La pollina cazadora

Me lo contaron Pedro y Román con lágrimas en los ojos de dolor por su recuerdo. Juanito, el tornillero de Berriz, se había roto el pie al saltar un ribazo cuando cazaba las esquivas perdices. Pero, a pesar de su decidida inutilidad, siguió en sus quehaceres de organizador de concursos de arrastre de piedras con bueyes, botillero de pelotaris y asesor de ciclistas profesionales junto a su inseparable amigo Antón, del barrio San Lorenzo (Ermua), tornillero también para más señas. Tela el alcance de esta pareja incombustible.


En fin, que siguió apechugando con todo aquello que su deterioro físico le permitía. ¡Pero la caza!, dirán. No estaba dispuesto a perderse la temporada. Para arreglar lo de su mala pata compró nuestro hombre una burra muy dispuesta en Quintanilla San García (Burgos). Aprendió a disparar desde la pollina pues Serrana, que así se llamaba el jamelgo, toleraba los escopetazos que se producían en sus mismas orejas que, por cierto, las tenía del tamaño de tres palmos. La compenetración entre cabalgadura y caballero era perfecta. A tal extremo alardeaba el tornillero que los chavales del lugar jaleaban el gesto pese a que alguna vieja llegó a santiguarse a la vista del temerario jinete. Menudo cuadro. El caso es que uno de esos días que salió a cazar a lomos de Serrana observó un bando de perdices que se escondían en unos chaparros. Acortó el paso del animal y encaró la escopeta. La burra se planta con el pescuezo estirado hacia un lado y las orejas señalando la mata con la precisión de una brújula. Arrancan dos perdices y no vean con qué destreza las fusiló. Para sí lo quisiera el mismísimo Iñaki Sopelana. Volvió a cargar la escopeta y espoleó a la burra en dirección a las víctimas. Pero con la emoción que le embargaba no se dio cuenta de que el animal seguía inmóvil sin hacer el menor caso a sus requerimientos. Estaba Serrana tan de muestra que el pointer más templado no lo haría mejor. ¡Había más perdices! Golpeó con el tacón de la bota a la burra para que arrancase pero ésta, después de dar unos pasos para adelante, vuelve a retroceder dos o tres metros. Sorprendido por la maniobra, que además era peligrosa, mira para atrás y… bueno, créanme que se quedó petrificado ante lo que estaba viendo. Serrana no solo paraba por delante, sino también por detrás. Y es que su cola, rígida como una vela, apuntaba a una mata de romero distante a tres o cuatro pasos. En esto arrancan cuatro perdices lanzando improperios contra los invasores y el tornillero, pese a la incómoda postura, fulmina un par de ellas. La burra, no sé si feliz por el lance o temerosa de que su dueño la obligue a cobrar las perdices, lanzó tal rebuzno que un pastor fue volteado por la espantada que provocó el alarido en cuestión. Felices fiestas y que lo cacen bien.
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