Sinfonía podenquera

Sólo el auténtico podenquero valora una buena sinfonía producida por las gargantas de sus perros en el interior de las apretadas matas de carrizo, riberas, junqueras, espinos, hogar casi infranqueable del conejo. Pero el podenco hace de este inhóspito lugar su oficina, haciendo de la temeridad algo normal, arrancando con su manto los hirientes pinchos de la vegetación sin que esto merme su empuje.


Allí donde otros perros desisten, en la puerta que marca el verdadero éxito de la jornada conejera, el podenco la derrumba y acosa a su presa hasta que consigue empujarla fuera de la espesura o, si se resiste a hacerlo, embocarlo y entregárselo al cazador.

Todos los sentidos en la caza

Y, mientras esto sucede, suena una sinfonía de voces de los perros castigadores, esos que tienen al conejo siempre en mente y no desisten hasta conseguir acercarse haciendo uso de todos sus sentidos. Porque estos perros utilizan su fino olfato, su desarrolladísimo oído, su vista… De ahí que las persecuciones a rastro caliente resulten tan espectaculares.

El podenquero sabe interpretar todo lo que escucha

Cuando encaran el rastro, comienza ese latir continuado que pone en guardia al cazador y que suena como los mejores acordes de las músicas más bellas. Y los buenos podenqueros, los que mejor conocen a sus perros, seguirán el trabajo de estos sin necesidad de tener que verlos. Porque las matas ocultan el desarrollo de la caza a la vista, pero eso no resta un ápice de disfrute a los buenos perreros.

Latidos, ladras, silencios, quejidos…

El podenquero sabrá reconocer el latido que anuncia que el rastro es caliente, así como ese silencio que suele anunciar que el conejo ha hecho la «parada» intentando despistar a los que le persiguen, o el momento en el perro avisa que lo tiene a la vista.

Y qué decir de escuchar ese quejido del conejo alcanzado, momento en el cual solo hay que esperar a que el orgulloso podenco salga de la mata a entregar la pieza al cazador y, acto seguido, volver al trabajo de caza.

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