Caza y política, inevitables compañeros de viaje

Pasadas ya las elecciones generales, municipales y autonómicas, donde la caza y el mundo rural han formado parte candente de distintos programas y mensajes políticos, es buen momento para hacer una breve reflexión.


Tanto la caza como la política tienen un origen antropológico en la necesidad de colaboración y socialización del ser humano, ambas surgen de la necesidad de colaboración para proveerse de recursos para que la sociedad prospere, pero pocas veces a lo largo de nuestra historia reciente han ido ligadas la una de la otra.

Nuestra actividad representa en la actualidad el equilibrio del ser humano con el medio, supone ayuda para el mantenimiento del equilibrio de las especies y de la conservación de los hábitats en espacios naturales cada vez más reducidos y fragmentados.

En nuestra contra juega que ha dejado de ser una actividad mayoritaria y socialmente bien vista, pero no por ello es menos necesaria, y que sin duda ha centrado parte del debate político en los últimos procesos electorales.

El cazador de nuestros días, es inequívocamente más sensible al bienestar de los animales, tanto de los que gestiona, como de los que se utilizan para el ejercicio de la actividad cinegética, pero no debemos por ello caer tampoco en el buenismo mal entendido, porque la caza a fin de cuentas implica la muerte de un animal, si no, no es caza, ya lo dijo Ortega y Gasset: «la caza es todo lo que se hace antes y después de la muerte del animal. La muerte es imprescindible para que exista la cacería».

El progreso actual, ha creado en parte, una sociedad urbanita, cuyo único contacto con el medio natural es a través de las imágenes de los medios y las redes, que responde en gran medida a estímulos inmediatos en forma de mensajes que rápidamente se viralizan a través de las redes sociales creando corrientes de opinión que por mayoritarias que parezcan, pueden estar equivocadas, o no corresponder fielmente a la realidad.

El quid de la cuestión es cuando algún iluminado de turno se da cuenta de que esas corrientes de opinión formadas por miles e incluso millones de personas forman parte de un potencial negocio clientelar en forma de votos, y que remando a favor de esa corriente no solo se obtiene un beneficio económico en forma de dinero, privilegios y subvenciones, sino que también se consiguen legiones de acólitos que jalean sus egos, véase PACMA.

Es por ello que somos los propios cazadores los que debemos pensar de manera inteligente, no debemos caer en el sectarismo de estos personajes, de entrar con ellos en un debate de argumentos contra y favor de la caza, donde solo los anticaza tienen algo que ganar, tenemos que estar abiertos a hablar con todos los partidos y sectores de la sociedad que estén dispuestos a escucharnos, ser flexibles, estar dispuestos a adaptarnos a los nuevos tiempos, pero teniendo en cuenta que nuestra condición de cazador y el derecho de practicar la actividad cinegética es un hecho irrenunciable y libre.

La caza y la política solo deben converger en un punto de equilibrio, de dialogo fuera de los extremos, de respeto de las libertades y las tradiciones, tanto de los que cazamos como de los que no lo hacen pero se benefician de nuestra actividad (ganaderos, agricultores…).

La política debe ser el instrumento garante que permita regular, legislar y administrar nuestra actividad dentro de la sociedad actual y porqué no, también debe proteger nuestros derechos como colectivo de los ataques desproporcionados que a veces sufrimos producto del desconocimiento una veces y otros de la mala fe.

Lo que nunca podremos admitir es que sea un instrumento opresor que determine si nuestra actividad se rige por criterios éticos o no, o que sea el instrumento que juzgue la moralidad de nuestros actos.

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