Siempre cazador

Está claro que no tiene porque ser necesariamente un buen cazador aquel que es habilidoso en el manejo de las armas. Aunque compatibles, son conceptos diferentes si partimos de la premisa de que caza y morral no tienen porque ir en principio liados.


Ser cazador, con toda la enjundia que este nombre conlleva, supone una serie de virtudes que pasan inexorablemente por la constancia, sacrificio, conocimiento de las querencias y costumbres de los animales, manejo del perro, cariño a los animales motivo de caza, compañerismo y, como última condición, manejo de las armas. Normalmente el buen cazador se defiende bien tirando si aprendió esta faceta durante la práctica de la caza. Bien distinto es aquel que, dominando la técnica de los campos de tiro, inicia luego su andadura venatoria. Sencillamente porque deberá aprender a juzgar en cada lance y en décimas de segundo la forma de ejecutar el disparo y, cómo no, la forma de entrarles a tiro con rapidez y acierto. Cierto es que existen modalidades donde el cazador no debe perseguir a la pieza, sino esperarla, hecho que favorece en principio al tirador consumado si es capaz de sorprenderla. Pero la caza engloba otras muchas y complejas modalidades que requieren años de práctica, observación, serenidad y una calma inalterable. Una de las causas más importantes que hacen fallar el tiro es la precipitación, defecto muy común entre los que carecen de serenidad. Hay que conservar sobre todo, por muy cansado que se esté, el espíritu sereno sin desanimarse por fallar varias piezas. Solamente practicando se aprende. Nadie nace sabiendo tirar, aunque algunos tengan más facilidad y condiciones que otros. La caza exige trabajo, y esto sin duda la hace tan compleja. Quizás la caza de las perdices a rabo, allá por enero, sea la modalidad donde un cazador que se precie deba denotar más sus cualidades con la escopeta. Excuso referirme a aquellos que no se pueden contener ante la muestra del perro o cuando arranca cerca de ellos un bando de perdices. Se echan precipitadamente la escopeta a la cara, cierran los ojos y disparan acelerados como si sobre leones se tratara. Están también en este equipo aquellos que en los bares no fallan un tiro ni pierden una pieza. Desconfiad de ellos, son perfectos en la teoría pero se humanizan en la práctica. Para terminar, quiero quedarme con la figura de aquel cazador con perro, buen compañero, nada egoísta, valiente, de esos que soportan toda un jornada de invierno sin entregarse aunque no hayan cobrado una sola pieza. Nunca alardean de nada, aunque todos sabemos quiénes son. Me quedo con ellos.
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