La gota china

Un antiguo y muy mentado método de tortura es (o era) la llamada ‘gota china’, que como es bien sabido consiste en dejar caer cada pocos segundos, y con matemática precisión, una gota de agua sobre la frente de una persona a la que previamente se inmoviliza en posición decúbito supino, o sea boca arriba. Pero en contra de lo que mucha gente pueda suponer, el reo no muere porque la acción de la gota le acabe perforando la frente, sino por desesperación.


Al parecer, el hecho de no poder dormir por culpa del incesante goteo y el no poder beber de ese agua cuando la sed se hace insoportable, hacen que el sometido a semejante tortura fallezca a los pocos días de un paro cardiaco, mucho antes de que el agua llegue a provocar una herida de consideración. Muere, como ya hemos dicho, por desesperación. ¿Algo tan aparentemente inocuo como una gota de agua puede matar? Sí, es cuestión de persistencia. Pues, salvando las distancias, algo así le puede llegar a suceder a no pocos cazadores, constante e insistentemente acosados, denostados, insultados y estigmatizados por el mero hecho de serlo, en la calle, en la prensa, en las redes sociales… Unos dejan de cazar, hastiados, y otros lo hacen en menor medida y siempre que se pueda de tapadillo para que no trascienda, incluso en sus propios círculos sociales y profesionales. El listado de gente famosa, ya sean actores, deportistas, empresarios, cantantes o políticos, que se ha visto perjudicada por el hecho de ser cazadores es larga. Es más, el profesional que dependa en alguna medida de su buen nombre ante la opinión pública, se tendrá que cuidar muy mucho de que no trascienda que es cazador, y de que no se asocie su imagen con la de un animal muerto de un disparo, porque las consecuencias pueden serle desastrosas —peores cuanto más grande sea el animal cazado, porque la sensibilidad de los anticaza suele mostrarse directamente proporcional a los kilos de peso del animal muerto—. En este sentido, la ingente labor de intoxicación que los anticaza están haciendo por todas las vías posibles está dando sus frutos, sin que se vislumbre fuerza capaz de contrarrestarla. Hace unos días conocimos la noticia de que el donante de una cacería de elefante en Namibia, a subastar entre los miembros del SCI de Dallas, retiró su oferta ante la avalancha de críticas que suscitó entre la sociedad norteamericana. Si el todopoderoso Safari Club International no es capaz de sustraerse a la acción de este goteo constante en la frente del cazador, ¿qué puede hacer el cazador de a pie? Cierto que el presidente del chapter de Dallas ofreció todo tipo de datos sobre la legalidad y oportunidad de la cacería, que nada tiene que ver con la grave situación por la que atraviesan las poblaciones de elefante en muchas zonas de África, pero lo cierto es que la donación fue retirada. Seguramente quien hubiera estado dispuesto a pujar en la subasta se pondrá en contacto con el oferente para contratar la cacería, que en cualquier caso se llevará a efecto, pero la batalla, por nimia que parezca, no deja de haber sido ganada por los detractores de la caza, que poco a poco, mentira a mentira, insulto a insulto, gota a gota, van ganando la guerra planteada entre los cazadores y la propia sociedad a la que pertenecen. La caza bajo control no atenta contra la supervivencia de las especies, y lo saben hasta quienes más la critican, pero a base de insistir en su mensaje confían en que algún día acabarán con ella, un poco por aburrimiento y un mucho por desesperación de los cazadores.
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