¿Cuestión de imagen?

Como consecuencia de la precaria situación por la que atraviesa el elefante en todo el continente africano, el Servicio de Pesca y Vida Silvestre de Estados Unidos —US Fish and Wildlife Service (USFWS)— ha tomado la determinación de prohibir con carácter inmediato la entrada en Estados Unidos de trofeos procedentes de la caza de dicho animal en Tanzania y Zimbabwe, como ya hiciera en su día con los trofeos de elefante cazados en Camerún y Mozambique.


Se justifica el USFWS diciendo que la decisión ha sido tomada tras haber contactado con las autoridades de dichos países y una vez constatada la lamentable situación a la que la caza furtiva ha llevado a los elefantes en sus respectivos territorios. Lo que no han acabado de explicar con demasiada claridad es cómo va a beneficiar a la especie el que se dejasen de cazar (suponiendo que cundiera el ejemplo y esos permisos tampoco fueran utilizados por cazadores de otros países) unos pocos cientos de elefantes adultos cada temporada cuando son muchos miles de ejemplares, sin distinción de edad ni de sexo, los que son masacrados en todo el continente. Y como bien saben ustedes, semejante escabechina corre a cargo de grupos de corte mafioso perfectamente organizados y bien relacionados que cuentan en no pocos casos con la complicidad de las personas que más deberían velar por impedir la caza furtiva a gran escala. Entendemos, cómo no, que hay que salvar al elefante y que todo esfuerzo será poco con tal de detener esta locura que, desde hace ya demasiado tiempo, recorre África de norte a sur y de este a oeste, pero no acabamos de ver de qué servirá retirar unos pocos cites del mercado norteamericano en tanto las masacres se recrudecen y por las costas africanas navegan sin temor, como el esproncediano bajel, un montón de pesqueros de bandera china dispuestos a sacar del continente todas las toneladas de marfil que los furtivos sean capaces de acumular. Antes bien, si el elefante llegara a perder todo su valor en el mercado de la caza regulada, y si quienes hoy miran por ellos al preparar sus safaris, aunque solo sea para proteger sus intereses, dejan de hacerlo, el trabajo de los furtivos será aun más sencillo y no se detendrán mientras quede un elefante sobre tierra africana. Hay demasiado dinero fácil en juego y ni el menor asomo de escrúpulos. Al parecer son ya varias las instituciones internacionales que han pedido o van a pedir al USFWS que retire la mentada prohibición, el Safari Club Internacional y la Asociación de Cazadores Profesionales Africanos entre otras. No sabemos si lo lograrán, aunque consideramos difícil que las autoridades norteamericanas se desdigan de una medida que la sociedad en general habrá recibido como buena por esperanzadora. Ilusos. ¿Cuándo comprenderán que la caza deportiva y legal —tan reglamentada como pocas actividades humanas de ocio lo son— poco tiene que ver con el riesgo de extinción de las especies? Tal vez sea válida (la prohibición de importar el marfil de los trofeos de caza) como imagen ante los foros conservacionistas: «los cazadores norteamericanos no contribuyen al exterminio de los elefantes de Tanzania y Zimbabwe». Pero si a la sociedad norteamericana le sirve de alivio, no parece probable que vaya a influir en quienes ejecutan a los elefantes, y menos aún en quienes lo consienten o lo organizan, que son las personas contra las que habría que actuar. A precio de mercado, el marfil de los más o menos 30.000 elefantes que se asesinan cada año en África supone mucho dinero, una verdadera montaña, dinero más que suficiente para comprar voluntades, aligerar controles y endulzar conciencias. Un feo asunto con muy mala solución.
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