Un sí de la ciencia a la caza

A pesar de la recalcitrante, inmovilista e intransigente posición de los que rechazan la caza de manera frontal y en base a cuestiones, que no argumentos, de índole estética, ideológica o simplemente visceral, la comunidad científica internacional es cada vez más proclive a valorar en su justa medida el papel que la actividad cinegética (convenientemente regulada) está desarrollando en favor de la sostenibilidad de la fauna salvaje y de los espacios que habita.


Puede que a algunos esto les suene a paradoja, pero no a los cazadores o a los verdaderos ecólogos. O lo que viene a ser lo mismo: para comprender los beneficios de la caza es imprescindible saber de ella, estar informado, estudiar sus efectos y encauzarla desde la objetividad del conocimiento científico, no desde la subjetividad de cada cual, que vaya usted a saber a qué teclas reacciona y a partir de qué fobias o filias se desencadena. Hablamos de conocimiento. Pues bien, el XXX Congreso Internacional de Biología, que ha reunido en Barcelona entre los días 5 y 9 de septiembre a 400 expertos de 40 países con el objetivo de debatir sobre los conflictos que se producen entre las actividades humanas y la fauna salvaje, ha llegado a la conclusión de que la caza sostenible no solo es posible sino deseable. El citado congreso, de carácter bianual, lo organiza la International Union of Game Biologists (IUGB) desde mediados del pasado siglo y convoca a biólogos de campo, científicos forestales, veterinarios, cazadores y otros profesionales involucrados en la actividad cinegética y en la biología de la fauna. Se trata, en palabras del presidente del IUGB, Manel Puigcerver, de crear puentes entre la ciencia, la caza y la gestión del medio ambiente. Es decir, dejarse de tópicos, melindres y otras sutilezas, y avanzar con paso firme por la vía de la defensa de la vida silvestre en un mundo complejo y en permanente fase de desarrollo. El debate social no debería estar, en suma, en si la caza nos gusta o no, en si nos agrada o nos agrede que haya quien la practique. De lo que se trata es de dilucidar si prescindir de ella, como pretenden los recalcitrantes a los que nos referimos en la primera línea, sería beneficioso en términos ecológicos o si por el contrario se provocaría un serio atentado a la vida silvestre de consecuencias por evaluar. «Durante muchos años —afirma el señor Puigcerver en unas declaraciones que recoge la agencia Efe— nos hemos dedicado a hacer un catálogo de desgracias, situaciones desfavorables para las especies que se cazaban, pero actualmente hay un conocimiento de las mismas que permite realizar una gestión más racional y aportar posibles soluciones para llegar a un punto que aunque es fácil de decir, resulta complicado de lograr: la caza sostenible». Nos sirve su reflexión, y también sus dudas. Lo que interesa resaltar es que se trata de un acercamiento racional a la realidad/problema de la caza. Dice además el señor Puigcerver que «la caza puede gustar o no pero es una actividad legalmente reconocida. Hay que intentar que gracias a un mayor conocimiento de la biología y la historia natural de las especies se regule de forma que resulte lo menos perjudicial posible e incluso con beneficios». ¿Que la entiende como un mal menor? Puede que sí, pero con una ventana abierta a un bien mayor. Tiempo al tiempo. Numerosos gestores de caza y la mayoría de los cazadores están dando buena prueba de su compromiso con la sostenibilidad de la caza y los espacios que la sustentan. Y la realidad es muy tozuda.
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