 16 eran los más populares, los demás también se utilizaban mucho, sobre todo el 20 y el 28, aunque no solo por las razones deportivas que esgrimen los cazadores que los usan hoy ni tampoco porque las escopetas pesaran menos, sino porque su uso representaba un considerable ahorro de perdigones —y de pólvora— cuando no era necesario gastar una carga del 12. Por ejemplo, en la caza menuda o para hacer carne desde un aguardo ya que, cerca, su potencia era más que suficiente para abatir cualquier especie.

Y es que ahorrar era importante en una época con pocos recursos en la que, aunque abundaba la caza y se podía cazar en cualquier terreno porque no había muchos cotos, era complicado abastecerse de munición, por lo que no se malgastaba. De hecho, muchas personas no tiraban al volateo ni a conejos o liebres corriendo para asegurar el tiro y, de este modo, llevar a su casa carne con el menor gasto posible.

Una época en la que no solo se recargaba por afición, sino por necesidad y con herramientas que muchas veces eran artesanales, como veremos a continuación, porque en zonas rurales o incluso en ciudades pequeñas no siempre se podían adquirir útiles comerciales.

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Útiles para desempistonar y empistonar vainas del 28 y 12. Para que las vainas se ajustaran a los soportes, este tipo de herramienta se tenía que adquirir para el calibre que se iba a recargar.

Características de la munición

Antes de pasar a explicar cómo se recargaban los cartuchos de la época, considero necesario describir las características de la munición comercial y cómo estaba cargada.

Los cartuchos más potentes (12, 16, 20, 28, etc.), utilizaban vainas de cartón para recámara de 65 mm de longitud —hasta mediados y, sobre todo, finales de la década de 1970 no comienzan a utilizarse de forma generalizada vainas de plástico— porque, aunque ya se usaban armas con recámaras de 70 mm, todavía quedaban en servicio muchas escopetas con recámaras cortas.

El culote metálico de los cartuchos más corrientes, que eran los más utilizados, era muy corto. Medía de 8 a 10 mm y estaban cebados con pistones de aparato abierto, que eran más cortos y tenían un diámetro mayor que los de aparto cerrado que se generalizaron pocos años después y se siguen utilizando aún actualmente.

Disparaban una variedad de cargas de perdigones limitada, cuando no única, comparadas con las que se utilizan hoy, porque la pólvora de la época era muy viva y si el cartucho se cargaba con cargas más pesadas de lo normal desarrollaba presiones muy altas y, al revés, con cargas más ligeras la pólvora no ardía bien. Así, por ejemplo, el calibre 12-65 se cargaba con 28-32 gramos, mientras que hoy día el 12-70 se fabrica con cargas que van desde los 24 a 42 en versión semi-magnum, porque se utilizan pólvoras diferentes para impulsarlas.

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Herramientas de madera para desempistonar y empistonar.

Empistonado y cebado

Se comercializaban vainas nuevas que ya estaban empistonadas, pero lo normal era utilizarlas usadas, por lo que se tenían que desempistonar y empistonar. Y para realizar ambas operaciones se podían adquirir unos aparatos metálicos que tenían dos soportes cilíndricos, uno para desempistonar y otro para empistonar y, entre ambos, una palanca con una pieza en forma de martillo que es hueca por una cara y plana por la otra. Se utilizaban haciendo presión y golpeando con la pieza en forma de martillo sobre el culote de la vaina, colocada previamente en el soporte de desempistonado y, una vez extraído el pistón, se colocaba la vaina en el otro soporte, sobre el oído se apuntaba un pistón nuevo y se introducía en su alojamiento con la cara plana del martillo.

Los soportes en los que se colocaban las vainas tenían medidas distintas dependiendo del calibre del cartucho a recargar, por lo que el cazador tenía que adquirir tantos útiles como calibres, lo que no siempre era posible pues muchos comercios solo disponían de los calibres más utilizados.

Por ejemplo, para el 12 o el 20, pero no para el 14 mm o para el 9 mm, etc., y en estos casos o simplemente por ahorrar, muchas personas se los hacían de forma artesanal.

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A falta de mejores herramientas, con madera se podían fábricar todos los útiles que se necesitaban para recargar: cacillos, recalibradores internos-atacadores, herramientas para recalibrar el culote, etc. Para utilizar la mayoría, era imprescindible contar con un buen martillo.

Los desempistonadores artesanales que conozco consistían en dos piezas: un botador de madera que tiene en un extremo una espiga de hierro y en una pieza o base hecha con una tabla de madera de unos dos centímetros de gruesa, a la que se le hacía un taladro que tenía un diámetro ligeramente superior al del pistón. Se utilizaba apoyando el culote de la vaina sobre la base, de modo que el pistón usado quedara alineado con el taladro; a continuación, se introducía en la vaina el botador y se golpea el otro extremo con un martillo pequeño o barra de madera hasta que se producía el desempistonado.

Y el empistonado, normalmente con pistones de aparato abierto que eran los que utilizaba la cartuchería corriente y más cortos que los actuales, por lo que entraban con facilidad en la vaina, se hacía introduciéndolos en su alojamiento con la ayuda del martillo de madera si no se disponía de otro medio. Es decir, del mismo modo como se hacía con un empistonador comercial, solo que de forma más rudimentaria.

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Prensa para recalibrar sin el recalibrador instalado.

Recalibrado

Para recalibrar el culote se usaban también útiles artesanales o comerciales y a veces ninguno si los cartuchos tenían un culote muy corto —que era lo normal— y, además, se recargaban para usarlos en la misma escopeta en los que se habían disparado: entraban en la recámara con dificultad, pero entraban.

Los artesanales consistían en un tubo metálico —o de madera muy dura, como la de boj que era fácil de y conseguir pues se utilizaba para fabricar muchos utensilios— que internamente se hacía lo más parecido posible a una recámara.

Por uno de los extremos, que tenía el mismo diámetro interno que el del culote de un cartucho nuevo, se introducía la vaina disparada, por lo que parte de su culote, como estaba dilatado, quedaba fuera del tubo. Luego se apoyaba el conjunto tubo-culote en una superficie plana y se terminaba de introducir la vaina en el recalibrador golpeando el extremo opuesto del tubo con el martillo de madera. Por último, se introducía el atacador en la vaina y haciendo presión —o con un golpecito con martillo— se sacaba la vaina del recalibrador. Y si la vaina estaba deformada, también se usaban recalibradores internos que no era más que un atacador del calibre de la vaina.

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Recalibrador artesanal comparado con dos para prensas comerciales. El artesanal es del 12 y los comerciales del 16 y 20. Lógicamente había que hacerse o adquirir un recalibrador para cada calibre.

Y los comerciales funcionaban de forma similar: consistían en una prensa que recuerda a un tornillo de banco, aunque sin mordazas. La vaina se introducía girando el tornillo a presión en el interior de un tubo-recámara parecido al descrito antes, pero más corto, que previamente se colocaba en un soporte que tenía el aparato. Y luego se le daba la vuelta al recalibrador, se introducía en el interior de la vaina una varilla metálica y se extraía la vaina recalibrada empujándola con el tornillo.

Se comercializaban tubos-recalibradores de todos los calibres, por lo que solo era necesario comprar el aparato y los recalibradores que se necesitaban.

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Para cerrar el cartucho se usaba una máquina de rebordear, que se fijaba al banco de trabajo, y las dos manos. Con la izquierda se hacía presión con la ayuda de la palanca y con la derecha se giraba la manivela para realizar el rebordeado.

Carga del cartucho

Una vez que estaba cebada y recalibrada la vaina, se cargaba de pólvora con la ayuda de un útil comercial —cacillo para pólvora— o con una medida artesanal que frecuentemente se hacía recortando una vaina —y añadiéndole un mango de alambre—, de tal modo que dosificara la cantidad adecuada, unos 2,1-2 gramos para el calibre 12-65 mm.

Normalmente lo que se hacía era desmontar un cartucho nuevo y el volumen de la pólvora —y de los perdigones— que contenía se tomaba como base para hacer las medidas o para regular los cacillos porque muy pocos cazadores tenían acceso a una báscula de precisión que, además no era muy necesaria debido a las características de las pólvoras que se utilizaban, tan parecidas, que, si se usaban cargas con un peso similar a las comerciales, no había problema de sobrepresiones. No obstante, esta operación era la más delicada por lo que se hacían pruebas hasta determinar una carga que fuera bien.

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Rebordeadoras de diferentes épocas y diseño. La primera es tan antigua que la articulación de la palanca no posee tornillo, sino un remache. Como la segunda, se fija a la mesa con un tornillo tipo palometa a diferencia de la más moderna, que se inmoviliza con tornillos, pero las tres funcionan con el mismo tipo de boquillas intercambiables.

Sobre la pólvora se colocaba una tapilla de cartón y sobre ésta el taco —los más apreciados eran de fieltro engrasado, pero también se utilizaban de corcho y de otros materiales e incluso mixtos, por ejemplo, de corcho y fieltro—. Luego se añadía otra tapilla y, sobre ésta, la carga de perdigones y otra tapilla de cierre en la que se anotaba el número del perdigón.

Las tapilla y los tacos, que podían comprarse en las armerías o se hacían utilizando un sacabocados, se introducían en la vaina con la ayuda de un atacador de madera que igualmente se podía comprar o fabricar artesanalmente.

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Independiente de su época de fabricación, las boquillas de las rebordeadoras eran intercambiables. Los tres juegos son del 12, 20 y 14 mm.

Rebordeado

Y, por último, se cerraba el cartucho practicándole un rebordeado que plegaba los bordes de la boca de la vaina sobre la tapilla de cierre, utilizando una máquina de rebordear que se tenía que fijar en una mesa. Este tipo de cierre —que con el tiempo terminó sustituyéndose por el de estrella actual, con el que convivió a finales de la década— se utilizó tanto en cartuchos con vaina de cartón como en los primeros de plástico.

Se utilizaron de varios tipos de máquinas rebordeadoras, pero todas las que conozco tienen en común que el cartucho que se va a cerrar se coloca entre dos boquillas enfrentadas. Una era simplemente un soporte para el culote y la otra, en la que se colocaba la boca de la vaina, hacía el cierre al girarla rápido con la ayuda de una manivela.

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Latas de pólvora de medio kilo y de 250 gramos fabricadas antes y después de 1970 por Unión Explosivos Rio Tinto ( E.R.T) y Unión Española de Explosivos (U.E.E.), respectivamente. En la lata pequeña se recomiendan las siguientes cargas para los calibres más usados: para el 12, 2,10 gramos para 31 de perdigones; para el 16, 1,80 gramos para 27 gramos de perdigones y para el 20, 1,60 g y 23 de perdigones.

Además, poseían una palanca que al accionarla con la mano izquierda empujaba el cartucho hacia la boquilla de rebordeado con el doble fin de que no se saliera de la máquina y, sobre todo, para conseguir que la presión de cierre fuera adecuada porque si los componentes internos del cartucho quedaban sueltos la pólvora no se quemaba bien y los disparos generaban velocidades inferiores y, peor aún, irregulares.

Cabe añadir para finalizar que, actualmente, supongo que porque lo vintage está de moda, hay comercios en los que venden máquinas rebordeadoras de fabricación moderna e incluso otros útiles para recargar a mano muy similares a los de la época —ver por ejemplo a-izquierdo.es—.

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Cartuchos recargados con pistones de aparato abierto, tapillas, tacos de fieltro, pólvora U.E.E y perdigones a granel del número 6.

Sin embargo, las pólvoras actuales solo se parecen en el nombre a las que utilizaban nuestros abuelos, por lo que NO se deben dosificar como lo hacían ellos, sino pesándolas y teniendo en cuenta que, aunque las pesemos, podemos sufrir un serio accidente si nos equivocamos y utilizamos una pólvora viva, diseñada para impulsar cargas ligeras, en una carga pesada.

Y también que, aunque todo el material que aparece en este artículo es de época, incluso la munición recargada, se usaron otros tipos de útiles para el mismo propósito: desempistonar, recalibrar, etc.

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