Monteros y amigos

Con la llegada de los primeros días de octubre, y después de la época estival en la que el campo acoge las melodías del celo, se levanta la veda dando lugar a un incesante ajetreo de monterías y ojeos a lo largo y ancho del territorio español. Un bullicio de coches y ladrar de perros rompe al alba en los pequeños pueblos serranos cada fin de semana.


Lo que antes era la afición de unos pocos, por la dificultad e incomodidades que entraña esta práctica, hoy se ha convertido en una aglomeración de personas que, por moda o negocios, se echan al monte como si de una romería se tratase. Esta escasa cultura del arte venatorio está dando paso a cacerías descafeinadas en las que la falta de calor humano en tan gélidas fechas hace desmerecer tan digna actividad. Pocos pueden presumir de pertenecer a una noble y leal peña de caza que se forjó hace más de una década en plena Sierra Morena. La filosofía de este grupo de amigos monteros no es la opulencia ni el logro de espectaculares resultados, sino compartir y disfrutar de la verdadera esencia cinegética. La tradición y el respeto son las insignias principales que abanderan la Peña El Puntal, ya que, por fortuna, sus jóvenes componentes han sido instruidos en este arte desde temprana edad. Comenzaron sus andanzas venatorias participando en las antiguas monterías, asimilando de ellas la inherencia de la verdadera caza. Aprendieron a respetar la naturaleza, el entorno, los compañeros y cada uno de los elementos necesarios para esta finalidad, siempre vigilados y tutelados por la experiencia de los mayores. Hoy día es una peña que, con las sólidas bases de antaño, recrea lo aprendido en las bellas manchas castellanas. Desde la más recortada solana del valle de Alcudia hasta la más oscura umbría de Sierra Morena ponen en práctica estos conocimientos, manteniendo hábitos y costumbres despreciados en muchas otras monterías actuales. Aún se montean fincas con puestos naturales, con cuerdas sin caminos en las que es preciso pedir voluntarios por lo escarpado del terreno y, cómo no, se reza a nuestra patrona montera, la Virgen de la Cabeza. Dejar cumplir las reses, acudir en ayuda de los perros al agarre de un macareno y no discutir por una res son costumbres bien asentadas. Se oye como antaño el trabuco y la caracola, el sonar de los cascos de la mulas y el Viva España después de la respetuosa oración. Por eso, cuando caen las hojas y el calendario se acerca a la Virgen del Pilar, despierta del letargo veraniego mi sentir montero. Poder compartir aventuras y lances con mis compañeros me anima a levantarme temprano, pasar frío o terminar calado en los duros días de invierno para asistir a nuestras correrías cinegéticas. Todo esto no sería posible sin la colaboración y esfuerzo de algunas personas altruistas que trabajan en la preparación de las manchas para disfrutar de un agradable día de campo. Siento orgullo de pertenecer a la muy noble y leal Peña El Puntal, esperando vivir junto a vosotros muchas fructíferas temporadas. Buena suerte, amigos.
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