Zeiss Media Hunt

50 cazadores procedentes de 12 países europeos y pertenecientes al mundo de la comunicación especializada en caza son citados en Alemania. Van a probar la gama más alta de los visores Zeiss en exigentes jornadas de caza ante muflones, venados, jabalíes, corzos y zorros y con el apoyo de Sauer, Hornady y Härkila.


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Si hubiéramos podido elegir, estoy seguro de que ninguno de los 50 comunicadores invitados al Zeiss Media Hunt hubiese optado por cambiar algo del programa que la prestigiosa firma germana había preparado. Ni siquiera la desapacible climatología, puesto que la lluvia se convirtió en el mejor aliado a la hora de testar la calidad óptica de los Victory V8 en condiciones reales y exigentes.

El Hotel Haus Sonnenberg se convirtió en el perfecto lugar donde descansar tras cada día de este excepcional evento. Está ubicado en Schotten, un encantador pueblo perteneciente al distrito de Vogelsberg, dentro del estado federado de Hesse.

Pero comencemos por el principio: la toma de contacto con el equipo que puso la organización en nuestras manos en las galerías de tiro.

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Día 1: galería de tiro

En el campo de tiro, lo primero que hicimos fue recoger nuestras licencias de caza y el equipo. En cuanto a visores, no podía ser de otra manera. Ante nuestro ojo, el Zeiss Victory V8 1.8-14x50. Estaba colocado en el rifle Sauer 404 Classic XT en calibre .30-06. La munición la aportaba Hornady, con las balas SST® Superformance de 165 grains.

Dianas a cien metros nos permitieron ajustar el equipo a nuestra manera de disparar. Unos primeros intentos para comprobar la posición de las agrupaciones, leves clikcs para un ajuste personal y todo listo para el siguiente paso en nuestra preparación para la caza.

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Tras conseguir la agrupación que sumara confianza a nuestras aptitudes como tiradores sobre blancos inmóviles, llegó el turno de ir más allá y disparar sobre la silueta móvil del jabalí. Conseguí unos satisfactorios disparos, por lo que todo quedaba listo para el comienzo de la caza.

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Tocan las cornetas, comienza la caza

A pocos kilómetros del hotel se encuentran los montes en los que cazaríamos. Unas 1.400 hectáreas de los bosques de Laubach. En el lugar de reunión nos esperaba el director forestal, con la tradicional bienvenida de las cornetas y la lectura de las normas de la cacería. Entre ellas, terminantemente prohibido bajar de la torre hasta que concluya la caza, no disparar a venados cuyo trofeo ostente corona, sin importar el número de puntas, que también está limitado a un máximo de diez, un cupo de un muflón macho (prohibido disparar a hembras) por cazador o no disparar a corzas hembras.

La lluvia el frío y el viento se convirtieron en forzosos compañeros de caza durante las dos jornadas, lo que dificultaba en gran medida la capacidad de escuchar lo que el monte y los animales que lo habitan decían con sus movimientos.

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En la torreta

Fuimos organizados en grupos de cinco y seis personas para desplazarnos hasta los puestos. Cuando paramos en el camino y vi el entorno en el que me encontraba, me pareció que reunía muchas posibilidades. Grabé la llegada a la pequeña torreta y comencé a analizar lo que me rodeaba con gran excitación. De frente, una suave loma repleta de finos troncos de árboles que están tirando las últimas hojas. Por detrás, una leve bajada en forma de valle. En la parte más baja, un riachuelo que lleva agua. No lo veo, pero puedo escuchar el rumor de la corriente. Más allá, comienza la subida en forma de ladera, también repleta de árboles. Es el punto más lejano que puedo otear.

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El riachuelo desciende hacia una gran mancha de matas apretadas, que es otro de los topes que limitan el terreno que controlo desde la pequeña torreta.

No tardan en retumbar los primeros disparos. Los perros aún no han empezado a trabajar, pero las reses han comenzado a moverse, alertadas por el movimiento de los coches y la cercanía de los cazadores. En el trayecto, me cuentan que esta zona sólo se cazará hoy en todo el año. Hasta la próxima temporada no volverá la caza a estos montes, lo que hace que me sienta aún más privilegiado por vivir esta gran experiencia.

Pronto se escuchan las primeras cornetas. Y comienzan a elaborarse las primeras melodías, formadas por estos sonidos, a los que se suman los latidos de los perros de rastro, las voces de los batidores y los ladridos del resto de perros.

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Un pequeño terrier para acosar a las reses

Poco conocía del Westfalenterrier antes de este viaje. Pero nada mejor que cazar con ellos y hablar con los guías y perreros para aprender que estos pequeños terriers pertenecen a una raza joven, creada en 1970 a apenas 250 kilómetros del lugar donde estábamos cazando, concretamente en Dorsten, Westfalia. Observándolos con atención, se pueden adivinar las razas a las que se acudió para obtener a estos pequeños grandes cazadores: el jagd terrier, el Lakeland y el fox terrier. Resulta curioso pensar que en tan solo 48 años de existencia estos perros se han extendido por toda Alemania y otros países centroeuropeos para acompañar a cazadores tras alimañas en madriguera, en caza menor, incluso para el cobro en agua o, como hemos podido atestiguar, como perros de acoso de todo tipo de animales de la venatoria alemana.

Dada mi excepcional ubicación, soy testigo del gran trabajo que desempeñan. Primero escucho a los rastreadores. Bassets y grifones van acercando sus latidos desde más allá de la ladera. Centro la vista en esa zona y no tardo en descubrir a dos jabalíes de tamaño mediano a toda velocidad atravesando por la parte alta, esquivando árboles y sumergiéndose en las matas que escoltan el río. Pocos segundos después aparecen los perros, siguiendo de manera milimétrica las pisadas de los jabalíes y voceándolo a gran volumen. También se pierden en la espesura.

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Jabalíes para la primera prueba

Media hora después veo algo moverse entre los troncos. Se trata de un grupo de jabalíes que corre en dirección al riachuelo. Antes de que lo alcancen, puedo contarlos: una hembra grande va dirigiéndolos. Tras ella, dos ejemplares de menor tamaño y, cerrando el grupo, algunos más de unos 30 kilos.

Me centro en el jabalí que sigue a la gran hembra. El disparo es claro, y ya había previsto el mejor lugar para realizarlo en caso de que sucediera lo que estaba ocurriendo. Un único disparo lo deja inmóvil entre la alta hierva. El resto del grupo continúa en su huida subiendo por la ladera que tengo frente a mí, y decidí disfrutar de la clarísima imagen que el V8 me permitía presenciar.

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Corzos y muflones

Aquel magnífico puesto siguió brindándome más oportunidades de ver y grabar animales. Una hembra de jabalí recorrió, seguida de varias crías nacidas este año, el mismo camino que el grupo anterior, pero en sentido contrario.

Un corzo cruzó por delante de la torreta, ajeno al cazador que lo observaba y lo grababa desde ella. Poco después, un grupo de muflonas atravesó por detrás de mí. Las vi de milagro, puesto que el viento no dejaba de batir las ramas de los altos árboles entre sí, y la lluvia producía un ruido continuo al caer sobre las hojas secas del suelo. Eran diez hembras y algún mufloncete de primer año. Su marcha tranquila se convirtió en carrera desenfrenada en cuanto el viento les llevó mi olor.

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El muflón, un sueño hecho realidad

Ya imaginaba que todo animal que entrase desde esa dirección no cumpliría debido a la dirección del viento. La suerte se presentó en aquellos montes cuando otro grupo de muflones asomó por la ladera que tenía frente a mí. Era un grupo más numeroso, muy compacto. Parecía que avanzaban coordinados, casi atados, sin separarse apenas unos centímetros unos de otros. Y, en el centro de tanto animal, dos buenos machos.

Cuando el Zeiss V8 me mostró con todo detalle cada uno de los muflones, no lo dudé ni un instante. El objetivo ya estaba marcado. La cruz del visor no se alejó ni un instante del muflón con el que había estado soñando toda mi vida. Aquí llegó el momento en el que pude disfrutar con mayor plenitud de la calidad que aporta este visor. La imagen es increíblemente clara y con un detalle inapelable a pesar de que la lluvia empapaba todo.

Una mezcla entre tensión y disfrute en los dos minutos más largos que recuerdo.

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El señor de este grupo iba inexpugnablemente escoltado por cada uno de los restantes muflones. Machos más jóvenes, crías del año y hembras, todos rodeaban al que tenía que ser mío. Allí continuaban, al borde del riachuelo que tenía a escasos metros de mí. Y allí permanecieron, al abrigo de los troncos de los árboles, considerando la mejor manera de seguir alejándose de las ladras que, cada segundo, atronaban de manera más decidida y cercana.

El disparo se hacía imposible sin pretender herir o incluso abatir alguno de los animales que arropaban al gran macho. Las balas Hornady del .30-06 a tan corta distancia podían atravesar a alguno de los muflones o muflonas que lo escoltaban.

Aunque fueron instantes muy tensos, en los que no moví ni un músculo, también fueron muy enriquecedores. Pude observar el comportamiento de estos majestuosos animales, considerados exóticos en Alemania y, por ello, anhelados por todos los cazadores que allí nos encontramos. Me dio tiempo a valorar el trofeo, de que mi piel se erizase al creer que el mismo muflón al que apuntaba me estaba mirando directamente. Quizás fuera así, o tal vez tan solo concentraba sus oídos para descifrar la dirección exacta por la que se acercaban los sabuesos. Vi cómo orientaba esas grandes orejas hacia los sonidos que yo también escuchaba.

En el grupo había otro gran macho, con una cornamenta excepcional, que una vez concluida la jornada supe que mi colega David Cp, propietario de Always Hunting y embajador danés de Zeiss, consiguió abatir poco después. Sin duda un gran cazador y comunicador.

El disparo tuve que realizarlo en el único instante en el que lo dejaron solo. La presión de los sabuesos y sus ladras hizo que los muflones arrancasen. Fijé la retícula de mi V8 en su corazón y accioné el gatillo, suave y eficiente, regulado a la perfección para este tipo de disparo. La lluvia no empañó en ningún momento la perfecta imagen que observaba, casi sin pestañear, a través del visor. El disparo rompió el movimiento armónico del grupo sus integrantes comenzaron a huir río abajo, pero mi muflón no les siguió. Apenas pudo efectuar tres pequeños saltos antes de caer.

Continué observando el lugar donde yacía unos segundos, quizá minutos, pero no se movió más. En aquel momento pude respirar hondo. Fue cuando pude darme cuenta del animal que había conseguido abatir. El disparo no fue complicado: la distancia fue muy asequible, el muflón permaneció estático el tiempo suficiente para permitirme elegir el lugar del impacto, y con el equipo que la organización me había facilitado y la seguridad que infundía en mí, la dificultad estribó en esperar hasta que las circunstancias permitieran acometer el disparo con efectividad y sin dañar a otro animal.

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