Capacitación técnica

De todos es conocido que todas las consejerías de medio ambiente exigen para la aprobación de un plan técnico de caza, o un plan de ordenación de los recursos cinegéticos, que de ambas formas se puede llamar, que éste haya sido confeccionado por un titulado con la debida capacitación técnica.


La especificación de la titulación adecuada se suele expresar en algún texto normativo, y normalmente se encuentran contemplados biólogos, ingenieros de montes y forestales, y veterinarios. Posiblemente se me escape alguna otra posibilidad dado el maremágnum legal en que hemos convertido este país, o lo que sea ahora España, pero no creo que varíe mucho. Esto hace que alguien con una titulación como la mía no pueda ejercer esta función técnica, ya que mi capacitación académica es teóricamente inadecuada a los ojos del legislador. Por ello, las más de las veces he de confeccionarlo y posteriormente pasarlo a un profesional cualificado, para que estampe su firma y de esta manera sobrepasar este trámite, ya que de otra forma sería rechazado. Ya dije alguna vez que me gusta hacer las cosas por mí mismo, por lo que me niego en rotundo a cederle los trastos a alguien totalmente ajeno a mis terrenos, y que actúa tan sólo estimulado por motivaciones pecuniarias. Por otro lado, lo común que vengo observando a lo largo de mi dilatada vida gestora cinegética, es que los planes confeccionados de forma impersonal por un técnico contratado al efecto, no son más que un cúmulo de tics y formalismos carentes de todo origen fidedigno, con una cantidad de tecnicismos totalmente quiméricos, y de torpezas que no soportan el más mínimo juicio competente, que no corresponden en absoluto con la realidad, ya que tan sólo corresponde con las moquetas de sus despachos. No entiendo muy bien cómo siendo totalmente inexistentes en los estudios académicos mencionados módulos o créditos específicos dedicados a esta materia, no se tiene en cuenta la experiencia contrastada o el curriculum del autor como alternativa válida. Los más acreditados y prestigiosos centros de estudios de postgrado en gestión empresarial del mundo, admiten como acreditación alternativa la recomendación escrita y la experiencia contrastada en el mundo de la empresa, como sustituto de la adecuada titulación académica, y estamos hablando de formar a los futuros directivos de las empresas responsables de generar riqueza y puestos de trabajo, y de salvaguardar el capital de los accionistas que pueden ser millones de personas, lo cual se me antoja una misión de hondo calado, generalmente bastante lejos de lo propio en la gestión de un coto. Un ejemplo más de la lejanía que distancia el mundo real y el teórico del funcionariado y la administración pública, casi siempre ajena a lo que sucede a su alrededor. Otro ejemplo daría cuando refiriese el caso de un hermano mío que es licenciado en CC. Físicas y Doctor Ingeniero Informático, y además por dos universidades distintas. Pero toda esta disquisición no sirve más que para dar entrada a este comentario. Me quiero referir a las organizaciones ecologistas. Me parece escandaloso que estas organizaciones manejen fortunas con origen en todos nuestros bolsillos, que promuevan acciones de la administración que nos cuesten más dinero aún, que dirijan acciones de nuestros gobiernos, que prohíban, limiten, ejerzan presión, que creen opinión pública, que desestabilicen empresas, que estén presentes en todos los foros y comisiones que les plazca, incluso en los referidos a los temas cinegéticos, cosa que a nosotros los cazadores se nos veta cuando se habla de nuestras tierras, y nadie les exija una mínima acreditación profesional. Lo que ocurre es que hacerse ecologista es muy fácil, tan fácil como esto: se compra uno un Suzuki de segunda mano si nuestras condiciones económicas no son muy boyantes, unos pantalones de pana gruesa marrones, unas botas de piel vuelta, unos prismáticos, un saco de dormir y una tienda de campaña para dejarlas en el maletero del vehículo anteriormente mencionado para enseñarlas a la primera de cambio, se desgreña uno un poco, acude a una asociación de esas que se llaman «Coordinadora de............», se afilia uno y, además —que no se nos olvide— exigimos una pegatina de esas que dice «Salvemos al Gamusino de las Rocas» para adherirla prontamente en un cristal del vehículo y, por último, nos compramos una guía de identificación de aves para llevarla en el asiento del vehículo también. Con todo esto ya somos ecologistas de pro y podremos defender a voz en grito el hábitat del gamusino de las rocas o las gusarapas pardas. No quiero hablar ni de pasada de la verdadera naturaleza de estas entidades que no pasan de ser empresas mercantiles como cualquier otra, ni de sus estructuras y organigramas, que las hace ser simplemente máquinas de presión y creación de opinión con el único objeto de obtener su propia pervivencia, normalmente basada, entre otras cosas complementariamente al dinero de todos los españoles, en la emisión de informes a la carta según la petición y la cartera del solicitante. Pues sí, estas organizaciones que pueden decidir desaprobar un determinado plan de obras públicas, o un determinado aprovechamiento, o pueden decidir boicotear cualquier cosa que les venga en gana, no se les exige acreditación profesional alguna. Pero a los cazadores sí, y de una forma un tanto inadecuada. Pero no estoy diciendo que se nos libre del rigor técnico y científico en nuestros actos en pro de una gestión cinegética con criterios de ordenación equilibrada y respetuosa con el medio. Una buena gestión de la caza puede ser una herramienta eficaz de conservación de los ecosistemas frente a otras prácticas más agresivas con el medio ambiente, y esto es una grandísima responsabilidad que no podemos afrontar a la ligera o irresponsablemente. Los planes técnicos pretenden la ordenación equilibrada, armónica con el resto de aprovechamientos y respetuosa con el medio, de la gestión cinegética de los terrenos afectados. Para ello se han de realizar unos estudios previos de los componentes medioambientales que afectan al desarrollo de las especies que pueblan los hábitats, conociendo su situación actual y, tras compararla con los óptimos posibles y deseables, llevar a cabo las medidas oportunas que permitan alcanzar estos resultados de forma sostenida en el tiempo, ya que el criterio de sostenibilidad es prioritario en estos planes. ¿Pero se les exige algo de esto a los grupos ecologistas? Ni de lejos. Así nos va.
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