Más de lo de siempre

De nuevo una simple foto, sin nada de particular, está provocando un terremoto social, esta vez en México, perfectamente magnificado por la prensa hasta límites tan ridículos como grotescos, y, como no podía ser de otra manera, por algún político oportunista.


Seguramente conocen el caso: alguien filtra a una revista mexicana unas fotos de la popular actriz y cantante de aquel país, Lucero (de 42 años), en la que aparece, en compañía de su novio (sobrino del poderoso empresario Carlos Slim), junto a un trofeo de macho montés. Es decir, la típica foto en la que se les ve sonrientes en el campo, junto al animal recién abatido. Lo que sucedió a continuación es asombroso: las redes sociales se vieron inundadas con miles de mensajes en los que se la llamaba asesina y mata-ilusiones-de-niño entre otras lindezas, tuvo que anular algunas actuaciones ya contratadas y hasta un destacado político, el presidente de la Comisión del Distrito Federal en el Senado, Mario Delgado Carrillo, aprovechó el torbellino generado para anunciar, imaginamos que henchido de amor por la naturaleza y sus criaturas, que elaborará una iniciativa de reformas a la ley general de vida silvestre para prohibir los ranchos cinegéticos en México y, en general, la práctica de la caza. Y lo dice todo seguido y sin anestesia. Como argumento de base considera un mal chiste que dichos centros generen recursos que se destinan a la conservación de las especies. No será fácil que lo logre (imposible no hay nada), entre otras cosas porque es una sandez que llevaría a la ruina a innumerables propietarios de terrenos cinegéticos y abocaría a su desaparición a muchas y muy notables especies salvajes, cinegéticas o no. Así lo estima sin asomo de duda el experto mexicano en gestión medioambiental Gabriel Quadri de la Torre, quien fuera presidente del Instituto Nacional de Ecología de su país entre los años 1994 y 1997, en un artículo publicado en El Economista el pasado 17 de enero. Tras fijar su postura respecto de las citadas fotografías («Independientemente del mal gusto —por supuesto reprobable— que las imágenes revelan») y reconocer como «loable la sensibilidad social al sufrimiento animal», acaba por concluir: «pero mal encauzada es capaz de erigirse como un obstáculo a la conservación de especies y ecosistemas, cosa que, aunque parezca contraintuitivo, puede lograrse a través de la cacería». Acabáramos. En México, como en tantos otros países, lo único que a la larga puede asegurar la supervivencia de las especies salvajes es su valor económico, valor que le otorgan casi en exclusividad los cazadores llamémosles deportivos, que son quienes compensan a los propietarios de la tierra de los gastos que les supone mantener esas especies en sus propiedades. Así se salvó el borrego cimarrón, por ejemplo. También en estos días infinidad de ecologistas de salón se han tirado al monte (del insulto) porque un norteamericano ha pagado 350.000 dólares por un permiso para cazar un viejo macho de rino negro. Les parece un escándalo. ¿Pero quién hace más por los rinos, quien paga esa fortuna para hacer factible que alguien los siga protegiendo o quien grita mucho pero no suelta un euro? Lo mismo habría que encargar a alguna de las multinacionales de la ecología la gestión económica de esos permisos. Tal vez así no les parezca una idea tan mala.
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