Libros y caza, un gran lance

La literatura cinegética en España da comienzo con la obra Los Paramientos de la Caza en el año 1180, supuestamente atribuida a Sancho IV, El Sabio, rey de Navarra de la que no se conoce el códice original ni tan siquiera alguna copia medieval.


Puede tratarse de una superchería, como así plasmaron Iturralde en La Caza en Navarra en tiempos pasados, en 1881, o Gutiérrez de la Vega en el Libro de la montería del rey Alfonso, en 1877. Lo que no hay duda es que gran parte del texto incluido en dicho libro recoge las leyes ciertas del título X del Fuero General de Navarra, codificados a principios del siglo XIII. Esta publicación pudiera ser un texto apócrifo o, por el contrario, ser la reproducción de un códice falsificado, actuando su editor, Sr. Castillon d´Aspert, en 1874 de buena fe al desconocer esta circunstancia.
En el Siglo de Oro español la literatura cinegética alcanza su mayor esplendor. Su punto álgido coincide con la publicación de obras tan importantes de la venatoria hispánica como Origen y dignidad de la caza, en 1634 por Juan Mateos, y El arte de ballestería y montería, en 1644 por Martínez Espinar. Estos y otros valiosos ejemplares conservados aún hoy día van más allá de la materia cinegética. Han dejado el legado para el conocimiento de nuestra historia, topónimos geográficos, veterinaria, medicina o botánica desde la baja Edad Media hasta nuestros días. Ya en el s. XX es cuando empiezan a popularizarse las obras venatorias, encumbradas por figuras como Covarsí, el Conde de Yebes, Miguel Delibes o Alfonso Urquijo, que con su fácil prosa, entretenidos diálogos y delicadas descripciones hacen sentir de cerca al lector la carrera de la res, el aullido del lobo o el trabucazo del rehalero. Aparecen también en esta primera mitad de siglo textos que relatan maravillosas cacerías en otros continentes a modo de aventuras, tratándose a sus autores como auténticos expedicionarios o colonizadores de tierras salvajes. Destacan el Duque de Medinaceli, Cacerías en el África Oriental Inglesa (1919), José Mª Oriol, Yambo (1943), o La caza en Guinea (1955) de Tatay. Cualquiera de estos libros de épocas pasadas son de obligada lectura, pues describen cacerías de antaño en las que lo más importante no era matar ni conseguir grandes trofeos, sino desarrollarse en un ambiente de amistad y respeto, sin hacer efectivo el refrán «cacería terminada, compañía disuelta». Los libros mencionados explican la esencia de la caza, tan absorta en estos tiempos, la pureza de sus lances entre sierras vírgenes y las querencias de las reses sin cercados. Además cuentan innumerables saberes, consejos y normas que con la versión comercial de la cinegética actual se van perdiendo temporada tras temporada. Estos libros son buenos ejemplos para la iniciación y el aprendizaje de los más jóvenes, donde podrán seguir el patrón e instruirse en al arte venatorio para llegar a ser tan grandes cazadores como sus autores. En estas fechas se puede matar el gusanillo cinegético, por ejemplo, con un buen ejemplar que nos transportará a lo más profundo del monte, a un machán en espera de un tigre devorador de hombres o incluso a la lejana Edad Media para lancear osos en el monte de El Pardo.
Comparte este artículo

Publicidad