Puerto Hurraco cinegético

Antonio es un agricultor de Granada al que alguna alimaña le ha cortado más de trescientos pies de olivo la noche del partido Borusia Dormunt-Real Madrid. Talados a golpe de motosierra, a fuerza de mala baba. A base de odio, ignorancia y cainismo.


Así ya lo creo que España es diferente. Que se lo digan a Antonio, que ha catado el jarabe de motosierro. Un suceso de El Caso. Seguimos en un país en que los conflictos se dirimen a fuerza de hacha, porra y ahora sierro. La porcata es a cuenta de los derechos de caza de las tierras de Antonio. Algo así como el disputado voto del señor Cayo en cinegético. Un guiso con todos los ingredientes: coacciones, amenazas, y finalmente, el delito y la barbarie. Un episodio más de esas páginas vivas de la España negra del Pascual Duarte de Cela. Tremendismo cinegético en bruto, aderezado con tintes de esperpento en plena era del 3G. Así somos, y así nos retrató Goya en Duelo a Garrotazos. Es la España más primaria, capaz de parir al bueno de Sancho, a Landa y a los hermanos Cabanillas (Puerto Hurraco). Es la Hispania de Abel y Caín con motosierro en mano, todoterreno y cadena de videa que echa humo. El hombre un lobo para el hombre y un verdugo para los troncos de olivo: una alimaña con dos patas. Talo, luego existo. Depredo y odio, luego soy español. Quienes hemos podado olivos tenemos que reconocer el mérito que tiene cortar a oscuras ciento sesenta pies de olivo. No es cosa fácil, ni se hace en una hora. Se lo aseguro. Hacen falta horas de entrega a la orgía destructora. Se necesita un buen rato de rumiar odio, vibraciones, olor a aceite quemado y barbarie. Se requiere una mala sombra a prueba de resistencia; un rencor a prueba de asedios, y un actuar con premeditación, alevosía y nocturnidad para aprovechar la impunidad que brinda el futbol (Borusia-Real Madrid). El autor, además de ser condenado por un delito de daños, debería estudiarse por la ciencia: el hombre-destructor, el homo-rencorosis que por el día va al bar o a las putas, y por la noche coge la motosierra y se transforma en un profanador de olivares. Según los informes de la guardia civil, el mozo de la sierra, ni babeo ni bizqueo. Sin duda se trata de un portento natural, por lo que debería consultarse a un genetista y conservarse sus genes. Y es que al final va a ser verdad lo que dice El Espía de que «la caza es muy envidiosa», o lo que refería Ricardo Ayala de que «la caza es muy sanguina». Ya lo creo. Publicado en el número de junio de Trofeo
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