Caza y amistad

Perdonad la referencia tan personal, pero en esto de la caza hay amigos del alma, compañeros de viaje y otros. Todos hemos visto de todo. Conseguir un buen coto cuando la caza es un bien escaso, supone un milagro. Cazar con una cuadrilla de amigos y gente de bien, es para dar gracias a San Huberto cada día. Viendo las bandas de maleantes que afloran en este mundo de la caza, en todas sus dimensiones, es para poner velas todas las mañanas para que no te toquen.


Este artículo fue publicado en FEDERCAZA, ‘Cazar en Torozos’, en octubre de 2002
Antonio Méndez ‘El Portu’ y José L. Garrido en 2005. Feria de la Caza (Valladolid).
Por eso os he traído a colación este asunto de la amistad. Creo yo que la vertiente más importante de la caza es la que desemboca en la confraternidad entre los componentes de la cuadrilla. Los atributos que adornan cualquier amistad, satisfacen muy por encima de la percha y dan una de las visiones más reconfortantes de la condición humana. Tenía ganas de magnificar una de las variables positivas que genera la caza y me ha parecido que lo mejor es un ejemplo concreto, aunque haya tantas referencias históricas. «Cázanse los hombres unos a otros, ya por medio de la guerra, ya por la amistad, y esta última, ya es digna de alabanza» —decía Platón hace más de dos mil cuatrocientos años—. En el célebre prólogo a "Veinte años de Caza Mayor", Ortega y Gasset significa una amistad sobresaliente por la caza entre Polibio y Escipión, dos notables de la historia antigua. De entonces acá las amistades entre cazadores de bien han sido un hecho constante y sus derivaciones muy importantes en las relaciones de la sociedad. Antonio Méndez Texeira El Portu, era conocido con este apodo porque había venido desde la Fregeneda (SA) a vivir a mi pueblo, Santovenia (VA), y era uno de los cazadores más recios del lugar. Hace unos 35 años comenzaron nuestras relaciones y desde entonces, Antonio y yo cazamos juntos. Aquella mañana de nuestro primer encuentro él estaba con las piernas abiertas, como en los desafíos del oeste, con la escopeta en prevengan y balanceándola lentamente. Tenía la mirada fija entre dos bocas enfrentadas del vivar. Fue un tenazón, sin apuntar, y el conejo, empelotado por el tiro, casi se mete por la inercia en la boca de enfrente. Estaba ensimismado en el lance y no se había percatado de mi presencia. —Me estaba toreando, entrando por una boca y saliendo por la otra. Estaba a ello y no te he visto. Yo meto los dos tiros en un metro —me dijo orgulloso, mientras intentaba agarrar al hurón, al que cebaba zamarreando al gazapo cazado. El Portu ama al campo y a la caza de forma primitiva y honesta. No sabe lo de la Cumbre de la Tierra de Río, ni lo de Johanesburgo, ni para qué se han reunido allí tantos prebostes para hablar de los problemas de la tierra y no hacer nada positivo. Tampoco sabe lo de los seis grandes problemas ambientales. Pero sabe interpretar los secretos inextricables observando la naturaleza y deduce que esto no es lo que era, que desde que el médico francés acabó con el conejo y las tierras de pan se recogen a los tres meses, y se ha cambiado el estiércol por tanto veneno, cada vez hay menos que llevar al morral, a pesar de que él, cada día, caza con más recato. Únicamente quedamos los dos de aquella primitiva cuadrilla que hace ya 30 años (1972) acotamos Berceruelo (VA), aquí en las últimas estribaciones de los Montes Torozos, donde cazamos con otra buena gente del lugar. Mi padre se fue para siempre, mi hermano ha cambiado la caza continua por el golf, Hermógenes se fue para Alicante y Faustino entregó hace unos días los poderes a su hijo, porque la diabetes no le ha dejado vista suficiente para cazar. Antonio ha aprendido todo de lo que sabe en la escuela de la vida, porque a la otra nunca asistió. Empezó de niño como cabañero y a los nueve años era ataril de los que usaban la venceja (paja del centeno) para atar los haces de trigo; a los catorce fue contratado ya para hacer el primer verano como segador y componente de la cuadrilla de su padre que desde La Fregeneda donde nació, en la raya de Portugal, venían segando hasta Medina del Campo. Hace unos años se ha jubilado de encargado en una empresa de mantenimiento. Ha sido, y es, cazador irreducible desde aquellos años de su arribada a Castilla; mejores en caza y peores para vivir. En aquellos años de la década de los 60, antes de que se acotara todo, durante la temporada de caza Antonio pedía turno de noche para poder cazar de día y descansar cuando se pudiera. Salía de mañana con cien cartuchos recargados y un morral hecho de un petate militar en el que cabían veinte conejos. Venía casi de noche, medio reventado y el hurón aún más. Sacar adelante seis hijos no permitía descanso. Su especialidad es el conejo en todas las modalidades de caza y la especie más valorada por él. Ni perdices, ni liebres pueden compararse con un buen conejo, a los que cataloga una vez palpado el lomo y controlada la edad. Después de lo del virus hemorrágico de 1989 siguió criando hurones, más por tradición que por efectividad, con la esperanza de que el conejo se volviera a recuperar. ¡Ya no merece la pena! Os contaría mil anécdotas, pero me causó especial impresión, en los primeros años de amistad, una mañana de caza cuando metió los hurones en aquel soto del río Tera, en Mozar (Zamora). Pegó el oído al suelo, como los indios, y nos hizo señales marcando con el índice en un punto y moviendo la mano abierta para comunicar que allí abajo había pelea. Pasado un tiempo y después de poner la oreja varias veces sobre otros puntos del suelo, y trasmitir con señas lo que pasaba allí abajo, sacó la cabritera y fue haciendo a mano y navaja un hueco en la tierra, algo más grande que su brazo y profundo hasta llegar a las galerías del bardo. Sacó un conejo matado por el bicho. Cortó una rama de zarzamora, la metió retorciéndola por el agujero y fue sacando, como quien pesca, otros cuatro conejos vivos ensortijados por la piel en aquella rama espinosa. Después, hizo la misma operación donde tenía localizado a otro hurón trasconejado, y sacó otros tantos conejos. Al final, unos veinte conejos a navaja y zarzamora, que son modalidades que yo no he leído en ningún libro de caza. Aunque El Portu ya no cumple los setenta, no se queda a la zaga ante nada. Su cuerpo nervudo y con brazos de acero —como el herrero—, y más acostumbrado al esfuerzo físico que los demás, resuelve con presteza cualquier situación de esas tan corrientes durante la caza, como es mover un majano, cavar la tierra, bombear agua o acopiar leña o tamuja para preparar la hoguera que no se le resiste aunque haya nieve o cencella. Es resuelto, ágil y voluntarioso para el trabajo colectivo y no escatima esfuerzos para los demás. Es un chollo de compañero y un regalo de generosidad en un mundo de egoísmos particulares, como es el de la caza, donde la mayoría sólo vamos a lo nuestro y se sufren tantas ingratitudes y decepciones. La caza hoy es un bien escaso. Conseguir un buen coto supone un milagro y cazar con una cuadrilla de amigos y gente de bien, como Antonio, es para dar gracias y poner velas a San Huberto cada día. Antonio Méndez El Portu ha sido muy importante para mi felicidad cinegética a la que ha aportado todo lo que ha podido entregar. Es un hombre al que dar no le cuesta ningún esfuerzo, porque es, como diría Machado… en el buen sentido de la palabra, bueno. Y yo, que llevo doscientos dos números, desde el primero, escribiendo en FEDERCAZA, y más años disfrutando de su amistad, tenía necesidad de contároslo. Perdonad la referencia tan personal, pero en esto de la caza hay amigos del alma, cazadores de la cuadrilla, compañeros de viaje y conocidos por casualidad. Creo que en esto estamos todos de acuerdo. P.D. Antonio Méndez Texeira, tras una operación en su mejor víscera: el corazón, por un trombo infortunado ha estado seis años como un vegetal. Ha fallecido el pasado 6 de septiembre. Dios, que me perdone, ha sido injusto con un hombre tan cabal.
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