De notario...

El domingo fui de notario…


…al puesto con mi amigo Jaime. Digo de notario porque «levanto acta» de cada cacería a la que le acompaño por aquello de recordarle los fallos y echarle broncas. Él, que es como el santo Job, me sufre en silencio, como las hemorroides… Lo cierto es que no sé cómo me aguanta. A lo largo de estos tres años en que he dejado prácticamente de cazar, le acompaño al puesto, instalo mi catrecillo y hago como si cazara. Indago, miro, escucho, tanteo, supongo, evalúo y… espero. Ayer le tocó el mejor puesto de toda su vida. Se monteaba El Huertezuelo. Una mancha muy calentita que siempre da muy buenos resultados. Sobre todo cuando hace mucho frío y hay nieve en las cumbres del Calar Alto. Andaba yo desconfiadillo porque está haciendo mucho calor y, al ser una solana descarada, me maliciaba que los guarros estarían encamados al otro lado de la sierra. Me equivoqué. La Mancha es una ladera muy alta con dos caminos que la recorren en su longitud. Uno por el sopié y el otro a media altura. El conjunto de la ladera forma un entrante importante en el monte con lo que se forma una enorme rinconada muy bonita y abrigada del viento. Tiene unos cuantos barrancos profundos y dos cortafuegos. Todo ello muy abrupto, muy áspero. La vegetación es sólo pino. Decenas y decenas de estrechas terrazas, una encima de la otra, que son como autopistas por las que corren los cochinos, tapados con los árboles, hasta que se tropiezan con los dos cortaderos, cruzan los barrancos o pasan los portillos de arriba, algunos de los cuales van a dar a la umbría del otro lado y otros cruzan la carretera del Observatorio astronómico. Los aficionados al ciclismo recordarán que allí termina una etapa de montaña de las más duras de La Vuelta. Pues bien, el puesto 32 estaba donde uno de los dos cortaderos se cruza con el camino que transcurre a media ladera pero como a doscientos metros arriba del cruce. Una cuesta respetable para estas edades y estos kilos… Sólo había otro puesto más arriba que le había correspondido a un buen hombre al que acompañaba un chavalín de unos doce años. Dejamos los coches en el camino y echamos a andar hacia el puesto. Con andar cansino… ya sabéis el refrán… «Si quieres llegar arriba como un joven… empieza a subir como un viejo». A mí ya no se me cumple el dicho porque, empiece como empiece, siempre acabo resoplando como una cafetera. El hecho es que llegando al puesto, ya se veía la tirita de plástico que lo indicaba, vimos una zorra cruzar el cortadero por un regatillo… buena señal. Llegamos al puesto, que estaba encima de una piedras apiladas por la pala que hizo el cortafuegos, nos instalamos y entonces aparecen por abajo nuestros vecinos, padre e hijo, parsimoniosamente subiendo como podían… el niño iba como zombi y al padre daba miedo verle. Cianótico, de color azul intenso y cargado como una mula. Trato de adivinar qué puñetas se puede uno llevar al puesto para ir tan cargado… Como no sea la Playstation con doscientos juegos de esos de «Nontiendo»… A los diez minutos cruzaban por delante de nosotros y como los veía con tal lentitud y ya sonaban los ladridos de los perros, nerviosos por la suelta inminente, no pude reprimirme y todo lo amablemente que pude le dije al buen hombre que se diera prisa que iban a soltar ya. El hombre, entre quejío y resoplío dice «¡No pasa ná!»… y sigue subiendo con más paradas que el tren correo de Andalucía… En estas dice Jaime «sujeta el rifle que voy a cortar esas ramas de retama que no me dejan ver bien la zona de abajo»… Se baja de la piedra, empieza a desmochar y miro a los dos personajes que siguen trastabillando por el cortadero arriba… El niño empieza en ese momento a dar voces a su padre que iba diez metros delante… Y veo una fila de cochinos que sale al limpio entre ellos y nosotros, a treinta metros… Pongo el rifle mirando al cielo para evitar tentaciones y juro en arameo toda una letanía… ¿Cómo se puede perder el sentido común hasta tal punto que el hombre se ponga a gritarme como un poseso que tire, que dispare a la fila de animales que cruzan entre el arma y su hijo? Me quedo estupefacto… el tío chilla tan fuerte extrañado de que no tire que le tengo que decir a voces destempladas que si quiere que le vuele la cabeza al niño… A los chillidos histéricos del padre y de pavor del nene la hilera de ocho o nueve cochinos cambia de trayectoria y se acerca más a nosotros… Trato de darle a Jaime el rifle pero ya no da tiempo… Al acabar el cortadero, a nuestras espaldas y antes de empezar la espesura de pinos hay una zona como de cuarenta metros de monte bajo… les dejo cruzar todo el cortafuegos y la zona que os he dicho y sólo cuando ya entran a lo espeso les suelto dos tiros, no me quedo con ninguno… luego vimos que iban tocados los dos por los rastros. Gracias a Dios que parece que la cabeza todavía me funciona en momentos de tensión que, de otra manera, podía haber provocado algo irreparable. Después cruzaron dos cochinos que abatió Jaime y otros dos que se fueron a criar. Pasaron como meteoros… Después de pistear el guarro más grande de los dos que tiré, me bajé al camino en busca del cazador que ocupaba el puesto anterior y que le había disparado también. Lo tocó pero cruzó el camino y se tiró ladera abajo como una bala… Volví a subir a por los bártulos mientras Jaime pisteaba y volví a subir por tercera vez a bajarme, yo solito,uno de los guarros… una paliza para mis canas…
Al final, cuando nos reunimos en los coches y me llevé otro disgusto. Una guarra primalona que fue abatida por unos amigos de Almería, dos puestos más adelante, llevaba un lazo de acero trenzado alrededor del cuello que ponía los pelos de punta. El pobre animal tenía un profundo corte y a buen seguro que la muerte fue un bálsamo para ella.
No comprendo que haya gente que sea capaz de hacer esas cosas. La montería fue muy buena y se cobraron cuarenta y seis jabalíes… pero me vine con mal sabor de boca por fallar, por un tío atontao y por el hijo de la gran… que puso el lazo.
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