¡Detente pluma!

Me encuentro, en estos días de asueto pascual, releyendo la obra del insigne y gran cazador que fue el Conde de Yebes. Digo insigne, por su dedicación literaria y artística a la escultura que, al igual que su prosa, trató siempre de transmitir la belleza del lance y el amor a la caza natural. No lo trato de insigne por cuestiones aristocráticas o de título nobiliario que, como dice mi esposa, no deja de ser el mote de pueblo de las familias de alcurnia.


En la recopilación de sus artículos titulada: La hora del Lubicán, la humildad de su autor se pone de manifiesto con mayor claridad si cabe. Como resultado de esta sencillez su grandeza personal queda patente. Él es el padre de esa gran faena literaria titulada Veinte años de Caza Mayor y no le duelen prendas reconocer que el prólogo que a este libro dedicó Ortega y Gasset, supera y ensombrece su propia obra hasta unos extremos en que él mismo llega a afirmar de corazón y desde un segundo plano que, más que escritor del libro, se siente tan solo propiciador del prólogo. Al Conde de Yebes le tocó vivir una realidad social distinta a la nuestra, algo que ha sido común con otros muchos grandes cazadores coetáneos suyos, también escritores al igual que él. En mi mente está mi admirado convecino José María Castroviejo, o el ínclito Cunqueiro, quienes en una época de azarosa dictadura franquista, tenían los redaños de escribir y publicar de forma vehemente sobre cuestiones que a los que hoy rondamos la cuarentena, no se nos ocurriría pensar que podía hacerse en aquella época. Me sorprende ver artículos publicados en aquellos tiempos de dictadura donde Castroviejo o Yebes hacían pública crítica de los errores y quebrantos que la mala gestión estatal provocaban a la caza. Solo el bueno del conde de Yebes ponía de vez en cuando freno a su denuncia con una expresión de contundente lamento… «Detente pluma». A colosales hombres y cazadores como ellos debemos la creación de las grandes Reservas de Caza, o de la Junta de Homologación de Trofeos, la cual en pleno siglo XXI sigue absolutamente atascada por la incompetencia de la administración en mi tierra, Galicia. Me sorprende mucho leer artículos en donde, en plena dictadura, estos dos autores se cruzaban bofetadas literarias en el ABC contra personajes que en 1970 ya nos llamaban asesinos a los cazadores. Digo que me sorprende esto porque el dictador era cazador, y después de este tipo de improperios, en mi imaginario, se me dibuja que a aquel enemigo de la cinegética le hubiesen dado el paseíllo, y tal cosa no ha sido así. Yebes y Castroviejo criticaron, publicándolo abiertamente, la necesidad de una nueva ley de caza, la del 70. Hoy, en mi tierra, parece que criticar la incompetencia de quienes acaban de redactar un nuevo borrador no puede hacerse porque, en seguida, te llegan recaditos de que si has sido muy duro con el Director Xeral, que si era mejor esto, o lo otro. La verdad, comparado con el estereotipo de censura franquista, se me antoja que en la actualidad la calidad de libertad de expresión no es mucho mejor. Es más, hay dentro del gremio que se hace llamar periodismo cinegético más de un indocumentado dispuesto a dar alabanza al federativo de turno, o al Director Xeral, para que después le den la subvención que nutre su chiringuito lúdico gastronómico o el sobresueldo, por ser un buen profesional afecto al régimen. En el ámbito privado los ciudadanos no solíamos reflexionar sobre la calidad de nuestra democracia. Quizás hoy lo hacemos algo más, con tanto escándalo económico en las altas esferas. Hoy empezamos a tener conciencia de que lo que vemos en prensa pueda tan solo ser la punta del iceberg que, bajo cuya superficie, puedan estar fluyendo pequeños témpanos de corrupción y de intereses que hacen que se pierdan nuestros dineros entre los jugos gástricos de los libasubvenciones en vez de hacerlo invirtiendo en el medio natural. Debería haber sido más precavido. Quizás hubiese sido mejor haber escrito ya, hace un par de párrafos, un… ¡Detente pluma! Como sabía hacer Yebes.
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