En defensa del silvestrismo

No existe en el Diccionario de la Real Academia una definición de silvestrismo. Es una de esas palabras que maneja la calle, pero que todavía la Academia no ha recogido.


Para quienes quieran saber más, los silvestristas estaban en el Siglo de Oro dentro de los llamados chucheros, un género de cazadores que capturaban mediante trampas y redes fringílidos y otros pájaros. Hoy se llama silvestristas a quienes capturan fringílidos con redes de libro y las crían para el canto. Más o menos. Andan muy picadas las aguas del silvestrismo en los últimos tiempos a cuento de los recortes en las capturas que asfixiarán casi completamente la actividad en 2018 si nadie lo remedia antes. Según los planes de las Administraciones, se seguirá capturando, pero se hará de una forma casi testimonial. La cosa es que para la mayoría de las administraciones competentes, e incluso para una gran masa de cazadores, el silvestrismo es el primo que no se conoce y del que se habla poco. Los silvestristas han sido gente que tradicionalmente ha dado poco ruido, que no generan grandes problemas y que practican una afición solitaria, y discreta. Los aficionados pasan de los 40.000 en España, un colectivo unido en torno a las federaciones de caza, motivado y generalmente integrado por hombres sencillos y humildes. A quienes no se hayan sumergido en las aguas de este particular Jordán cinegético les recomiendo vivamente que lo hagan. Aprenderán cosas nuevas, vivirán nuevas sensaciones inesperadas y desconocidas; completarán su puzle de conocimientos venatorios con un género de caza que es de por sí un mundo y que queda lejos de las conversaciones de visores, medallas, grains y calibres. El problema de este colectivo es que, paulatinamente, las autonomías han ido reduciendo los cupos de captura y que por ello la actividad languidece y se puede ver abocada a su desaparición. Desde las consejerías le echan la culpa al Ministerio, y desde los despachos del Ministerio a Bruselas; siempre el ogro de Europa, el lobo feroz que se come a los funcionarios y sanciona a los Estados: el coco que devora y multa. Por si fuera poco al horno del silvestrismo no dejan de arrimarle leña algunas organizaciones ecologistas que han convertido la caza en su particular muñeco de feria. Incluso han cruzado el Rubicón de los Juzgados de Instrucción interponiendo denuncia –una más- contra las autoridades andaluzas por prevaricación: por dictar una resolución, según ellas a sabiendas de su ilegalidad. Nada más lejos la realidad, ni nada más falaz. Lo triste es que, aunque no prospere, el daño está hecho. Es lo que faltaba para el duro. La realidad es que las capturas por silvestrismo son una actividad estrictamente controlada (incluso demasiado) y que en la práctica no supone un problema para la conservación de estas especies. ¿Han mejorado las poblaciones de pardillo, de jilguero o de verderón a pesar de los recortes? Mientras la Administración y los ecologistas miran con lupa y microscopio esta actividad, se mira para otro lado o se vuelve la cabeza a la hora de tratar algunos de los grandes temas que afectan a la pérdida de biodiversidad. Así por ejemplo nadie le pone el cascabel al gato de los usos agrarios inadecuados y a la utilización a discreción de herbicidas y pesticidas con letales consecuencias para la fauna. ¿Cómo se puede interpretar —con datos de la Unión Europea— que la biodiversidad se ha reducido notablemente en los agrosistemas europeos, mientras que se ha crecido o se ha mantenido en los terrenos forestales? El Ministerio elaboró en 2011 unas Directrices Generales sobre Silvestrismo que sirven en la actualidad para parapetarse en inexorables e inexcusables restricciones en las capturas. Sin embargo, las concibió como un documento vivo, flexible y desde luego sometido a los resultados de los estudios sobre cría en cautividad, y a la creación de un stock de pájaros suficientes para la cría. Los datos, los hechos objetivos (según mi información) son que la cría en cautividad no es tan factible como pensaban las administraciones y que el número de pájaros para cría no se ha incrementado. En resumen, que deberían modificarse estas Directrices que son la soga que aprieta el cuello del silvestrismo en España; que deberían cambiarse, pues su base —la posibilidad de la cría en cautividad— es de moliza y arena, una quimera que hoy choca con los datos: no hay stock, no es viable la cría en cautividad tal y como la plantea la Administración. Y eso vale aquí y en Europa.
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