Comenzamos

Es madrugada del día del Pilar en una pequeña ciudad de La Mancha. Le falta un rato al sol para alumbrar las solitarias calles, pero ya bullen algunos bares.


Land Rovers, furgonetas y todo-terrenos apiñados en segunda, incluso tercera fila, frente a sus puertas. Todos se conocen, todos se saludan. Todos son perreros, menos el camarero y algún curioso con insomnio. Toman un café rápido y salen apiñados en sus vehículos camino de las perreras. Con las ventanillas bajadas, entrando el aire fresco de la mañana se van acercando a lo que ahora se le llama núcleo zoológico. Están en cualquier parcelilla a las afueras del pueblo. Antes de llegar, los perros han notado algo raro, tal vez es sólo que su cuidador llega más temprano de lo que acostumbra, o simplemente que viene más acompañado, y entonces recuerdan e intuyen que lo más seguro es que van de montería. Tirones a las cadenas, ladrando sin parar, los perros sueltos se agolpan en la puerta, se tiran a ella como posesos. La perrera es un clamor. Se tienen que hablar a voces aunque se esté a un par de metros. Para que se suban en orden al remolque, alguien se tiene que poner con una tranca en la puerta, se matan por subirse. Hay que ir anotando los nombres de los convocados. En la elección entran muchos factores. Si es más de cochinos o de venaos, si la mancha es abierta o cercada, etc. Esta vez lo peor serán las altas temperaturas, los mejores perros, los de más afición, podrían morir de un golpe de calor. Procurarán forzar en el ojeo el encuentro con una charca o arroyejo para aliviar la sed. Perder un buen perro es muy desagradable. Hoy montean cerca, en hora y cuarto se está en la finca. Esta vez hay suerte, lo perreros comen las migas y disfrutan del ambiente con el resto de los monteros y auxiliares. Se sortean las manos y a las doce en punto, puestos los delantales y sin olvidar el cuchillo, se sueltan colleras. Es un momento emocionante que le pone al más pintado la piel de gallina, sobre todo hoy, que es la primera jornada de la temporada. Los rehaleros jalean a sus perros y estos, con sus ladras y agarres, también animan a sus amos a romper monte, arañarse con las zarzas y aulagas, y a calarse hasta los huesos, ya sea de lluvia o del propio sudor. Es un trabajo duro que exige una afición pura, nadie es capaz de hacer eso por solo unos euros. Perreros y perros son un equipo, unos dependen de los otros y viceversa. Ambos llevan el mismo objetivo, cumplir y seguir siendo el alma de la montería.
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