Más cornadas da el hambre

Abro mi ventana virtual y un titular de prensa aparece ante mí como un cimbel, embelesa mi atención, y dice: «Aumenta el furtivismo para compensar las exiguas rentas familiares». La verdad es que no me sorprende. ¡Maldita crisis!


Esta faceta del furtivo por carne, por necesidad, nunca por vicio, no es quién de despertar en mí reproche alguno. No encontrará en mi mano, este moderno Juán Lobón, dedo que lo pueda acusar. Es más, ni siquiera tendría fuerza moral para, emulando al Hijo del Carpintero, decirle: Vete y no peques más. Yo digo, vete y peca lo que tengas que pecar; que no hay ley más alta que la de dar de comer a los tuyos cuando la penuria, el paro y las privaciones empujan a ello. Aquella imagen romántica del furtivo de postguerra regresa a nuestras sierras cuando la necesidad del desastre económico en España fuerza a la virtud de buscarse el sustento de los churumbeles. Dentro de estos desordenes distingo perfectamente a los que obran por necesidad, pues son los que veremos cargar con una cierva o gabata de carnes más blandas que un correoso y viejo venado, es el sustento lo que guía sus andanzas. No será de su interés el trofeo, que tiene dueño y es de razón que lo defienda. Eso diferencia a quien cobra en el monte la ayuda familiar que desgraciadamente necesita, del despreciable delincuente que tiene organizada una red de furtivismo de la cual obtiene pingües beneficios, a costa siempre del patrimonio ajeno en forma de trofeo. Pido indulgencia y moderación a la autoridad, y al guarderío cuando se encuentren con un padre de familia necesitado furtiveando. Antes que el deber, está el corazón y la humanidad. Al tiempo, les servirá para ahorrar esfuerzos y atacar con ánimos renovados a esos señoritos de nuevo cuño. Esos viciosos del disparo facilón y nocturno sobre una cosecha cinegética, que está fuera del huerto que les corresponde. Esas son las tramas que usan visores nocturnos y “chupetes” de importación, pagan guías y organizaciones para robar a mitad de precio lo que no es necesidad ni sustento. Lo que sólo será una mentira más colgada de una pared acusando en silencio, a su conciencia. Si la tienen, que ese es otro cantar. El furtivo que lo es por necesidad reaparece hoy desgraciadamente en nuestros campos consciente de que en el pecado le va la penitencia. Ni lo hace por placer, ni usará ese despliegue de trebejos ilegales que usa la red de viciosos del trofeo ajeno. Él usará un solo disparo, nunca dos. Un postazo del doce, un tiro bien colocado del veintidós, y la sierra volverá a estar en silencio. Poco le habrá quitado al monte, y no volverá en mucho tiempo. Solo cuando el vacío en el congelador familiar preludie un vacío peor en los estómagos de la familia. Solo en ese momento volverá, a correr el riesgo de ser trincado con las manos en la masa. Será entonces cuando, con la determinación de quien es consciente de la apuesta, tentará una noche a la poca suerte que le queda, y mientras entre dientes susurrará: «¡Qué cojones!… Más cornadas da el hambre».
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