Futuro de esperanza

Demasiadas amarguras hay en el día a día. He dejado de escuchar mi programa de radio favorito por prescripción facultativa. Uno no debe empezar la mañana compungido, con noticias angustiosas, si quiere mirar el futuro con esperanza.


La caza, con sus experiencias, es para muchos de nosotros un rincón del alma en donde los lances hermosos y el tufo que desprende una vida cálida y sencilla se amontonan para así, con el paso del tiempo, poder rozar esos recuerdos como se acarician las tapas polvorientas y nobles de uno de esos libros antiguos, de venatoria redundancia, que descansan en mi librería. Cazo de la misma forma que leo esas maravillosas obras cinegéticas en ediciones facsímil de impresión humilde en lo económico. Lo hago en silencio, en soledad y con el pequeño esfuerzo añadido que es hacerlo en castellano antiguo, aunque es un poco más complicado, el resultado aporta un plus de sabor que de otra forma no sería alcanzable. Cuando la lectura de uno de estos volúmenes llega a su fin, cierro sus tapas, hago lo mismo con mis ojos y, finalmente, suelo acordar llevarlo a una copistería de mi confianza. A este libro de humilde edición le espera allí un artesano encuadernador, él será quién lo vista de piel y oro. Otras veces, las menos, los reencuadernará en terciopelo o quizás tela. Por unos pocos cuartos habré ennoblecido el soporte papel de mi pasión. De una forma fetichista doto a ese ejemplar, que tanto gozo me ha dado, del oropel que se le debe al guerrero que torna victorioso mostrando sus cicatrices. También mis libros las tienen, a modo de sutiles marcas de lápiz, o de pequeñas dobleces que señalan párrafos de especial interés. Luego descansará en su estantería y muy de tarde en tarde lo extraeré de su nicho y, acariciándolo, lo despojaré del polvo que lo acrisola. Cazo mis extraños trofeos de corzo igual, económicos en lo posible. Pero disfrutados siempre con las vivencias que adornan el lance. Ellas me aportan también un plus de satisfacción. No puedo ni quiero cercenar la amistad de las gentes, ni el olor de la tierra que comparten espacio y tiempo con mis añorados corzos, del lance de caza que realmente lo engloba todo. De vuelta a casa rememoro las sensaciones vividas, y en un ejercicio similar al noble retiro que prodigo a mis libros de caza, también de esa misma forma pretendo obrar con los trofeos logrados. Es por ello que ennobleceré sus trofeos. Colocaré sus cuernas sobre maderas barnizadas y les reservaré un espacio en mi recuerdo y en la pared que está enfrentada con la que sustenta a la biblioteca de los viejos libros de caza, mil veces releídos y encuadernados en nuevas y lujosas tapas. A unos y otros acaricio de tarde en tarde. Unos y otros me satisfacen porque mediante el recuerdo o la lectura disfruto del reflujo sabroso de la caza que, lejos de haber sido, se me muestra como un está siendo. Ahora, aquí, en mi escritorio, entre mis corzos y mis libros, cazo y sueño con futuros lances. Espacio tengo en una nueva pared, la biblioteca siempre resulta susceptible de ampliación, que habiendo tiempo y salud, habrá corzos y libros que sigan manteniendo la esperanza de cazas futuras y recuerdos de las pasadas que afloren a poco que se acaricie el polvo que las cubre. Solo de esta forma consigo soportar tanta mediocridad que nos rodea en nuestro día a día. Es un ejercicio que recomiendo; guardar un rincón en el alma para guardar esas nuestras pequeñas cosas y ritos que nos hagan más soportable la realidad. En él cada uno guardará lo que ansíe, yo guardo libros, corzos, tierra, amigos, e incluso un pequeño templo donde doy culto a mi Diosa Diana. Publicado en Federcaza de Julio de 2012
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