Cuando ‘arde’ el mar

Tres años llevaban los pescadores deportivos sin coger prácticamente un bonito en la costa cantábrica. Cierto es también que los profesionales los pescaban a cien o más millas de la costa, pero eso es algo impensable para las pequeñas embarcaciones.


Sin embargo desde hace un par de semanas se han empezado a dar las primeras capturas para alegría de unos aficionados que ya intuían este año la presencia de los túnidos porque la temporada de anchoa había sido buena. La cosa es que los bonitos han hecho acto de presencia a no muchas millas para todos aquellos que han preparado con detalle embarcaciones, aparejos y tripulación. No en vano para manejar siete o más cañas es preciso dominar esta modalidad. Tripulación muchas veces conocedora de un fenómeno marino que llama la atención de manera especial como es la luminosidad esporádica del mar. De noche cuando la embarcación se dirige al lugar elegido y las aguas reúnen ciertas condiciones de temperatura la proa, al cortar el agua, vierte a ambos lados rizadas y luminosas olas que los pescadores denominan la ardora, cuando arde el agua. Millones de seres microscópicos que viven en suspensión iluminan a modo de farolillos el agua al rozar la embarcación o los bancos de túnidos. Es entonces cuando el pescador detecta la presencia de bonitos porque ve que hay ardora. Fenómeno fundado en la modalidad de pesca que se conoce con el mismo nombre. En todos los seres vivos la producción de luz se debe a la reacción de dos sustancias que los científicos conocen con el nombre de lucifirina luciferaza y al concurso del oxígeno. En estos minúsculos seres unicelulares, las sustancias productoras de luz se encuentran dentro de ellos saliendo al exterior a través de sus paredes transparentes sobre todo durante la noche. Pescadores deportivos de la talla del lekeitiarra Juan José Alday o José Mª Arriola conocen bien este fenómeno, pues incluso identifican su embarcación con el nombre de ARDORA.
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